Una tardecita mi abuelo se sentó en la puerta de su casa y se despidió de las obligaciones. Tendría algo más de cincuenta años. A partir de allí  hizo cada día lo mismo hasta que murió, casi cuarenta años después. "Adiós, don Antonio, no hay más como usted", le decían los vecinos al pasar, a lo que él respondía: "Había otro pero se lo comieron las hormigas". ¿Adónde fue  a parar ese mundo sencillo y pacífico? ¿Qué guerra, de las formales o de las otras, hubo en el medio para que en tan poco tiempos nos hayamos vuelto gente apurada, agotada, cansada todo el tiempo? Hace una década yo me juntaba con amigos a jugar al ajedrez dos veces por semana, hoy apenas logro levantar la cabeza para hacerme cargo de los compromisos urgentes. El resto del tiempo es arrastrar los pies para no quedar mal ante el resto, que está tan cansado y aturdido como yo, o más, porque yo llevo la sangre de mi abuelo y un día de estos me siento en la vereda y chau Chiabrando.

Dos probables respuestas. Una: el cambio se dio cuando el mundo se volvió un pañuelo de tanta comunicación y eso nos obliga a estar en dos lugares a la vez, como mínimo, porque quedarse quieto es desperdiciar la oportunidad de hacer o de ver algo nuevo. Dos: o cambió cuando dejamos de ser ciudadanos para ser consumidores. Y ser consumidores implica el tiempo que lleva ganar la plata para serlo y el que lleva gastarlo para serlo definitivamente.

Pero el cansancio no es sólo físico. Es también moral, o existencial. La injusticia cansa. Ver preso al tipo que roba un paquete de galletitas pero no al banquero que estafa a todo un país, cansa. Luchar contra la estupidez cansa. Cansa vivir la vida devenida un meme, luchar contra valores falsos, contra ideas groseramente erróneas. Y enfrentar la ignorancia de algunos cansa más que trabajar doble turno. Luchar contra los que no se enteran y no se enteran de que no se enteran, cansa. Y cansa ver que no les importe ser descartables, los peones, los primeros que caerán. Y más cansa aceptar que ya no serán compañeros de lucha ni socios en ninguna revolución. Y uno -qué tonto- tratando de que tomen conciencia. Eso también cansa.

Lo peor es que correr y saltar, vivir cansados, no garantiza una vida mejor. Ni casa ni auto, ni viajes. La mayoría del tiempo corremos para sobrevivir. Para cumplir con las obligaciones. Nos saturaron de información, de obligaciones, de artículos a poseer, de lugares a visitar, de ¿progreso? Deseamos más de lo que podemos vivir y disfrutar. La vida moderna está organizada en base a la productividad, obvio. ¿La felicidad y la paz? Te la debo. Qué felicidad puede existir en levantarse a las seis de la mañana porque los chicos entran al colegio ¡a las 7,30!, cosa antinatural si las hay. Quién fue el hijo de puta que inventó ese sistema. ¿No tuvo un abuelo como el mío, acaso?

Lavorare stanca, decía el poeta. Es la consumación de la vida moderna que Chaplin describió en ese pobre diablo que no podía rascarse la nariz sin dejar pasar una tuerca sin ajustar, lo que era un problema para sí mismo, pero que a la vez comprometía el trabajo de los otros. O sea: fallaba y a la vez se volvía un carnero. Es que el sistema es perfecto en su hijaputez. Y si esa película se volvió una realidad, las películas más pesimistas de hoy se harán también realidad. Los ricos ya deben estar planeando -o construyendo- countrys en el cielo, para dejarnos acá, en este un mundo contaminado, caro y cansador.

Antes, el sistema se sostenía en media docena de ofertas: comida, muebles, casa, auto, vacaciones en Córdoba. Hoy hay cientos para cansarte y otros cientos para descansarte. De nuevo: corrés para tener y corrés para ir a una playa a descansar de esa corrida. Luego correrás  para pagar ese viaje de ¿descanso? Para colmo, cambiaron esos tótems sobre los que se basaba esa vida sencilla que vivió mi abuelo. La familia, por ejemplo. En esa época era una piedra basal agrupada en el amor y a veces -hay que decirlo-, en el hábito o en la crueldad. Hoy ese modelo voló por los aires y cada familia es una atomizada referencia desperdigada en el mundo entero. Quererla, cansa. Estar conectado con ella cansa más.

Ahora tratemos de ver el lado bueno. Por ahí tanto cansancio podría ser el incontrolable deseo del ser humano de cambiar el mundo, la lucha interminable por hacer un mundo mejor para nuestros hijos. Pero si eso fuera cierto, estaríamos cansados pero satisfechos de haber logrado cambiar algo. Y lo único que crece no es la justicia, sino nuestros compromisos y deudas, y nuestra necesidad de correr para pagar, primero la deuda, luego los intereses, luego el viaje para descansar, y vuelta a empezar.

Dice Byung-Chul Han (que tiene un libro sobre este tema): "Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando; es la pérfida lógica del neoliberalismo…". Sabés que pasa, chino, le contesto yo al coreano, es que el mundo espera demasiado de nosotros. Está ahí, demandando todo el tiempo. "¿Quién es el mundo?", me pregunta el chino en alemán. Lo que está afuera de cada uno de nosotros, le digo yo en argentino. Y ahí caigo. Acabo de entender que nosotros somos el mundo para los otros. (¿El infierno son los otros?) ¡Qué horror! Somos ese mundo que exige y censura a los otros porque ya no soportaríamos a alguien que a los cincuenta años se siente en la puerta de su casa a dejar que la vida fluya sin más ambición que ser saludado por los vecinos. Lo veríamos como un vago. Basta con ver la opinión que suele tener la gente de artistas, artesanos e intelectuales. Ni hablar de lo que piensan de aquellos a los que les fue mal y reciben una miserable ayuda del Estado. 

Y para colmo está eso que ahora se llama binge watching, es decir darse esos atracones de series tan típicos de hoy. Descansar, mirando una serie como respuesta al cansancio, es otro tipo de cansancio. ¿Entonces? ¿Nos cansamos para producir y consumir y nos cansamos por descansar de ese cansancio? El resultado es docilidad, pura docilidad de nuestra parte. Clinc, caja para los hijos de puta que dominan el mundo. ¿Hay alguien que quiera cambiar esto, que trabaje para eso? Quizá los grupos antisistema a los que creo que habría que prestarles más atención. Más allá de eso, si había alguien, como diría mi abuelo, se lo comieron las hormigas.

 

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