No hay que confundir libertad con libertinaje. Así, bajando los ojos en un gesto contrito y pudoroso, solían adoctrinar los fachos de alma en los años de la apertura democrática. Había pasado en España unos años antes, con el famoso destape en las costumbres y una tímida irrupción de la sexualidad en los medios después de años de dictadura tan represivos como grises, pacatos y aburridos: de la mano de la tímida democracia, llegaba la tímida irrupción de cuerpos sexuados, de reivindicaciones, en fin, para pasarla un poco mejor. El invierno fue de ellos pero la primavera será nuestra, sintetizaba inmejorablemente el movimiento Solidaridad en Polonia. También en la Argentina, la derecha se fue acomodando, resignando, separando la Libertad de su derrape. Vino la juventud de la Ucede, más decontracté, abriéndose en los claustros de la influencia ultracatólica, María Julia Alsogaray mostrando el cuerpo envuelto en pieles con glamour, un panorama confuso pero no caótico, flexible en parte, con una derecha dura en retroceso, agazapada hasta la próxima. En los estertores del fin del siglo, neonazis, skinheads y otras expresiones ultra fueron quedando saludablemente del lado de lo ajeno, lo bizarro y lo anacrónico. 

Pasó el tiempo. Y todo vuelve, transfigurado pero con ese viejo perfume rancio de lo reconocible. 

Un buen día la derecha no tuvo mejor idea que proclamarse moderna y democrática y gradualista, desquiciando a unas cuantas células dormidas. Mientras el gobierno fue, no muy gradualmente, dejando de ser moderno y democrático, sin querer se le abrió la grieta en la grieta. Un inconformismo ultra –ultra liberal, ultra conservador– insaciable. Dame más. Quiero más. ¿Más qué? ¡Más! Más palos, más sangre, más intensidad. Más liberalismo. Más Libertad. Más dólares. Lo que sea pero más. Y así, el gobierno que lógicamente debería moderarse frente a una elección crucial, se ve en la encrucijada de hacer todo lo contrario para enamorar a su contradictorio, inconformista núcleo duro. 

El cierre de listas trajo una de esas perlas bizarras que le agregó emoción real a la fiebre del sábado por la noche. No hace falta relatarla completa: el oficialismo le birló el candidato a vice y su agrupación UNIR, a José Luis Espert; Alberto Asseff es un dirigente aparentemente muy nacionalista pero que no tiene mayores problemas en poner su sello a disposición de los ultraliberales. Espert se defendió como gato panza arriba, chilló y chilló hasta que el progresismo olió la sangre en rodeo ajeno y empezó una campaña para defender a rajatabla su derecho a presentar un frente que, si llegara a ganar las elecciones, empequeñecería el juramento de Macri hecho frente a Vargas Llosa acerca de ir más a fondo y más rápido. No hay que olvidar a aquel más joven Espert del 2001 aterrando espectadores por televisión, cuando quería ultra ajustar el Estado y todo lo que se moviera por ahí en medio de los muertos y las balas. No habría que olvidarlo, aunque ahora parezca un simpático outsider que se divierte chuceando al poder con sus dos o tres puntitos.

Pero sin ponernos excesivamente rigurosos, y aclarando que por supuesto lo del gobierno ofreciéndole diputación a Asseff es tan mamarracho como absurdo, la comedia que por estos días protagoniza la derecha argentina no es ajena a otras variables que andan cruzando transversalmente la enrarecida cultura política contemporánea. Algo no está funcionando bien.  Piezas que no encajan. Y eso no es culpa de una confusión inducida, en mi opinión, o de un desacople entre reivindicaciones micropolíticas o biopolíticas y las grandes líneas de debate que suelen agruparse bajo la idea-fuerza de “proyecto” o “modelo”. 

Hay desajustes objetivos, concretos, que nos vienen atravesando de unos años a esta parte. Lo que pasa es que algunos actores de estos nuevos tiempos desajustados en muchos casos arrastran años de moverse en el barro de la política con todas sus contradicciones a cuestas, a veces genuinas, a veces oportunistas. Este clima es lo que hace que, por ejemplo, uno debiera mirar con buenos ojos a Pichetto porque le dio el ok a la legalización del aborto y, diez años atrás, al matrimonio igualitario. Javier Milei, que rompió (por twitter) con Espert por unirse al nacional conservadurismo de Asseff, defiende a la vez la dolarización y el poliamor. Alguien me podría decir ¿y qué? Contraejemplo: Espert mismo parece más contemplativo frente a las libertades individuales mientras se quejaba de que le habían afanado a Asseff. Y como si fuera poco, contaba sueltísimo de cuerpo que Darío Lopérfido –con el que estaban en super buena onda conversando para integrarlo al frente Despertar (¿no suena un poco franquista, dicho sea de paso, eso de despertar?)– se borró de wahtsapps y llamados. “Desapareció” lanzó Espert desde el fondo de su consciente inconsciente del negacionismo del pérfido Darío, y dando a entender, por supuesto, que era otro que había sido llamado desde palacio. 

¿Sólo yo detecto contradicciones en todo esto?

En esta módica pero nada desdeñable explosión de derechas identitarias y aspiracionales catalizadas por las elecciones, convergen tantos equívocos como trampas que vienen del fondo de un deseo histórico: la utopía de un movimiento o fuerza que logre sintetizar el liberalismo de Martínez de Hoz y el conservadurismo de la Revolución Argentina antiminifalda. Ahora, con algún anclaje popular. Tienen un problema de raíz semántica que empieza a enredarlos en palabras que son traicioneras en su absoluta transparencia: si en definitiva Macri ganó porque le prometió a la sociedad que podrían comprar libremente tantos dólares como quisieran, ¿cómo convencer a esos mismos librepensadores del cambio, que no pueden hacer libremente lo que quieren en otros aspectos de la vida? Si sostengo que cada uno puede hacer con su vida y su cuerpo lo que quiere al mejor estilo libertario ¿cómo convencerlo después que otros no pueden hacer exactamente lo mismo, incluyendo afanar para conseguir esos dólares que les son esquivos por vías, digamos, naturales? No es tan fácil sostener ideas de libertad, liberalismo, libertarias y librepensadoras y al mismo tiempo sostener a ultranza el esquema básico de una sociedad dividida entre los que tienen derechos y poder y los que no los tienen, simplemente porque hay gente que se jode porque nació jodida. No es tan fácil.

Mientras tanto, esperamos que la justicia ponga orden (perdón: resuelva en democracia) en las contradicciones que agitan al novedoso avispero de la derecha a la derecha de la derecha. Y espero que frente a estos aportes que buscan esclarecer a la ciudadanía, no vengan a decirme, una vez más: “¡Estás confundiendo libertad con libertinaje!”