Pasada de moda, la relación entre box y escritura constituyó un tema importante de la cultura letrada durante años. Claro, eran épocas donde el escritor era otro, o por lo menos, su figura pública notaba capacidad de intervención hacia el complejo social, y sobre todo al fenómeno popular que expresó el deporte en las primeras décadas del siglo XX.  También, pensando de forma modesta, el escriba en su carácter de sedentario perpetuo exhortaba vitalidad, fuerza, vigor, aunque más no sea desde la contradicción de su escritorio y frente al papel. Así nacieron producciones y personajes extraordinarios, desde el paradigmático cuento Los asesinos de Ernest Hemingway, pasando por Torito de Julio Cortázar y concluyendo, por lo menos en nuestro país, con el entrañable boxeador Rocha, pintado por Osvaldo Soriano en Cuarteles de invierno, entre otros. Pero nada en la historia sintetizó más la simbiosis de las actividades como el concepto proferido por Roberto Arlt en el prólogo de Los Lanzallamas, el de entender a la literatura como un "cross a la mandíbula".

   La idea, inscripta en las líneas que anteceden a la novela publicada en el año 1931, refiere en palabras del autor: "El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y que los eunucos bufen". Ahora bien, ¿por qué cross y no otro golpe?; habida cuenta además del citado, el boxeo esgrime una cantidad que bien pueden enumerarse de memoria: el Directo de izquierda, de derecha, el Recto, Swing, Gancho o el Hook entre los más ejecutados. Exactitud, a decir verdad, que el autor no explicó y por lo tanto permite conjeturas; de ninguna manera certezas.

   El golpe señalado por Arlt, según los entendidos, es el más letal del boxeo. Realizado sin abrir los brazos, requiere la coordinación de hombros, cintura y piernas. El impacto se ejecuta muchas veces retrocediendo, con puño derecho o izquierdo. Una comparación osada del escritor, sobre la  figura del nobel o recién venido al mundo de la cultura, en ese entonces edificada por una elite. Una incitación decidida a integrantes de las clases populares al acto de la creación, en la representación del castañazo categórico: "Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el procedimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte, sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están a uno dictándole inefables palabras". Párrafos que hoy repican, convirtiendo en mera estudiantina cualquier proclama artística, no solo en la Argentina, sino en el vasto mundo. Valga el recuerdo a ochenta y ocho años de la puesta en plomo de los mismos.