A Mariana Gómez la conocí en 2014. Tres años antes del brutal episodio con la policía porteña en el domo de Constitución, que derivó ahora en una condena ridícula, lesbodiante y misógina. La conocí a ella y a sus dos hermanas, Maira Gómez, y Luana Sosa, por el horror que habían sufrido en su propia casa, en Olavarría, de parte de la pareja de su madre y del padre de él. El horror para las tres niñas fue eterno: se prolongó durante más de una década, en los que el padrastro –de la menor era el padre biológico-- las manoseaba, cuando dormían, se duchaban o se lo cruzaban en la casa, y se masturbaba delante de ellas. Siempre a solas. Ninguna de ellas sabía que a la otra le sucedía lo mismo. A Mariana, además, el abuelastro la violaba, en la casa de él, en su auto y en un hotel.
Pero la justicia no le permitió a Mariana y a sus hermanas contar en un juicio oral ese desgarro sin fin en sus vidas, que ellas quisieron poner en palabras. El Tribunal Oral en lo Criminal de Azul N° 1, benefició a sus violadores, el electricista Guillermo O. Sosa –concubino de la madre durante 14 años—y a su padre, Osvaldo Víctor Sosa, con un juicio abreviado y los condenó a ocho años de prisión por abusar sexualmente de las chicas.
Al abuelastro, la condena fue además por violar sistemáticamente a Mariana. Pero ambos fueron beneficiados con prisión domicilia hasta que la sentencia quedara firme igual que ocurrió con el suboficial de la Armada y padre de Rocío Girat, actual esposa de Mariana, que tuvo que recurrir a los medios y contar su drama para que se revirtiera esa medida y el militar fuera trasladado a una cárcel.
A Mariana y a Rocío las unió el amor y el espanto, como ya conté, cuando sucedió el episodio del pucho y del beso, en esta crónica en 2017 .
Lo que deja a la luz el ensañamiento que sufrió Mariana con el proceso judicial que la termina condenando a un año de prisión en suspenso, sin pruebas que lo justifiquen, es todo lo irracional que puede ser el sistema judicial: no la quiso escuchar para que ella y sus hermanas describieran lo que dos machos son capaces de hacer con cuerpos infantiles, pero sí se apuró a sentarla en el banquillo de los acusados y someterla a un juicio por una situación que podría haberse resuelto en el momento en que ocurrió: la policía le decía que apagara el cigarrillo, y una vez que lo terminaba, cada cual seguía su camino.
“Cada vez que lo veo me paralizo y a veces creo que fue en vano llevar adelante las denuncias. Lo que nos pasó a nosotras le puede pasar a cualquier criatura en la ciudad”, me dijo en 2014 Mariana Gómez, porque el viejo que la violó “casi todos los días desde que tenía 14 años hasta el 20 de febrero de 2012”, según consta en la sentencia, se lo cruzaba por las calles de Olavarría. En ese momento Mariana tenía 21 años y vivía en esa localidad bonaerense. Dejó atrás aquella historia de terror y la policía y la justicia porteña la volvieron a violentar: ahora la violación fue institucional.
s“Las tres hemos tenido intentos de suicidio por todo lo que vivimos. Yo me cortaba los brazos. Empecé a consumir drogas cuando tenía 13 años para poder soportar lo que me pasaba. Ninguna de nosotras sabía que a la otra también le hacían lo mismo. Y no lo contábamos porque ellos nos amenazaban diciendo que algo malo le iba a pasar a mi mamá”, me contó Maira Gómez, en 2014. Fue su hermana menor, Mariana, quien pudo romper ese cerco de silencio y horror: el 24 de febrero de 2012, a los 19 años, después de ser accedida carnalmente una vez más por Osvaldo Sosa, el padre de Guillermo, le contó a su mamá. Y la mujer llamó a sus otras dos hijas y les preguntó si ellas también habían sido abusadas sexualmente. Inmediatamente realizaron las denuncias en la Comisaría de la Mujer y la Familia de Olavarría, donde vivía la familia. En septiembre de ese año los dos hombres fueron detenidos. Estuvieron algunas semanas presos en la unidad de Sierra Chica. Hasta que solicitaron prisión morigerada –Guillermo por ser único sostén de familia y Osvaldo por tener diabetes crónica–. Se la concedieron, haciéndose responsables de su cumplimiento familiares directos. Los dos imputados llegaron al juicio con ese beneficio. Después vino la condena. Pero con la prisión domiciliaria para el mayor de los dos.
A ella por besarse con su esposa y fumar un pucho, le aplicaron un año de prisión en suspenso. ¿Me lo explican?