Un bolsito y 300 pesos. Eso fue lo único que traía encima Felicitas Colina cuando llegó a Buenos Aires en 2014. En realidad, sólo venía al cumpleaños de su mejor amiga, pero se terminó quedando. Había arrancado la carrera de Derecho en Salta, pero a la mitad del primer año abandonó y se fugó a tierras porteñas sin un motivo claro. Fue un impulso. O una intuición. “Yo creo que algo adentro mío debe haber tenido un por qué, que hoy lo entiendo, pero en ese momento fue sólo porque sí. Lo sentí así y me quedé”, dice ahora la guitarrista y cantante de 24 años.

Como necesitaba laburar, empezó a ir con amigos a tocar a la línea B del subte y la buena recepción de los pasajeros hizo que ganara confianza y empezara a creer en sus virtudes musicales. “Me fue tan bien que no quise trabajar en relación de dependencia nunca más”, cuenta. “Y el subte, si bien fue la mejor decisión que tomé en mi vida, cumplió un ciclo. Fue mi escuela: tocar cuatro horas por día, aprender a manejar el cuerpo, cantar en público, llamar la atención y tener peso en lo que digo. Pero me cansó, es insalubre. Estás bajo la tierra, con todo el humo… tuvo sus consecuencias en el cuerpo, es un lugar hostil”, cuenta esta cantautora que en 2015 sacó su primer disco, Amores gatos, y luego fue convocada por Gonzalo Aloras para integrar su banda.

De a poco, esta joven artista salteña se convirtió en Feli Colina y hace un par de semanas acaba de publicar Feroza, un disco notable que fue grabado en los estudios Abbey Road, en Londres. Sí, el sueño de la piba. “Llegué a través de un concurso, fue todo muy loco, muy rápido”, dice con una mezcla de ternura y asombro. Cuando eso, ya tenía todas las canciones listas, la idea conceptual y un proyecto de banda para materializar el disco. En noviembre ganó el concurso y en diciembre ya estaba en los pagos de Los Beatles. “La experiencia fue increíble, todo lo que nos imaginábamos estaba ahí”.

Con la producción de Juanchi Baleirón, el disco fue grabado en seis días, con las mejores condiciones técnicas, claro. Pero la cosa se sustentaba con buenas canciones y mucha musicalidad. “No sé cuál de todos los condimentos geniales que tuvimos las provocó, pero en el disco conocí facetas nuevas de mis amigos tocando y nuevos colores de mi voz. Algo pasó, fue un quiebre. Creo que hay unos fantasmitas por ahí, alguna mística”, tira y deja escapar una risotada.

Si bien todas las composiciones son suyas, el trabajo colectivo fue clave para encontrar el sonido. Diego Mema en guitarra, Manuel Figuerero en batería, Agustín Colina en bajo y Baltazar Oliver en teclados se ponen la camiseta del proyecto. “Había una comunicación muy fuerte con mi cuerpo: me pedía que sacara más voz y que le hiciera señas a los chicos para que suban el volumen”, cuenta sobre el proceso de grabación. “Una comunicación a través de las respiraciones, los silencios, las pausas… estábamos muy sensibilizados”.

Es que Feroza es un disco que suena fuerte, pero a la vez está lleno de calidez y delicadeza. Es introspectivo, pero feroz. Por momentos, las guitarras y las baterías logran pasajes de alta intensidad rockera. Desde la densidad teatral de Oscura hasta el pulso rabioso y distorsionado de Mentira, el disco propone una trama sonora que sube y baja por distintos climas y atmósferas. “Fue intuitivo y natural. Es la única manera en la que concibo la creación musical: mis referencias son visuales”, dice. Hay una carga escénica y dramática muy presente en las canciones y en su forma de cantar. “Creo que tengo un aprendizaje inconsciente que me dejó mi papá, que tocaba folklore: transmitir, recitar, poder hablarle al otro”.

La carga emotiva del disco se debe a un proceso personal que atravesó en estos últimos años. “Trabajé mucho la autoestima a partir de desencantos amorosos y familiares. Todo eso me hizo cuestionarme muchas cosas”, explica. En la mitad de la canción ¿De dónde salió todo eso?, por ejemplo, recita con rabia: “Ya sabrás que no me comprometo con nada que no sea lo que siento”.  “No sé si era tan cierto en ese momento, pero lo quería decir. La familia y la pareja son dos lugares en los que uno proyecta y se refleja mucho. Entonces, vi cosas en otros que después me di cuenta que eran mías. Era indignación porque sentía que el otro no se podía hacer cargo de lo que sentía y yo sí. Pero yo tampoco, por eso no pasó. Después, algo se destrabó en mí y me empecé a hacer cargo de todo lo que sentía”.

-Fuiste sanando cosas en el proceso de creación del disco...

-Sí, sanando cosas de mi infancia. Fue un momento también en el que el feminismo estuvo muy fuerte, entonces fue una herramienta que me ayudó a visualizar muchas cosas. A las mujeres nos hacen sentir bastante vergüenza por los sentimientos que no son hegemónicos, como la envidia, el despecho o el rencor. Y esos también son sentimientos que no podemos evitar y que tenemos que aprender a canalizar. El feminismo me permitió identificar cosas que ya sentía pero que no entendía del todo. Hay muchas cosas que nos encarcelan, de los que somos hacedores y víctimas, como el patriarcado, el consumismo y el capitalismo.

Desde el año pasado, Feli también es corista de Conociendo Rusia, el proyecto solista de Mateo Sujatovich. “Por más que lo mío avance, me gustaría seguir tocando con el Ruso porque me inspira y me nutre”, aclara ella. Y cuando se le pregunta por alguna escena musical afín, menciona también a Juan Ingaramo, Francisca y Los Exploradores y Usted Señalemelo. “Me identifico porque son jóvenes haciendo música de vuelta, una gran movida de compañerismo”, entiende. Y enseguida nombra a mujeres músicas que resuenan mucho en sus días: Juana Molina, Lhasa de Sela, Chabuca Granda y Lola Flores. “¡Y Nathy Peluso y Rosalía! Fueron como las reinas del año pasado”.

* Feli Colina tocará el domingo 7 de julio a las 21 en CAFF, Sánchez de Bustamente 772.