Todas las culturas fueron sensibles a los eclipses y crearon una mitología en torno de ellos, explicándolos como mensajes de los dioses o consecuencia de sus amores o peleas.

Hace cinco mil años, los sacerdotes caldeos conocían la trayectoria de los astros al punto de poder predecir con precisión la fecha de los eclipses, a los que atribuían un significado de desgracia y malos presagios. Únicos expertos en los secretos del cielo, estos primeros astrónomos se valían de su saber para atemorizar a la población, aumentando su poder e influencia. Decían que podían adivinar cuándo el sol se ocultaría detrás de la luna y cuándo la luna desaparecería del cielo, cubierta por la sombra de la Tierra. No sabemos cómo los caldeos denominaron al fenómeno, pero en los ejércitos de Esparta y Atenas, dos mil quinientos años después del auge de la civilización caldea, se llamaba ekleipon a los desertores, palabra derivada de eklipsis, que significaba abandono o desaparición. A medida que los griegos avanzaron en el conocimiento de los astros, tomaron esta palabra para designar la periódica desaparición del sol y de la luna. En efecto, el verbo griego ekleipsein significaba ‘abandonar’, ‘dejar’, ‘desertar’.

En la descripción de antiguos eclipses se advierte, en general, que no sólo se cita la desaparición del Sol, sino que también se pone de manifiesto la oscuridad que sobreviene inmediatamente. Herodoto, por ejemplo, nos cuenta en su Historia un eclipse solar que tuvo lugar en Sardes, la capital de la antigua Lidia, situada en Asia menor. Apenas partió de allí Jerjes para emprender la campaña contra Grecia, afirma, el sol, dejando su sitio en el cielo, desapareció aunque no había nubes y estaba despejado, de suerte que el día se convirtió en noche. Este eclipse fue calculado. Ocurrió en el 478 a.C. Plutarco, en su obra Vidas paralelas, nos cuenta como el general tebano Pelópidas, que se distinguió por liberar a su patria del yugo espartano, fue testigo de un eclipse total de sol antes de partir hacia una batalla. Muchos de sus soldados, cuando observaron que el sol desapareció y en pleno día la oscuridad se cernió sobre la ciudad, se atemorizaron al punto de no querer participar en la lucha. Este eclipse ocurrió en el 365 a.C.

En La Odisea, uno de los versos del vigésimo canto, describe un eclipse solar ocurrido el 16 de abril del año 1178 a. C., el día en que Ulises regresó a su casa para matar a los múltiples pretendientes de su esposa Penélope, a quien había dejado abandonada al partir en su viaje. Ulises tardó diez años en regresar a Ítaca tras la guerra de Troya. Es durante esta última fase del poema que Homero alude a un eclipse total de sol: "El sol se ha borrado del cielo, y una oscuridad invade la mala suerte del mundo".

Para los habitantes de la Grecia antigua, los eclipses de sol eran un signo de la ira de los dioses y una manifestación de su descontento con el hombre. También se pensaba que eran el presagio del desastre y la calamidad.

Los chinos creían que la vista parcial del sol se debía a que un dragón celestial desataba su furia arrancándole un pedazo al astro rey. Para asustar a dicha bestia, los chinos procuraban hacer un ruido estruendoso que lo ahuyentara.

Según la tradición hindú, Rahu es una entidad demoníaca que consta de una cabeza sin cuerpo montada en una carroza tirada por caballos negros. Rahu persigue al sol por los cielos para devorarlo y de vez en cuando consigue arrancarle un pedazo, ocasionando los eclipses solares. Los indios tienen la tradición de hacer mucho ruido con cazuelas y sartenes para asustar a Rahu. En la actualidad, muchos no comen durante el eclipse solar, ya que consideran que cualquier alimento cocinado en este período puede ser dañino.

Algunos pueblos nativos de Norteamérica tenían una visión mucho más universal de estos eventos. Los indios navajos, por ejemplo, entendían los eclipses solares como un mecanismo del universo para crear balance, como una suerte de ley cósmica natural. Para ellos, era el momento ideal para hacer una pausa y reflexionar sobre el orden y la grandeza del universo. Para los inuit (esquimales), en cambio, los eclipse ocurrían después de una batalla entre Anningan (diosa de la luna) y Malina (diosa del sol).

En África, las tribus aborígenes también recibían los eclipses con especial interés. Los batammalibas consideraban que la luna y el sol peleaban durante los eclipses y lo interpretaban como un llamado a la paz y la conciliación. La única forma, para ellos, de detener un eclipse era sentándose con los adversarios para llegar a una resolución de los conflictos.

Los vikingos culpaban a Skoll, una criatura con forma de lobo, de robarse el sol y provocar los eclipses. Como otros pueblos, los vikingos trataban de asustar a Skoll haciendo mucho ruido.

En el México antiguo, los eclipses era el evento astronómico más esperado y temido. En estas culturas, cuya cosmovisión estaba basada en la lucha del Sol al atravesar la noche para renacer al siguiente día, este fenómeno era un mal presagio, pero también un signo de renovación.

En la lengua náhuatl el eclipse solar se llamaba Tonatiuh cualo, que quiere decir ‘cuando el sol es comido’, mientras que al eclipse lunar era conocido como Miztli cualo. Las dos civilizaciones más grandes del México prehispánico eran grandes observadoras de la bóveda celeste, conocían bien sus movimientos y sabían cuando llegarían los eclipses. También creían que durante el eclipse aparecían las estrellas demonio tzitzimime, mujeres esqueleto que volaban y devoraban a los hombres cuando la luz del sol era eclipsada por la luna. Su presencia se relacionaba con las estrellas que aparecen alrededor del Sol en un eclipse total, cuando se oculta por completo durante el día y la oscuridad reina durante algunos minutos.

Una concepción distinta es la de los aymaras, que consideraban que el eclipse se producía cuando la Pachamama y el Inti Illimani mantenían relaciones sexuales. No lo veían como un mal presagio, ya que la unión de las dos entidades era imprescindible para que el mundo siguiera existiendo. Pero sí era un acontecimiento que exigía una cierta etiqueta: no había que hacer ruido para no molestar a los amantes y no había que mirar directamente a los astros (la visión del coito de las divinidades fue severamente castigada en muchas civilizaciones, como lo demuestra el mito de Tiresias, adivino griego convertido en mujer por haber mirado cómo Afrodita copulaba con una serpiente).

La civilización actual, que explica científicamente los eclipses, no perdió la fascinación por ellos, aunque ya no les ponga poesía a sus descripciones.