La muy mala definición vulgar de economía habla de la administración de recursos escasos para satisfacer necesidades ilimitadas, lo que la transforma en una ciencia de la escasez. En semejante escenario el límite de todo, incluso de la imaginación, es la restricción presupuestaria y la meta máxima el equilibrio fiscal. Es sencillo y fácil de entender: “La economía es como una familia, no se puede gastar más de lo que ingresa”, un precepto que no es respetado ni por “la pareja del Galicia”, gran creadora de dinero, pero mejor no derivar.
Si estos postulados fuesen verdaderos, si de lo único que se trata es de administrar ingresos y gastos o de hablar de presuntos estados de equilibrio en algún lugar del cruce de curvas, no se perdería nada con cerrar las facultades de Economía y dejar solamente las de Contabilidad y Administración. Es más, sería recomendable. Sobraría con funcionarios como Nicolás Dujovne o con cualquier recitador de la letanía del ajuste de la city.
Por suerte para el trabajo de los economistas, la realidad es más desafiante que la búsqueda de equilibrios imaginarios. La economía se ocupa, entre otras cosas, de conducir el ciclo económico. Si la mitad de las máquinas de las fábricas están apagadas no es precisamente por una dificultad de “falta ahorro” para generar inversiones en máquinas. Tampoco por un problema de falta de equilibrio presupuestario y menos todavía por falta de “confianza de los mercados”. Es un problema de falta de compradores, de demanda. El propietario de cualquier comercio sabe que la primera clave para que su negocio funcione es que existan compradores. Todo lo demás –cosas como los costos, la productividad, la competencia, el marketing– viene después.
Una de las funciones económicas primordiales del Estado, entonces, es ocuparse de que haya demanda, algo que no puede hacer el sector privado. El Estado crea demanda e incluso mercados particulares cuando gasta o invierte. También cuando induce al sector privado a gastar e invertir, por ejemplo, promoviendo los aumentos salariales que ponen en marcha el consumo y, por lo tanto, las ventas y la recaudación tributaria, proceso que a la vez permite retroalimentar el ciclo. Esta es la lógica básica del multiplicador tan odiado por la economía vulgar, un odio comprensible porque refuta el punto de partida de la escasez.
Pero supóngase que la principal fuerza política de la oposición se impone en las elecciones y comienza a gobernar. Imagínese también que inmediatamente decreta un aumento salarial para el sector público, comienza a jugar a favor de los trabajadores en las paritarias del sector privado y expande la inversión pública. Para no abrir más de un debate al mismo tiempo no se tratan aquí los múltiples mecanismos de financiamiento disponibles para estas acciones. De lo que se trata es de pensar en cuáles son los efectos de este giro de 180 grados en la conducción del ciclo.
Por un lado, el aumento de la demanda reactivará la economía, subirán las importaciones, se extinguirá rápidamente el superávit comercial y aumentará el déficit crónico de la cuenta corriente. El efecto será una presión sobre el precio del dólar y, por esta vía, sobre la inflación. Al mismo tiempo los aumentos salariales impactarán en los costos de producción y, por esta vía, otra vez sobre la inflación. Por otra parte, la inflación resultante de estas dos fuentes dará lugar a las expectativas de devaluación del dólar e incentivará la mal llamada “fuga de capitales”, es decir la dolarización de excedentes. No sucederá porque los poseedores locales de excedentes financieros son malvados fugadores seriales, sino porque es el comportamiento económico lógico dadas las señales e incentivos.
De nuevo, si a raíz de la expansión recrudece el déficit de cuenta corriente las “soluciones” económicas posibles pueden ser tres. La primera es tomar deuda en divisas, lo que estará vedado total o parcialmente en los próximos años. Si en 2015 se hablaba de cómo volver a tomar deuda, en 2019 la pregunta es cómo pagar el mega endeudamiento macrista. La segunda es establecer restricciones a la dolarización de activos, alguna forma del mal llamado “cepo”, lo que tiene la contrapartida de desdoblar el mercado cambiario, alentar las expectativas de devaluación y desalentar el ingreso de dólares. La tercera, bastante obvia, es lo que sucede si no se consigue ninguna de las anteriores, ajustar por freno al crecimiento.
Al final del proceso los aumentos salariales y de la actividad económica generaron inflación, déficit de cuenta corriente y dolarización de activos. En pocas palabras: un nuevo mundo de inestabilidad macroeconómica. Algo pasó, porque otra vez aparecieron escaseces y restricciones. Nótese sin embargo que son de naturaleza muy distintas a las fiscales, lo que obviamente significa que la solución no es fiscal.
La propuesta de solución opositora es, en pocas palabras, crecer para mejorar lentamente el ingreso, manteniendo la foto de la distribución hasta que, en el mediano plazo, aumenten las exportaciones y se sustituyan importaciones. Estos dos prerrequisitos son los que posibilitarán un marco de mayor estabilidad macroeconómica que, a su vez, permitirán la conducción de un ciclo de crecimiento de largo plazo.
En esta línea, Cristina Fernández de Kirchner fue la primera en proponer un nuevo pacto de responsabilidad social. Al economista cercano tanto a CFK como a Alberto Fernández, el ex viceministro Emmanuel Álvarez Agis, le tocó la ingrata tarea de ponerle la cara económica a la restricción política. Sostuvo de manera cruda que en los primeros años de un potencial gobierno del Frente de Todos deberá congelarse la puja distributiva. También agregó que los salarios deberán aumentar con la productividad, es decir de manera proporcional al crecimiento de la producción como pauta para los acuerdos paritarios. La expresión causó cierto revuelo interno, porque se expresó bajo la sintaxis de la economía vulgar cuya norma es: “los salarios sólo pueden aumentar con la productividad”. También porque se trata de la aceptación tácita de la foto del presente de la distribución del ingreso.
Esta foto es el “éxito” cambiemita, que no sólo redujo a la mitad los salarios medidos en dólares, sino que también aumentó el porcentaje del “valor agregado en el momento de la producción”, es decir de “la torta”, que se lleva el capital en desmedro del trabajo. Se trata, junto con el endeudamiento externo, de las dos principales transformaciones estructurales de largo plazo ya conseguidas por el macrismo. En consecuencia, las restricciones políticas que encontrará el próximo gobierno son el cambio en las relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo, es decir en la lucha de clases, y entre el país y el resto del mundo, léase con los mercados financieros globales.