Poco después del voto “no positivo” de Julio Cobos, en medio del conflicto que enfrentó al kirchnerismo y a las patronales agropecuarias en 2008, Gustavo Berger entendió que podía manejar una potente herramienta de discusión política: el humor. Para ese entonces trabajaba como manager del cantante Ignacio Copani y hacía sus primeras armas en el stand up. “Yo quería responder al discurso que se había instalado con la 125, que hablaba del 'campo' como una entidad autónoma que nos representaba a todos. Quería derribar ese sentido común. Entonces armé un personaje para salir al escenario y hacerlo. Todo lo que pasó después fue totalmente inesperado”, dice hoy Berger, a poco de festejar las mil funciones de su unipersonal Un rubio peronista, con espectáculos en el auditorio de la Unión Obrera Metalúrgica (Hipólito Yrigoyen 4265) en tres fechas sugerentes: 6, 7 y 8 de julio a las 21. “No me interesaban los temas triviales que se solían tratar en el stand up, salir a hablar de si te cuesta o no lavarte las manos en la canilla automática de un aeropuerto, pero veía que podía hacer reír a los demás. Al mezclar todo eso me di cuenta de que mi lugar estaba en el humor político”.
El personaje con el que Berger ya recorrió todo el país -y que cuenta con ciento once mil seguidores en Facebook- habita una en una contradicción flagrante: un rubio de Olivos, criado en los colegios más caros del país, con una familia “gorila”, que descubre su profunda identidad peronista. “¿Qué le pasa a un militante en un territorio hostil?”, dice sobre el ADN de sus shows. Su propia vida puesta al servicio del humor como punto de partida, en espectáculos que apuntan contra todos los estamentos de la política: desde las diatribas hilarantes contra Mauricio Macri, Gabriela Michetti o Patricia Bullrich (“¿Cuál va a ser la primera medida, ministra?... ¡De vodka!”), hasta la mirada crítica puesta en las entrañas del movimiento del que se siente parte.
“No me interesa hacer un panfleto, no quiero hacer un show de arenga que hable sobre lo bien que podemos hacer las cosas. Yo cuento lo que veo de manera genuina. Me defiendo con eso”, asegura Berger, que es interrumpido por el “fuerza compañero” de una mujer que entra al bar a saludarlo. “Tenemos que hablar también de nuestras miserias. Hay una parte del show que le dedico al militante enojado, que quiere que el tipo que votó a Macri pierda el laburo para que viva esa situación, y me parece un exceso. Yo lo llamo trotskirchnerista. Me puedo parar frente a cuatrocientas personas y usar el humor para llamar a la reflexión”.
Cuando lanzó su show, su objetivo era sostener doce noches con público a la gorra. Pero los primeros pasos fueron inestables. A su primera función llegaron cuarenta y dos personas. Para la segunda eran doce. En la tercera noche, apenas ocho. “Estaba desmoralizado. Pensé que ya se había terminado y decidí salir una última vez. La cuarta noche vinieron casi setenta personas. Fue una locura para mí. Lo que había funcionado fue la gorra. Dejar que la gente entre a ver lo que tenía para ofrecer, y que después circulara con el boca a boca”. Esa estrategia se convirtió en una marca registrada de su modus operandi. Desde entonces, con una popularidad siempre en ascenso que lo llevó incluso a hacer diez funciones en La Trastienda, todos los shows de Un rubio peronista fueron a la gorra.
“Mucha gente no podría venir si no fuese así. Es un esquema de teatro solidario muy sencillo. Una entrada de teatro comercial hoy sale 600 pesos. Hay gente que viene y paga eso, y así le banca al que no puede poner nada. Yo podría poner una entrada de 200, que sería una entrada popular, e igual habría gente que se quedaría afuera”, explica Berger. “Logré replicarlo a lo largo y ancho del país. El año pasado hicimos ciento setenta shows... me sentía Pablito Lezcano”.
-En los últimos años hubo una especie de “explosión” del stand up ligado al humor político, una camada de la que formás parte junto a Peroncho, Montonerísima, Thelma y Nancy, El Cadete y Standaplanera. ¿A qué se debe este fenómeno?
-El stand up en su origen tiene que ver con monólogos de humor en primera persona: no está solo para hacer reír, sino para dar una opinión. Lo que el ensayo es a la literatura, el stand up es al teatro. Ya hace veinte años que llegó a la Argentina y tuvo un crecimiento natural, con artistas que buscan mostrar una mirada original. Por otro lado hay una necesidad social de que esa opinión llegue por nuevos caminos. El humor tiene la posibilidad de hacer liviano lo pesado y pesado lo liviano. Acá podés armar una teoría conspirativa a partir del frasco del azúcar y que eso termine en una invasión zombie o al revés, agarrar un tema heavy como la dictadura militar o el hambre porque no llegás a fin de mes y convertirlo en un hecho cómico.
-En ese punto se abre el debate sobre la posibilidad de banalizar el dolor. ¿Se corre ese riesgo?
-Yo le doy muchas vueltas al texto, y si siento que puede quedar banal, no lo hago. Es un riesgo que se corre en todas las expresiones artísticas. Todo depende de cómo uno lo hace. Cuantos más riesgos se toman, mejor sale el laburo. Hay que aprovechar el humor para bajar ciertas barreras. Cuando uno se ríe no está tan en guardia y podés tratar temas más complejos o profundos de forma más amena. Hay un chiste que lo pensé mucho y lo hago siempre porque es una forma de hablar de cómo volvimos a los noventa, con el FMI instalado y donde un cana le puede disparar a un pibe por las dudas. Cuando Macri recibe a Chocobar en la Casa Rosada le dice "mi amigo, ¿cómo anda?” Chocobar le responde tranquilo “y, acá andamos... tirando”. Es algo que se puede decir en un marco de humor, y es a la vez una denuncia.
-¿Cómo trabajás la construcción del chiste?
-El objetivo es hacer reír, pero el proceso no es buscar el chiste de entrada sino buscar de qué quiero hablar. El chiste va a aparecer, el hecho cómico de cada situación. Mi profesión se emparenta con el periodismo en el proceso de saber, de informarte de un tema. No se opina a la marchanta, hay una responsabilidad con las noticias. En mi caso no hago humor de una noticia falsa. Es fácil montarse a cualquier meme o a una fake news y pegarle a Macri. Hacer humor sobre la premisa falsa. A mí me gusta tener un poco más de rigor. Cuanto más investigás, más herramientas tenés para hacer humor.
-Uno de tus comienzos más celebrados es cuando contás cómo “mejoró” tu trabajo con el material humorístico que te regala Macri. ¿Qué pasa si en diciembre gana la fórmula presidencial Fernández-Fernández?
-El show nació con Cristina presidenta. Es un humor que trata de enfrentar a ciertos poderes. En ese momento up veía que el poder real no iba de la mano con el poder político. Ahora van juntos de la mano. Igual a veces lo pongo en juego en el escenario: “No lo derroquemos todavía, banquen que me compro la casa y después vuelve Cristina”. Siempre va a haber una oposición neoliberal a un gobierno más popular. También está la chance de que un gobierno popular se convierta en uno neoliberal, como pasó con Menem, que llegó prometiendo “salariazo y revolución productiva”. Bueno, el humor político siempre va a estar ahí para criticarlo.
* Las entradas para todas las funciones de Un rubio peronista se reservan en www.humorperonista.com.ar .