Robots elefantiásicos, niños melancólicos, héroes tímidos que no quieren ser héroes, heroínas hermosas que no pueden conectarse con su propia humanidad. Por la poca obediencia que siempre le dedicó a su propio género y su curiosa forma de reinventarlo –hablamos del Mecha, un tipo de producción nacido en los 70’ y dedicado a los robots gigantes controlados por pilotos, los escenarios apocalípticos y la pirotecnia acorde– Neon Genesis Evangelion se convirtió en una serie de animación revolucionaria e insignia de su propia generación. Una producción extraña en su tipo, enamorada de rarezas como la iconografía religiosa, la filosofía y la psicología, con una historia mucho más contemplativa y sensible que embelesada por la acción, la aventura o el optimismo ciego ante la tecnología, y que por lo mismo, cultivó a su alrededor una legión de fanáticos en el público adulto. Durante su primera emisión, a mitad de los 90, la animación japonesa era un fenómeno de difícil acceso, al menos localmente –sin redes, ni internet, ni presencia constante en lugares establecidos– y encontrarse con sus 26 capítulos y posteriores películas, una tarea siempre extenuante para una generación que la elevó a objeto de adoración de culto. Ahora, la serie es una de las adquisiciones más ambiciosas de Netflix, que esta semana la integró completa a su plataforma de streaming con versión remasterizada y revisada –pero con algunos cambios no del todo aprobados por su séquito de fanáticos– a más de 20 años de su primera emisión en 1995 y apostando ahora por un público joven ya acostumbrado al consumo en serie al alcance de la mano.
Shinji, el protagonista de Evangelion, es un chico de 14 años, pesimista y solitario, que habita un Tokyo post apocalíptico donde la tierra ha sido irreversiblemente dañada por criaturas titánicas conocidas como Ángeles. Solo un grupo de preadolescentes elegidos puede darle pelea a los Ángeles, y para eso, deben tomar el lugar de héroes adultos y ponerse al mando de cyborgs gigantes sincronizados biológicamente con sus propios cuerpos: convertidos contra su voluntad en máquinas de pelea letal para defender una cotidianeidad cada vez más oscura que, sienten, tampoco les pertenece. A diferencia de sus contemporáneos, en Evangelion la salvación del mundo está encomendada a una serie de personajes abúlicos y rotos, que no quieren ser héroes y le escapan a la misión, que incluso cuestionan su propia existencia y su función social, decisiones orientadas a reemplazar la épica característica del género por un callado y denso existencialismo, y apostando por un tipo de animación espectacular para la época, un poco negada a trabajar para la venta de juguetes, como se estilaba, y muy al servicio de la genuina experimentación técnica y formal que, por un lado, la hizo llevar la animación a un lugar elevado, y por otro, abrirle las puertas a otras populares producciones del género en latinoamérica a principio de los 2000.
Quizás, la impronta extraña de Evangelion se deba a la inusual libertad con la que fue concebida, a cargo del estudio Gainax, responsable de otras series como Gunbuster o Gurren Lagann, que fue formado en los 80 por un grupo de jóvenes estudiantes reluctantes, pero fanáticos de la animación, enamorados de los personajes de televisión de los 50 y 60 como Ultraman y Godzilla, y con un acercamiento experimental a la producción de animación que le pasó por el costado a las jerarquías tradicionales de la industria: se abrieron paso más o menos por su cuenta, con una serie de cortos autofinanciados por ellos mismos para presentar en convenciones, antes de convertirse en uno de las insignias de la animación japonesa más libre como se le conoce hoy. Su director, Hideaki Anno, también es parte de la mitología Evangelion junto a su obra, indivisible de la misma para sus fanáticos y convertido en una especie de personaje mesiánico: muchos creen que su historia personal es el gatillo de la serie. Se sabe que estuvo ausente al menos cuatro años del estudio por una depresión profunda, que al parecer le inspiró esos personajes melancólicos, inolvidables e insólitos para una producción de acción. Como otras series del género, Evangelion re imaginaba la relación de los humanos con las máquinas, las infinitas posibilidades que ello habilita, y los infinitos desastres, e incluso soluciones que vienen a la par. Pero mientras las demás abrazaban un costado más pirotécnico y encantador, e incluso, con sentido del humor –Mazinger Z, la fundadora, por ejemplo, y posteriormente Transformers, solo por nombrar algunos fenómenos pop del género– Evangelion parecía tener algo que decir sobre la melancolía y los cataclismos de la vida, sin olvidar las explosiones, claro. Hablaba de padres abusivos, del paso a la adultez, de adultos que se niegan a crecer, de niños introvertidos, de las relaciones personales y el despertar sexual, en clave de ciencia ficción existencial.
Si hoy hablamos de fanáticos descontentos que exigen nuevos finales para sus series favoritas en redes sociales, pues bueno, en los 90 Evangelion entregó al menos tres. Los fans aún discuten cuál de todos es el mejor, o el más definitivo, incluidos el de la serie original, el manga, y las películas, que también se pueden ver en la plataforma de Netflix, y creando una red compleja dentro de su propio universo de culto. Polémica aparte, la serie también fue visionaria en otros asuntos, y los fans hoy se preguntan por qué en la nueva versión de Netflix, la traducción anula una discreta escena de amor LGBTIQ entre los protagonistas, considerada trascendental en la historia de la animación. Y también, por qué les quitaron su precioso cierre con la canción “Fly Me To The Moon”, que en su emisión original llegó a tener 26 versiones, una para cada capítulo. Pero quizás, lo principal sea, cómo esta producción de culto interpelará a una generación veinte años más joven, y más acostumbrada ya a devorar series bastante más digestivas, que raramente examina la sección de animación en la plataforma. Aunque fue un fenómeno pop, a menudo Evangelion es considerada lenta y densa. Y lo es, claro. Por eso mismo, otra interrogante quizás sea cómo será revisitada y releída en esta nueva contemporaneidad, mucho más cercana al cataclismo imaginado en la misma serie, que se ubica en el 2015, ahora, que ese tiempo ha llegado, y que parece cada vez más apocalíptico por fuera de la ficción.