Los economistas ortodoxos critican las políticas populistas que buscan incentivar la inversión reduciendo la tasa de interés de los créditos. Desde su punto de vista, las bajas tasas de interés desincentivan el ahorro. De esa manera, hay menos fondos disponibles para dar crédito y, por ende, se reduce el financiamiento disponible para la inversión. Es decir, las bajas tasas de interés terminan reduciendo el nivel de inversión de la economía.

Pero la hipótesis ortodoxa no tiene apoyo de los datos. En el caso de la economía argentina, los períodos de fuertes regulaciones a la baja en las tasas de interés, coincidieron con los mayores niveles de crédito al sector privado. Por ejemplo, los créditos al sector privado promediaron el 30 por ciento del Producto durante los primeros gobiernos peronistas (datos de Cepal y BCRA) cuando las tasas de interés eran menores que la inflación. En contraste, en tiempos de la dictadura militar, cuando se fijaron tasas de interés positivas, los préstamos al sector privado promediaron el 20 por ciento del Producto.

De manera similar, el crédito al sector privado se redujo hasta 12,7 por ciento del Producto en el primer trimestre del presente año, en un contexto de muy elevadas tasas de interés. En contraste, el crédito a los privados alcanzaba el 13,6 por ciento del Producto del último año de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, cuando las tasas de interés estaban por debajo de la inflación. Por su parte, la inversión que representaba el 15,3 por ciento del Producto a valores corrientes en 2015, se redujo al 13,5 por ciento del Producto en el primer trimestre de 2019. Como además se redujo el volumen de producción, la inversión se contrajo más de 20 por ciento en términos reales durante la gestión Cambiemos.

El error del razonamiento ortodoxo es que supone un nivel de producción independiente de la tasa de interés. De esa manera, la tasa de interés sólo influiría en la decisión de los agentes sobre que porcentaje de ese producto ahorrar. A mayor tasa de interés, los agentes estarían dispuestos a ahorrar una proporción mayor del producto. Sin embargo, el nivel de producción y, por ende, de ingresos de las familias, depende del nivel de tasa de interés. Cuando las tasas de interés suben, menos proyectos de inversión se vuelven viables, y se cae el consumo a crédito. La baja del consumo y la inversión terminan generando una caída de la producción y, finalmente, en los ingresos de las familias y empresas.

Los menores ingresos disponibles reducen la masa de los recursos sobre la cuál se puede ahorrar. De esa manera, las mayores tasas de interés podrían terminar disminuyendo la masa de ahorros de la sociedad. Es más, si el empobrecimiento de la población llega a niveles alarmantes como los actuales, las familias se pueden ver obligadas a reducir también el porcentaje que ahorran de sus reducidos ingresos. Así, las altas tasas de interés pueden terminar induciendo no sólo una menor masa de ahorro, sino que las familias y empresas reduzcan el porcentaje de sus ingresos que ahorran, ante la necesidad de utilizar sus menores ingresos para cubrir gastos indispensables.

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