Un hombre agoniza. Su vida toda pasa por su memoria, en un presente continuo donde él revisa y revive todas sus edades, pero nada en ella parece haber sido importante. La mujer que él ama se encuentra lejos, a diez mil kilómetros de distancia. ¿Llegará a tiempo para una despedida? ¿Importa eso acaso, a esta altura de las circunstancias?

Diez mil kilómetros de distancia (Moglia Ediciones, Corrientes, 2019), segunda novela del poeta y narrador casildense Yamil Dora, compone junto con Mandarinas, de Franco Rosso (EMR, Rosario, 2019) y con Los Cachitos, de Mariano Pagés (María Muratore ediciones, Santa Fe, 2015) un corpus novelesco provincial posible de antibiografías antiépicas, algo así como una picaresca de la quietud desesperada. La muerte irrumpe en estos tres universos contiguos como la Gran Igualadora barroca (Dora), la vengadora pasional (Rosso) o la caída abismal de un ángel borracho de alas rotas (Pagés). Pero si los dos últimos bordean el realismo mágico, la alegoría o el grotesco, el narrador machacante y obsesivo de Diez mil kilómetros de distancia se circunscribe al mundo comprobable y mensurable de la crasa realidad.

Lo narrado es también, como en los libros de los otros dos, el mundo de lo perdido, de objetos que acaso era preferible dejar ir. Son, especialmente el nuevo título y Los Cachitos (no tanto Mandarinas, redimido en parte por el amor y el crimen), performances literarias de un monólogo del varón caído, tragicómicos shows de stand up donde la voz de una masculinidad blanca subalterna se compara con el macho ganador. Que en ambos casos es un hermano, el favorito de los padres. Según la moral de clase media que ya se expresaba en la obra teatral de Florencio Sánchez M'hijo el dotor, el hijo preferido es exitoso, profesional y adinerado. El tema se remonta al mito bíblico de Caín y Abel, o al de Esaú y Jacob. Y se actualiza cuando the winner is la hermana, golpe durísimo al narcisismo del narrador que prefiere tener a su amada bien lejos: a 10.000 km de distancia. El narrador que construye Yamil Dora a fuerza de hipnóticas repeticiones (un recurso con el que alcanzó altas cotas de emotividad en su novela primera y anterior, la autobiográfica Los lindos, publicada en Buenos Aires en 2017) alterna momentos de trágico existencialismo con notas de alivio cómico cuando enuncia en lenguaje coloquial, y en un hábil estilo indirecto libre, la foto familiar. Otro recurso muy eficazmente administrado, y en un ritmo implacable, es el ir y venir entre la voz niña y la adulta, como si el tiempo al borde del final se volviera una turbulencia circular.

"Mi mamá es la mujer de mi papá. Mi hermana y mi hermano son los hijos que parecen hijos de mi papá. Yo soy el raro (…) Mi mamá se pudo ir. Vive a cuatrocientos kilómetros de acá. Según mi papá mi hermano es el más boludo de los tres. Mi hermana la campeona. Yo. El seis. Para mi papá soy el seis. Te das cuenta de que no servís para nada. En la escuela seis. Con las minas seis. (…) Por lo menos no saliste puto. Te doy plata hasta fin de año. Ponete a laburar o terminá una carrera. (…) Ahora yo soy como los campos de mi papá pero al revés. Estoy a su nombre pero no soy su asunto".

A diferencia del alcohólico pendenciero que protagoniza Los Cachitos, de Pagés, y que sale a pelear por su territorio en un patético gesto aún digno, el narrador de Dora se encuentra derrotado por completo. No parece defenderse de la mirada ajena que lo condena por perdedor y extravagante sino que la introyecta, la hace propia y la afirma. Se abofetea a sí mismo con la mano libre que le deja la escritura de su memorial de agravios. Cuenta off the record el autor que escribió esta novela en Casilda y en un momento de crisis. Que es una ficción y se inspiró para escribirla en relatos de vida de hijos e hijas de profesionales, nuevos pobres de una clase media caída en picada.

Nacido en Casilda en 1971, Yamil Dora vive en Buenos Aires, desde donde opera como gestor cultural en su provincia. Además de las dos novelas mencionadas es autor de varios libros de poesía, entre ellos Un mar que existe (Ciudad Gótica, Rosario, 2013), Un hombre encima del mar (Del Dock, Buenos Aires 2015) y El olor de las hormigas (Palabrava, Santa Fe, 2018), en coautoría con la fotógrafa Silvia Castro.