Las últimas elecciones de la provincia de Santa Fe nos recordaron lo difícil que es pensar críticamente en los tiempos que corren. La posibilidad de abrir un espacio para reflexionar lo que sucede, sin prisas, se encuentra asediado. El pensar debe suceder rápido, concreto y operativamente. Se confunde así el tempo en el que éste ocurre con la forma en que este se aplica. Nos interesa abrir ese espacio de reflexión sobre el pensar. ¿Por qué nos oprimimos e impugnamos cierto pensar que demanda una temporalidad diferente a la productiva y la mediática? y, también, ¿por qué en política hay tanta premura por definirse constantemente? ¿Por qué cuando alguien se detiene en un decir crítico sobre una posibilidad se dice que eso implica aceptar la posibilidad contraria?
Esta postura ante el pensar nos recuerda la frase de Solón: "Aquel que en la guerra civil no tome partido será golpeado por la infamia y perderá todo derecho político". Compañeros y compañeras han tomado la actitud de la guerra civil, pero ¿cuál es esta guerra? ¿Entre los patria y los antipatria? ¿quiénes son los contrincantes? Queremos tomar literalmente la frase: esto es una guerra civil pero la disputa no sólo se da en planos electorales. La prescripción de definirse funciona como un mecanismo de control sobre el ejercicio de la crítica. Este mecanismo sólo admite y entiende definiciones polares de un interrogatorio macartista. Oponerse a x es aceptar y, ¡confiésenlo!
La guerra civil del neoliberalismo se desata a nivel de las formas-de-vida nos dice Tiqqun. La obligación de definirse, y con rapidez, son parte de la guerra neoliberal sobre las comunidades. Si la política se reduce a la lógica de elegir, se limitan las posibilidades de pensarla y perdemos todo lo que remite a una temporalidad mediata. Los procesos sociales se desenvuelven en temporalidades más extensas que conviene integrarlas al debate político. Si cada gesto debe ser traducido a un definirse por elegir tal o cual cosa, la política acaba pareciéndose más al mercado. Una serie de posibilidades se nos presentan frente a nuestras narices y debemos optar. En otras palabras, al elegir de este modo nos convertimos en consumidores, en clientes que han abandonado el mercado pero conservan su lógica en la esfera de la política.
Se confunde quien sostiene que el neoliberalismo sólo individualiza. O que sólo posee herramientas para gobernar individuos vueltos sobre su beneficio personal. La configuración de un individuo-masa se encuentra en el corazón de las pretensiones de los primeros escritos neoliberales. Allí se le denominaba "audiencia", es decir, un conglomerado de personas que no son percibidas como sujetos capaces de elaborar una propuesta política. Más bien, todo lo contrario, la palabra "audiencia" proviene de la idea de que este grupo sólo puede oír, sólo puede recibir ciertas opciones que vienen en un paquete cerrado.
El manual para gobernar las audiencias escrito por el liberal Walter Lippmann en los años '20 (un libro con el cual Durán Barba se sonrojaría ante el cinismo de las recomendaciones) tiene un capítulo que sugestivamente se titula Sí o No. Allí se explica de qué modo las opciones políticas para la gente deben ser presentadas como dos alternativas cerradas y mutuamente excluyentes. Al elegir una, se rechaza la otra; y, al rechazar la otra, se elige la primera. Sumado a ello, el autor mencionado señala que la temporalidad en la que se mueven estas polarizaciones es la inmediatez, pues las emociones que sostienen esta polarización se disuelven con el tiempo. En la lejana década del '20 la polarización se daba entre, por un lado, el capitalismo -en donde si bien se reconocían ciertos excesos, era presentado como la panacea de la libertad, el respeto de las leyes, la igualdad de oportunidades, etc.- y, por otro lado, cualquier tipo de colectivismo -presentado como una teratología que abarca desde el fascismo y el nazismo hasta el comunismo y el keynesianismo-.
Los contenidos pueden variar según la época, pero la búsqueda de configurar individuos-masa sigue siendo transversal al arte de gobierno neoliberal como lo es la individuación. En la Guerra Civil se confunden las máscaras con las fuerzas en disputa. Pareciera que aquí no se busca desautorizar intelectuales sino la intelectualidad en sí relegándola a mero apéndice de la lógica de la audiencia.
Hilvanado a este asunto de la intelectualidad, podemos recordar el clásico trabajo de Alvin Goldberg, que data del año 1970: La crisis de la sociología occidental. Allí advierte sobre el fuerte anti-intelectualismo en el que están cayendo las corrientes políticas de la nueva izquierda, radicales, progresistas. Señala el peligro que supone "preferir los resultados tangibles de la política pragmática a los productos intangibles de la teoría", es decir, de la crítica, renunciando así a una transformación radical de la sociedad y sucumbiendo a una de las corrientes conservadora más fuertes, el anti-intelectualismo.
En esta guerra civil, el neoliberalismo busca que la sociedad entera tome como forma-de-vida la de la mercancía, que elijamos entre sus ofertas polares para ser incluidos y que si nos juntamos sea para hacer individuos-masa. La táctica de la Guerra Civil reduce el pensamiento a su juego biopolítico. Lo encorseta y le dice qué lugar ocupa en el juego del Sí-No. Se despeja el área de toda problematización, se acusa de traidora toda complejización, queda por fuera toda reflexión social que no haya sido prevista en reductos homogéneos. Ante la mercancía y ante el oficial de policía no caben ciertas formas de intelectualidad, ajena a la normatividad.
Si hubo una batalla en esta guerra que no supimos asumir siquiera fue en este frente y por este frente tuvimos que replegarnos. La coyuntura demanda enfrentar al neoliberalismo asumiendo nuestras potencialidades de transformación. Volver a enfrentarlo con el aparato del Estado requiere de nuevas fuerzas y un análisis certero, volver para ser mejores.
Como se desprende del texto, la lógica de la guerra civil que intentamos retratar trasciende la escena coyuntural electoral. El asunto, siempre alarmante, es la forma en que el desacuerdo político transmuta en el linchamiento mediático. A estos modos nos estamos familiarizando a través, también, de las redes sociales. El escrache, así como el linchamiento social, no se detiene en mediaciones. No hay matices, no hay cuidados, no hay reparos de ningún tipo, mucho menos hay responsabilidad.
Si bien podemos pensar en ejemplos históricos en los cuales el escrache funcionó como la única herramienta de reparación, recordemos el recurso del que hizo uso HIJOS en los años noventa contra los militares de la última dictadura cívico-militar; resulta sumamente arriesgado abrazar la fórmula como modo de referir a todo aquel que parece atentar contra nuestra causa. Esta misma práctica, acaba por inscribirse en el marco del fascismo social que escala a pasos rápidos y pesados.
Michel Foucault, a modo de recetario para una vida no-fascista, prescribe la no utilización del pensamiento para dar a una determinada práctica política un valor de verdad, ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si se tratara de mera especulación. Por el contrario, nos sugiere utilizar la práctica política como un intensificador del pensamiento y el análisis como un multiplicador de las formas y de los dominios de intervención de la acción política.
Afortunadamente, encontramos diversas expresiones políticas de prácticas que se sostienen en la crítica y se erigen intensificando el pensamiento y el análisis. Sin ir más lejos, hace unos días asistimos al cierre de listas para cargos electivos nacionales que disputarán el poder en las próximas elecciones primarias del 11 de agosto y luego en las generales del 27 de octubre. Cierre que conllevó duras críticas por parte de referentes de agrupaciones feministas en base a la vergonzosa exclusión de mujeres a la cabeza de las listas a diputados (referimos al caso de las listas a diputados nacionales de la Provincia de Santa Fe). Vale recordar que estas mismas mujeres que denunciaron la conformación final de las listas son quienes integran esas coaliciones electorales. Aquí la crítica es posible y es al interior del mismo espacio. ¿Qué es lo que hace factible el enunciado de la crítica en algunos casos y no para otros?
Acompañar nuestras prácticas políticas intensificando el análisis y la crítica propios del pensamiento que las sustentan, nada tiene de purismo ideológico o teórico. Mucho menos implica un repliegue academicista. Es desde allí que es posible proyectar dialécticamente una transformación política, económica y social. Nunca la crítica debe ser condenada en nombre de la pragmática y el posibilismo. Quizás convenga abandonar la Guerra Civil y asumir el arte de la política.
PEGUES/ Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales/ UNR. [email protected]