¿Qué dice el cuerpo de una mujer descartada junto a un container de basura? “Horror”, eso es lo primero, lo que se imprime en los diarios, lo que aparece en los buscadores, la palabra inapelable porque qué más que horror puede causar un bulto envuelto en una frazada, que se devela un cuerpo y después un nombre; pocas veces una historia completa porque las mujeres, y también las travestis, “aparecen” muertas casi a diario, en distintas geografías, distintas circunstancias, las más de las veces violentas.
La semana pasada fueron tres, pero la palabra “horror” se destinó a una, sin dudas por el territorio en que fue hallada Lourdes Arangio: Horror en Colegiales. Un barrio tan clase media que en el relato policial se coló el nombre de famosos entre quienes curiosearon detrás del cordón policial. Lourdes tenía una bolsa en la cabeza, no había muerto ese día, su cadáver ya se estaba descomponiendo, las cámaras filmaron al hombre que lo dejó en la calle y fue detenido. Así termina la noticia.
“Para nosotras fue sentir que la tuvimos, que no la pudimos retener, que sentimos que iba a terminar mal. Y terminó mal”, dice una médica tocoginecóloga que trabajaba en la guardia del Hospital Pirovano junto a una compañera también médica, jubilada hace muy poco. Las dos conocían a Lourdes, a su madre, a sus dos hijas. La última nació en el Pirovano después de una internación de casi dos meses que para las profesionales –que además integraron el equipo de Violencia Sexual de esa institución– fue una oportunidad que se perdió, como se les pierden todos los días lo que ellas llaman oportunidades y en rigor son chicas, la mayoría muy jóvenes, a veces adolescentes o niñas que llegan a la guardia “de bajón”, cuando no hay nada que consumir y sin saber del todo qué pasó, dónde estuvieron o con quién mientras estuvieron “de gira”.
“Lourdes son muchas”, dice Lola, que conoce como su casa ese hospital donde trabajó 35 años. Mary y Lola –nombres de fantasía que eligen para contar lo que las lastima– son las que hacen la crónica de la muerte anunciada, el título que se volvió un lugar común para narrar las muertes que se dicen en femenino. La hacen porque reconocieron a su paciente, porque a esa oportunidad perdida se le debe una historia y sobre todo porque esa historia es un hueco en la respuesta institucional frente a esa repetición con que ellas lidian: el pedido de auxilio, la asistencia en guardia, el vínculo que se trama en busca de la ayuda y después, el hueco.
“A Lourdes la conocíamos desde hace mucho, más de ocho años, era una chica que venía siempre en estado deplorable, la limpiábamos un poco y después se escapaba”. “También conocimos a la madre, siempre con la nena de Lourdes a cuestas, con la mochila de la escuela puesta –cuenta Lola–, la hemos cuidado en nuestra oficina para que ella pudiera hacer trámites, golpear puertas por su hija. Ella no sabía qué hacer, nosotras no sabíamos qué hacer para retenerla”. Lo que sí saben estas profesionales es leer con perspectiva feminista la historia trunca de Lourdes, las historias que llegan a la guardia y a los consultorios. “No se puede pensar las adicciones en general, porque para las mujeres es otro tema, para las mujeres su cuerpo se convierte en mercancía, es un bien comercial, de intercambio. Las usan los dealers; pierden toda autonomía sobre sus cuerpos. Nunca vi una piba empoderada porque su cuerpo le permite consumir, nunca”, dice Mary. “Y lo mismo pasa con la situación de calle, no es lo mismo siendo mujer, es más complejo”.
“Nosotras teníamos guardia el miércoles, y siempre venía después de una gira que podría haber empezado el viernes o el jueves anterior. Lourdes era muy lúcida por otro lado, también venía después de situaciones en las que no sabía dónde había estado ni con quién, entonces le dábamos anticoncepción de emergencia, le dimos el kit de prevención de vih más de una vez, pero no se lo podíamos dar siempre, todas las semanas. La madre hablaba con servicio social, con nosotras, la madre quería internarla, pero en el hospital se hace asistencia primaria, después hay un hueco en el que las pacientes adictas se terminan yendo”, insisten.
Lola, por su parte, habla de ese tiempo que en que Lourdes estuvo internada para que llegue a término su embarazo. Ya le habían practicado una ILE un tiempo antes, pero cuando volvió embarazada otra vez quiso seguir adelante aun sin poder dejar de consumir. “Venía los miércoles y nos iban a buscar. Le pasábamos suero y después se iba. Durante la internación hicimos un buen vínculo, pero no hubo una opción para darle, venían de psiquiatría a la mañana, la medicaban para controlar la situación aguda; después, nada. No puede ser la respuesta doparla para que no moleste. En el hospital están Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos, pero ellos tampoco la podían ir a ver, su política es que tenía que ir ella para manifestar voluntad de recuperación. Y en el Sedronar nos decían lo mismo, que tenía que ir a un turno para manifestar voluntad. Y no entienden que esa opción es inviable para el tipo de pacientes que atendemos. Vienen ya con muchas secuelas, son chiquitas y los dealers están esperándolas en la puerta.”
Ese hueco en el que insisten las profesionales es la ausencia del Estado en el territorio, la respuesta estandarizada para tratar adicciones, la falta de perspectiva de género, la falta de recursos y de lugares a donde las chicas que piden ayuda, aunque sea en el breve lapso en que lo hacen, podrían ir y ser contenidas. “Nosotras hacemos muchas internaciones sociales tanto por adicciones como por violencia, lo hacemos porque faltan otros lugares a donde puedan asistirlas”.
De tanto insistir frente al Sedronar y al Ministerio de Salud de la Ciudad, Lola consiguió llamar la atención, que se hiciera un grupo de derivación entre el Sedronar y el departamento de maternidad e infancia. Pero se disolvió antes de que empezara a funcionar porque no había más oferta que hacer charlas de capacitación, “como si se pudiera resolver con una charla a la que todo el mundo va para tener el papelito de la capacitación”.
Las dos ven y narran lo que no se quiere ver ni escuchar. “Lo que más ven los psiquiatras en la guardia son adicciones, o brotes por adicciones, sin embargo una internación psiquiátrica por adicción es sumamente difícil de conseguir en el ámbito de la salud pública. Entonces quedan en un box hasta que se estabilizan y se van. Lo único que quieren todes es que se vayan”.
“Para las mujeres la adicción es muy compleja y no encontramos el paso para conectar a esas chicas con la vida. La parte de la recuperación no está, está ausente. Nosotras vemos la peor cara, hacemos bastante porque al menos las protegemos un poco, las asistimos preventivamente de consecuencias de abuso. Pero después quedamos impotentes. Si los lugares para que vayan existen, entonces faltan las redes, porque nosotras no las conocemos”, dice Mary y vuelve a señalar ese hueco por el que la semana pasada se fue la vida de Lourdes. Ese cuerpo encontrado en la calle que no es solo horror, es muerte anunciada.