“La Argentina no es como Venezuela. ¡Les ganamos! Si hubieran estado los K, les entregábamos el partido”. El decano de la facultad de Sociales de la Universidad de Estocolmo delira, transformado en un hincha peculiar, influido por la Vulgata macrista. Tomó demasiado Cabernet en la casa de su discípulo, el politólogo sueco que prolonga su infinita tesis sobre la Argentina. 

Al llegar, el gran profesor padeció una desilusión. Anhelaba llevar a la Casa Rosada sugerencias para el Decálogo de políticas públicas lanzado por el oficialismo tiempo atrás. La amplia convocatoria incluyó al gobierno sueco que lo derivó a la Universidad. El decano dirigió un equipo de académicos que respondió a los ítems, con probidad y estudio. Pero la iniciativa, como tantas otras movidas del macrismo, era pirotecnia. Minga de reunión, entonces. El decano se sorprendió pero conserva empatía con el macrismo así más no sea para pelearle al politólogo que milita en la oposición.

La tirria se combina con la sospecha. El detective Kurt Wallander que se vino clandestinamente investiga al tesista y a su pareja. Entre otros ítems escudriñan los gastos de la pelirroja ex progre (que ahora es fernandista-fernandista). La Facultad la subcontrató y la muchacha informa sobre las presentaciones del libro de Cristina. Rehúsa viajar en empresas low cost, aduciendo motivos ideológicos.

Amén del buen vino, al Decano lo marean las operaciones de la política doméstica. La difusión de escuchas ilegales por radio y tevé lo asombra, también. En Escandinavia, maquina, las reglas republicanas son diferentes. No se conocen periodistas que notoriamente trabajen para los servicios de inteligencia. Si existieran, está seguro, serían repudiados por la sociedad civil y las Academias de la actividad.

La noche de Buenos Aires lo enamora, se va aquerenciando. Y el fútbol lo conmueve tanto que sale a la calle cantando en voz muy alta (escena inimaginable en sus pagos) “Brasil, decime qué se siente”.