La frase exacta es “¿Qué pretende de mí?” y no la dijo en Carne sino en ...y el demonio creó a los hombres, que es muy anterior. Toda otra versión de la frase es puro mito, pero Isabel Sarli era muy consciente del valor del mito, así que se ocupaba de aclararlo o bien lo ratificaba, según cómo fuera el tono de la entrevista.
La conocí hacia 1999 gracias a Diego Curubeto, que me encargó el trabajo de archivo para su film Carne sobre carne. El film documenta la extensa batalla que ella y Armando Bó libraron contra la censura y se basa en un material seleccionado de cientos de latas con trailers, descartes de negativo, fragmentos cortados por la censura o agregados para el exterior que Isabel había conservado en su propia casa. Las latas eran tantas y estaban tan estropeadas que el trabajo para ponerlas en condiciones y, sobre todo, ordenarlas, llevó muchísimo tiempo. El material que corresponde a un mismo film era muy variado y gran parte de las etiquetas identificatorias se perdieron por el óxido y la humedad. Cuando existían había que leerlas con atención para entender cómo Bó clasificaba el material. Por ejemplo, advertí pronto que usaba los términos “pura” e “impura” para referirse a las distintas versiones de un mismo film y en un principio asumí lógicamente que la versión “pura” sería la versión sin cortes. Pero a medida que se fueron sucediendo las latas entendí que era al revés: la versión sin cortes era la que él consideraba “impura”. De donde resulta que Armando Bó era en verdad un puritano.
Como muchos fragmentos me resultaban irreconocibles, empecé a llamarla por teléfono para que me ayudara. Tenía una memoria extraordinaria, un temperamento avasallante y la risa fácil. En particular le hacía gracia mi timidez para describirle las escenas que necesitaba identificar.
–Dele. Pregunte lo que quiera.
–Es una escena muy larga en la que usted... Bueno... está en una pileta... Haciendo la plancha… En fin…
–¿Se ve el pubis?
–Eh... Sí... un poco... Bueno, no... bastante...
–Eso es de El sexo y el amor. Y usamos una parte en otra película después.
–Además... hay otra escena en la que usted... con un látigo...
–¿La que le pego a Armando? Eso lo filmamos para vender mejor Los días calientes en el exterior algunos años después de que la hicimos. Es un agregado. Tenía algún desnudo pero los americanos nos decían “No sex enough”, así que le inventamos eso. ¡Ah! Me dijo Curubeto que encontraron el chorizito.
–¿El qué?
–La escena en que le corto el pene a Juan José Miguez con una tijera. Es de Una mariposa en la noche.
–Ah... Sí, sí... Inolvidable.
–¡No lo use, Peñita, que es una porquería!
Y se reía.
Isabel nunca fue, como dicen algunos, “una víctima” de Armando Bó. En sus épocas de modelo había aprendido a defenderse y defender su trabajo. En esa misma época también aprendió a lidiar con la prepotencia masculina. No lo decía mucho pero había tenido un matrimonio infeliz con un señor al que sólo recordaba con insultos. Después se enamoró de Armando pero ese amor no le impidió entender cómo era el negocio y por eso reclamó y logró ser socia de su empresa productora en partes iguales. En poco tiempo pasó a ser además la administradora, entre otras cosas para asegurarse personalmente de que no le metieran la mula. Llevaba las cuentas, pagaba al personal y supervisaba los servicios de los proveedores. Conocía perfectamente todas las etapas de la producción de un film, sabía de luz y fotografía, dominaba los términos técnicos del laboratorio. Cuando la Columbia los llevó a Sudáfrica para hacer La diosa virgen, se entendieron con el equipo técnico y artístico gracias a ella, que hablaba inglés.
Le gustaba mucho el cine y cada tanto me llamaba para comentar tal o cual película que había visto en mi programa de TV y para pedir películas que quería volver a ver. Un pedido recurrente fue El jardín de Alá con Charles Boyer, que recién pude cumplirle el año pasado. También me retaba cuando programaba cosas que no le gustaban:
–¡No pasés más películas japonesas! ¡Este año ya fueron un montón!
Su cine preferido era el norteamericano clásico y por su larga asociación con la Columbia, ella y Armando distribuyeron en Argentina las reposiciones de algunos clásicos de esa productora, como Horizontes perdidos, de Frank Capra. También estrenaron dos películas esenciales de Roman Polanski, Cul-de-sac y Repulsión, y de esta última me obsequió una copia en 16mm. que se habían hecho para ver en su casa.
Cuando lo nombraron papa a Bergoglio me llamó muy entusiasmada:
–¿Te enteraste, Peñita? Ya sabés cuál tenés que pasar ahora ¿no?
–No. ¿Cuál?
–¡Francisco, juglar de Dios, de Rossellini! Vas a tener un rating bárbaro y además es una película hermosa.
En diciembre 2003 presencié una reunión cumbre entre ella y Fernando Birri. Fue en una cena que organizó la Embajada Argentina durante el Festival de La Habana. La crítica los había puesto siempre en extremos opuestos pero ahí estaban los dos charlando animadamente. Isabel le dijo: “Armando lo respetaba mucho a usted porque hacía un cine popular”. Y Birri, viejo lindo, le pidió que ella fuera quien le entregara el premio a la trayectoria que tres meses después le iban a dar en Mar del Plata. Ella aceptó, me animo a decir que muy halagada. Luego no sucedió, no sé por qué, pero me parece un ejemplo inmejorable de que los artistas suelen situarse con toda naturalidad muy por encima de las categorías que la crítica les inventa.
Algunos años más tarde fue precisamente una asociación de críticos la que decidió otorgarle a ella un premio a la trayectoria. Cuando le tocó subir al escenario a aceptarlo no se guardó nada. Lo agradeció pero dijo también que estaba sorprendida. Cito de memoria: “Durante años y años los críticos maltrataron las películas que hicimos y muchas veces nos insultaron. Y ahora los críticos me dan este premio. Cómo son las cosas”.