“Lesbiana, lesbiana, lesbiana, lesbiana, decirlo tantas veces como se lo calló.” Escribía la poeta neuquina Macky Corvalán y hoy insistimos en decirlo, cortamos la calle por lesbianas, sonaron los bombos por lesbianas, abrazamos a Mariana Gomez por lesbianas. La condena fue una provocación, justo en el día en que se cumplen 50 años de la revuelta de Stonewall, cuando trans, tortas y maricas enfrentaron a la policía porque el hartazgo de la persecución permanente era demasiado. Había que enfrentarlo y lo hicieron y así movieron el mundo. Mariana fue condenada a un año de prisión en suspenso. La sentencia dice que la causa es resistencia a la autoridad y lesiones; nosotres decimos que fue condenada por defenderse, condenada por lesbiana harta de que la persigan, condenada porque al resistir a que la revisaran impunemente unos policías -unOs policías-, al defenderse frente a la violencia discriminatoria de que la persigan por estar besándose con su compañera, dijo lesbiana. Ahí hubo una lesbiana y su cuerpo, sus besos, su existencia supo, siguiendo la cita de Macky, “iluminar una porción de realidad, velada por las gruesas sombras de la dominación hétero”. Y quién puede negar esa dominación cuando se escucha esta condena aleccionadora, coherente con la impunidad cada vez mayor que se le da a las fuerzas de seguridad, esas que cuelgan vírgenes en sus comisarías y que defienden a puro palo la heterosexualidad obligatoria.
En la calle se repuso lo que dentro del Tribunal Oral Correccional de la calle Paraguay fue silenciado, sólo dicho por la condenada: “Ese día yo me defendí de la violencia discriminadora de la policía”. Nuestros besos son políticos, dijimos en la calle, pero no son sólo nuestros besos, son nuestros cuerpos otros, nuestras otras formas de hacer redes, de reconocernos y de defendernos. Hartas y hartxs de resistir, tenemos derecho a defendernos. Como hizo Higui cuando quisieron violarla para “corregir” su ser lesbiana. Como hizo Mariana, como hizo Rocío Girat frente a la puerta del juzgado porque su compañera temblaba y se recuperaba del desmayo que le provocó la bronca frente a la sentencia. “Los pedófilos tendrían que estar presos, no nosotras”, le dijo a la jueza Marta Yungaro que la condenó y se retiró de la sala con una sonrisa, un gesto que subrayaba el gesto disciplinador de la sentencia misma. “Este fallo es lesboodiante -dijo Rocío-, nos dicen prisión en suspenso y entonces tenemos miedo que por cualquier cosa nos puedan detener, no podemos estar tranquilas por la calle aunque vamos a apelar las veces que sean necesarias, mientras tanto nuestras vidas quedan suspendidas”. Suspendidas por el temor de que otro policía como el que las persiguió en la estación Constitución vuelva a hostigarlas. Porque no es un caso aislado, porque a lesbianas fueron a buscar cuando terminó el primer paro internacional feminista en 2017, a cazarlas buscando los pelos cortos, las cabezas rapadas, las que parecían o las que eran lesbianas. Y es así cada vez que se reprime una movilización feminista, es así en los Encuentros Nacionales, la última vez en octubre del año pasado, en Trelew.
Hubo bronca en la calle y la seguirá habiendo. También dolor, para qué negarlo, ya bastante se niega nuestra existencia. No somos mujeres que amamos a mujeres, que se sepa. Somos lesbianas. Y hoy marchamos con las travestis y les trans, contra los travesticidios y transfemicidios, contra la Justicia patriarcal y contra el intento de disciplinar nuestras formas de vida. Y ya están agitándose las cadenas de comunicación entre nosotres, ya se están tramando acciones de autodefensa para que a Mariana Gómez se la absuelva porque eso sí sería Justicia y porque nuestras identidades son políticas. Porque tenemos que seguir diciendo “lesbianas” para contrarrestar todas las veces que esa palabra se calla, se niega o se oculta. Para quitarle el velo a esa máquina de violencia que es la heterosexualidad obligatoria, esa idea instalada de que lo “normal” es cumplir el mandato o quedar afuera. O ser condenada. O disciplinada por los besos políticos que nos damos. Esto no queda acá, nos estamos organizando y nuestra organización cruza fronteras. Porque al clóset no volvemos nunca más.