El cordobés Marcos Carnevale es uno de los cultores más consecuentes de la comedia popular y populista del mainstream nacional contemporáneo. Corazón de león, La televisión y yo, Elsa y Fred y Almejas y mejillones, entre otros títulos, han recorrido con relativo o enorme éxito de público las pantallas locales y es esperable –lógico, incluso– que No soy tu mami repita esa performance sin demasiado esfuerzo. En parte comedia romántica, en parte relato costumbrista, en parte sitcom trasladada a la pantalla grande, el undécimo largometraje de Carnevale parte de premisas tan actuales que, con un poco de malicia, podría tildárselas de coyunturales: el cambiante lugar de la mujer en la sociedad, la crisis terminal de los roles femeninos y masculinos tradicionales, la maternidad como deseo o imposición cultural, la libertad personal versus las obligaciones paterno-maternales y de pareja. Y también, desde luego –como subrayan tenazmente los avances publicitarios– los grupos de chats de mamis y papis, la tierna hinchapelotez de los chicos más chicos y otras yerbas ideales para su transformación automática en meme o gag.

Julieta Díaz es Paula, la directora de una revista femenina que afronta cambios editoriales para sobrevivir a la merma de ventas. Dueña de su carrera, de su cuerpo y de sus elecciones de vida, la posibilidad de transformarse en madre se ubica en la última posición de una supuesta lista de deseos. Así lo afirma en no menos de cinco ocasiones durante los primeros quince minutos de proyección, como para que su posición quede claramente definida. Lo hace incluso delante de su hermana, embarazada y ansiosa por el nacimiento de su futuro hijo o hija (Celina Font, a su vez coguionista del film). El planteo de la protagonista es, desde luego, la plataforma de lanzamiento de la trama, el pretexto para la aparición inesperada del romance. Paula se pondrá a escribir, bajo estricto seudónimo, una columna autoficcional que aboga por la vida sin hijos, describiendo, entre otras delicias, los infernales cumples infantiles, la servidumbre de esposas y madres y, esencialmente, las miradas de pena y/o desprecio que muchas mujeres de cierta edad y escasas ansias maternales reciben en pleno siglo XXI. Pero…

Pero aparece un “papi”, un vecino trabajador, sensato y buen mozo, el padre de una nena de cinco años temporalmente separado de su pareja que, casualmente, se muda al departamento contiguo al de Paula. Es decir, Pablo Echarri se muda al lado de Julieta Díaz. Película de estrellas que se comportan como tales pero que también intentan aportarles a los personajes algo de profundidad (las miradas, las pausas, los silencios son a veces tanto o más importantes que los diálogos), la trama avanza con trucos y condimentos probados de antemano en cientos de ocasiones– el flechazo, el equívoco, el rechazo, la reconciliación, su ruta– sin ofrecer mucho más jugo que el indispensable para mover los motores.

 

Película de fórmula, la fotografía lustrosamente cenital y los planos/contraplanos con ligeros movimientos laterales –deudores directos del magma televisivo– ilustran el guion y sus avatares. Los chistes a veces funcionan y en otros casos no, las puteadas y palabrotas son variopintas, los comentarios sexuales aportan algo de “pimienta” y los personajes secundarios no pasan del estadio del alivio cómico unidimensional, con el grupo de mamis del jardín como ejemplo más flagrante. Así como Paula no desea ser madre, No soy tu mami no quiere ser peral y es al ñudo, por lo tanto, pedirle peras. Aunque podría haberse tomado un poco más en serio la excusa argumental y construir en la protagonista una criatura un poco más compleja que una (otra) mujer planteándose si, en el fondo, no estaba equivocada en su manera de pensar. Pero el amor es siempre más fuerte: beso, travelling, música, fundido a negro.