Un domingo soleado en el Paraná, cerca de la arboleda de tipas y jacarandás que sin saberlo pintan un paisaje en la barranca a la altura de Bulevar Oroño, unas aves revolotean indicando la presencia de peces en el agua. Al rato suben unos pescadores, probablemente un padre con dos hijos, por la hondonada que desemboca en el jacarandá. Pliegan sus cañas, saltan la baranda del parque y se integran a la muchedumbre de ociosos que toman mate o fotos, tal vez sin saber que a pocos pasos de allí el arte rinde homenaje al río que los nutre.
Con curaduría del prestigioso intelectual paraguayo Ticio Escobar (Asunción, 1947), la muestra colectiva "Dos museos y un río" reúne hasta octubre una selección de obras de las colecciones del Museo Castagnino y del Macro en una de las más hermosas puestas que jamás se hayan visto en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Oroño y el río). La exposición constituye el kilómetro 304,8 de la segunda edición de BIENALSUR, un proyecto que desde la Universidad Nacional de Tres de Febrero busca generar una red global de colaboración asociativa institucional, y también forma parte de la 14ª Bienal Internacional de Arte Contemporánea de Curitiba, una de cuyas sedes oficiales es el Macro.
Con exquisita sensibilidad, el curador reitera el motivo fluvial en una vasta diversidad de lenguajes que convergen en un mismo efecto sutil: el de hacer perceptible, como experiencia estética, la arquitectura misma de un museo de arte contemporáneo que a su vez enmarca al paisaje de la ribera. En palabras del texto curatorial, es un museo tan distinto de la caja blanca modernista como distante del "templo" del siglo XIX. Su función se vincula a un presente en que el arte trabaja los límites entre su propia esfera y las de otras prácticas.
Recorrer los siete pisos de esta muestra, que se encuentra abierta hasta octubre y de martes a domingos de 11 a 19, es como visitar el MACRO por primera vez, para quienes ya lo conocen; como primera visita, sería el inicio perfecto. Se puede ir en el sentido que indica el curador, aguas abajo desde la muestra de video contemporáneo curada por Gustavo Galuppo en el piso 7 (y que sólo está abierta de 11 a 15), o bien corriente arriba desde el 1. En cualquier caso, recibe a los espectadores en la planta baja un grupo de esculturas blandas de Mariela Leal, Objetos parciales, que como íconos laicos en una hornacina resaltan en un fondo azul mirando al río y señalizando un punto nodal de la estructura de los silos.
La muestra es una clase magistral de lo que el curador llama "una expografía centrada en la estética del montaje". Hasta los nombres de los colores de látex usados para pintar las paredes cumplen un rol estético y semiótico, impresos en círculos sobre los ventanales que traslucen las aguas. El concepto "río" no se limita a lo geográfico sino que abarca la historia reciente y la economía local. En su búsqueda intencional de un après-coup, asociación retrosignificativa o resonancia de las imágenes de cada sala en las siguientes, Escobar logra que se hermanen, por ejemplo, los Caprichos de Goya y los Sueños de Grete Stern en un mismo linaje de exploración gráfica de mundos oníricos que se deja leer menos como surrealismo que como un realismo expandido, en aguafuertes y en fotografías respectivamente.
Es la segunda edición del proyecto que
desde la Universidad Nacional de Tres
de Febrero busca generar una red global.
Incluso las obras elegidas para denunciar desde el arte los crímenes de la última dictadura contra la humanidad portan un rasgo surreal, pesadillesco, que las vincula con algunos de los Desastres de la guerra de Goya. Las cárceles inventadas como arquitectura de ficción por Horacio Zabala son falsas propuestas supuestamente dirigidas a los tiranos que extreman su ironía hacia el disparate en diálogo con la vertiente iluminista del Romanticismo (ruinas o construcciones en el paisaje pero también la problemática jurídica del individuo). En su video Granada (2005), la reconocida videoartista Graciela Taquini edita y actúa el testimonio de Andrea Fasani para el archivo Witness de Peter Gabriel, dejando del relato de su cautiverio solamente las vacilaciones de la memoria junto a lo que irrumpe como extraño, como imposible de categorizar. Y no es lo mismo leer en medio del silencio los recortes de diarios argentinos de 1976 con noticias de hábeas corpus y cadáveres que León Ferrari reunió en su obra de arte-archivo Nosotros no sabíamos, que leerlos con la interferencia sonora del video Súper 8 (90' en loop), donde Jorge Macchi pone una banda sonora de gritos y tiros a los sanguíneos trazos rojos del celuloide no expuesto característicos de un formato cinematográfico muy usado en esa época. Frente a semejante montaje, el ¡Monstruo! que exclama un cómico pulpo del pintor Daniel García se lee como un justo graffiti injurioso pintado en un escrache, mientras que el registro fotográfico de la Construcción de un horno popular para hacer pan, por Víctor Grippo y equipo, reluce sobre un fondo verde esperanza como emblema alegórico de las utopías sociales de los años setenta.
Diseminado, un corpus de obras pictóricas de diversas épocas trae como presencia la materialidad del río: el barro en una pintura matérica de 1961 por Marta Minujin, el agua en el telón actual de Joaquín Boz. La desmaterializada pieza de Graciela Sacco arroja una sombra lúcida tan bellamente fantasmal como las fotos de archivo del piso 5, que también sirve de confortable sala de lectura. Luis Felipe Noé (que expone además en el Castagnino) evoca los delirios de las Crónicas de Indias ante un óleo del siglo XVII pintado por José de la Ribera que cuelga sobre un muro gris color "foresta quemada" y representa nada menos que a San Andrés, patrono de los pescadores.