“A la luz de haber sido nominada para la presidencia del Banco Central Europeo, he decidido renunciar temporalmente a mis responsabilidades como Directora Gerente del FMI durante el período de nominación”. El texto, publicado en su cuenta de twitter por Christine Lagarde, conmovió y llenó de interrogantes a muchos en Buenos Aires, después de que la titular del organismo de crédito fue ubicada, con toda justicia, en el lugar de principal sostén y financista de la campaña presidencial de Mauricio Macri. Le tocó jugar el rol central para otorgarle al gobierno herido de Argentina un crédito inédito de 50 mil millones de dólares –poco después, al primer tropezón, elevado a 57 mil– para salir del abismo en que había caído, sin que el sistema financiero internacional le arrojara ni una soga de la que colgarse para no seguir cayendo. Respaldó con manifestaciones audaces la política económica oficial aun en los momentos en que se encontraba más indefensa. Impulsó la designación y respaldó a Nicolás Dujovne para que fuera el portavoz exclusivo del gobierno, resistiendo incluso los intentos por reemplazarlo surgidos desde las propias filas de Cambiemos. Macri pierde a su principal interlocutora, que aunque permanezca en el cargo por unos meses más, ya estará atendiendo las demandas de sus futuras funciones al frente de la banca central europea.
La abogada francesa Christine Lagarde migrará, probablemente a partir de noviembre, al BCE como resultado de la reconfiguración del reparto de los puestos de mando en la Unión Europea, tras las recientes elecciones parlamentarias en el viejo continente. Como resultado de esos cambios, la actual ministra de Defensa de Alemania, Ursula von der Leyen (conservadora) presidirá la Comisión Europea (cuerpo ejecutivo de la UE), cargo actualmente ocupado por Jean Claude Juncker (luxemburgués), el mismo que aparecía abrazado a Macri el viernes celebrando la firma del preacuerdo por el TLC entre Unión Europea y Mercosur. La distribución de los cargos principales también favoreció a Christine Lagarde, actual directora gerente del FMI, nombrada sucesora de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo. Ambas designaciones, que recaen sobre figuras políticas de centroderecha, marca la señal de los resultados de las recientes elecciones parlamentarias en Europa. Ambas candidatas contaron con el aval de Angela Merkel, jefa de gobierno de Alemania.
Lagarde, abogada de profesión, es considerada en esos cenáculos internacionales, una dirigente política más que “un cuadro técnico”. Así lo indican sus antecedentes en la política de Francia, tanto como el ejercicio de su rol al frente del FMI, al que llegó en julio de 2011, en medio de cuestionamientos al organismo por su responsabilidad manifiesta en la crisis financiera de 2008/2009. No obstante esos señalamientos, el FMI mantuvo sus políticas de ajuste a cambio de los programas de rescate, teniendo a Grecia como principal ejemplo de intransigencia en sus políticas, al tener que enfrentarse, en 2015, a un gobierno de izquierda recientemente asumido como el de Alexis Tsipras. Incluso con un referéndum a favor del rechazo de las políticas de recortes fiscales y ajustes sociales, Tsipras terminó resignando posiciones y optó por continuar con los programas de austeridad iniciados en 2011. Fue un triunfo de Lagarde, que impuso en Grecia las políticas que reclamaban los bancos de Alemania y Francia, acreedores principales. Fue el fracaso de Tsipras, que con su partido, Syriza, probablemente sufra una derrota en las urnas la semana próxima, frente a su viejo rival de derecha.
Mientras el Fondo informó este martes que el actual vicegerente, David Lipton, asumirá las funciones que deje Lagarde “en forma interina”, desde el ministerio de Hacienda del gobierno argentino anticipaban que “no cambia en nada ni la relación con el FMI ni el acuerdo”, aclarando que “la relación es excelente con Lagarde, pero también con David Lipton”. El por ahora número dos y futuro titular interino, Lipton, es el representante de Estados Unidos en la dirección del Fondo. Como tal, muchos lo consideran “la carta fuerte” en el mazo que conduce el organismo. De hecho, en el caso del salvataje a la Argentina, se sabe que la opinión del gobierno de Estados Unidos, transmitida por Lipton, fue “central” para definir el respaldo al gobierno de Mauricio Macri. Lagarde acató y ejecutó, más allá de las objeciones de los cuadros técnicos.
Lagarde se constituyó, desde entonces, en figura clave en el comando de la economía argentina. “El acuerdo con el FMI fue el respirador artificial que recibió el gobierno argentino para disimular el default y, en la práctica, agravarlo y posponerlo, transformándolo en un instrumento de extorsión sobre el próximo gobierno”, postuló Claudio Lozano, economista de la CTA, dirigente de Unidad Popular y ex diputado nacional, en un informe del último fin de semana. “El próximo gobierno recibirá una concentración de vencimientos impagables junto a un riguroso control sobre la política monetaria y cambiaria, así como también el compromiso de llevar adelante un conjunto de reformas estructurales que involucran la Carta Orgánica del Banco Central, y las reformas laboral, previsional y tributaria”, explica más adelante en el mismo documento.
A favor del FMI, hay que decir que hizo lo que el gobierno no hizo: se juntó con referentes de la oposición para escuchar sus planteos contra el programa del Fondo. El año pasado, Alejandro Werner, representante del organismo para el Hemisferio, se había sentado frente a frente con Axel Kicillof. Este año, lo hizo con Alberto Fernández primero, y con Roberto Lavagna después. En todos esos encuentros recibió el mensaje de que el acuerdo es incumplible y un futuro gobierno deberá revisar las metas y reestructurar los vencimientos de pago del crédito para poder cumplir.
Los representantes del Fondo se retiraron de cada reunión estrechando la mano del entrevistado y agradeciendo la amabilidad de haberlos recibido, sin grandiculocuencias. Un gesto que es una marca de la política de Christine Lagarde, que le dio una fachada diferente a una política que, en términos de las finanzas y los círculos de poder internacionales, sigue siendo la misma. Las políticas monetarias, cambiarias, financieras y de administración pública siguen repitiendo la misma receta, en 2001 y en 2018/19 aquí, como en Grecia de 2011 a 2018 en forma ininterrumpida. No es eso lo que necesitan los países deudores, pero es lo que sí necesitan los acreedores, que no exigen que, además, haya un presidente de la Nación que declare públicamente que espera que su país “termine enamorado de Christine”.