Es natural que los presidentes hablen, como lo hicieron. Y es bueno que se vean, como lo harán. Mauricio Macri y Donald Trump, además, se conocen personalmente. Cuando dice la verdad y se olvida del guión fabricado este año según el cual Mauricio no era su mano derecha sino un familiar más, Franco Macri suele contar que su hijo le ganaba al golf a Trump y que un día él le dio instrucciones de dejarse ganar. Debía avanzar en los negocios. Era la época en que el Grupo Macri quería instalarse en Nueva York para hacer fortuna en el ramo inmobiliario. Necesitaba a Trump de socio por su llegada a los factores de poder. Igual que hoy, Trump no era un outsider sino un empresario de relación fluida con funcionarios como su actual asesor para ciberseguridad, Rudy Giuliani. El mismo que, como alcalde, administró la inseguridad desde el Estado mientras la mafia lo hacía en la calle. Sacar a New York City de la lumpenización era un buen negocio para todos.
El Presidente sería necio si no usara el conocimiento personal previo con Trump. Por eso el punto clave no es ése sino qué lección saca Macri de su memoria. Ningún subterfugio alcanzó para que el Grupo Macri pudiera establecerse en Nueva York y desarrollar su potencia empresaria. Ninguna sobreactuación le garantizará a la Argentina una mejora en su desesperante y autoinflingida situación económica. Para endeudarse Macri no necesitaba a Trump. La banca internacional confía en sus ex directivos que ocupan puestos importantes en el Gobierno nacional y en la provincia de Buenos Aires. Business are business. Por otra parte, Trump no tiene motivos para cortar el negocio financiero estadounidense del endeudamiento. Más bien no cortará ningún negocio de Wall Street. Esta misma semana, para liberar recursos del sistema financiero local, atacó la regulación contra el riesgo excesivo diseñada por el senador demócrata Christopher Dodd y aprobada por el Congreso en 2010. En caso de que suban las tasas de la Fed y la Argentina deba pagar más cara su deuda no habrá excepciones. Lo dijo en su primer discurso: America first. Primero los Estados Unidos.
Si la sobreactuación prevista por la Argentina es geopolítica, conviene advertir que estos gestos a la larga son caros. El buscado desgaste de Venezuela formó parte de la charla de cinco minutos entre Trump y Macri. Al haberse convertido en un ariete contra el chavismo desde el primer día de su gobierno y exhibirlo ahora como un capital ante Trump, Macri dispara a los pies de la integración sudamericana. Con Venezuela suspendida del Mercosur por capricho (es falso que su velocidad de adaptación a las normas del mercado común haya sido lenta) son peores las perspectivas para un sexto miembro pleno ya en proceso de integración, Bolivia. Suena poco realista --“ideológico”, diría la canciller Susana Malcorra-- mendigar un acuerdo a una Europa que no compra y tener esperanzas en un México que lleva 30 o 40 años de economía complementaria con los Estados Unidos.
Entre 1989 y 1999 Carlos Menem logró erigirse en el latinoamericano distinto cuando atacó a la Cuba de Fidel Castro al aliarse con grupos que financiaban al terrorismo. Su compromiso estratégico-militar con la Casa Blanca se consolidó al enviar tropas a la Guerra del Golfo de 1991 y al convertirse en aliado extra-OTAN. El Fondo Monetario Internacional llenó a Menem de elogios pero Menem terminó la presidencia superando el 20 por ciento de desocupación, con la Convertibilidad en crisis y habiendo aumentado el déficit fiscal por la privatización del sistema jubilatorio. Una Argentina rígida no soportó la caída de Asia en 1997, de Rusia en 1998 y la devaluación brasileña de 1999.
Trump también está desmontando el acuerdo alcanzado con Irán para vigilar que no se transforme en una potencia nuclear. Acaba de ir lejos, muy lejos, en el conflicto de Medio Oriente al decir frente al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu que no necesariamente es buena y única la fórmula de dos Estados en un mismo territorio. También podría servir la fórmula de un Estado solo. O sea, palestinos abstenerse ¿La Argentina se sumará a tamaño retroceso pensando que así puede castigar mejor al gobierno anterior por el pacto con Irán? Hasta hoy ese acuerdo es incomprensible por su inutilidad. Pero que algo sea inútil no significa encubrimiento ni traición a la patria sino mala praxis política. Y es peligroso para un país pequeño como la Argentina buscar la explotación internacional de la mala praxis de otro gobierno subiendo el perfil en una zona del mundo que tiene actores temibles como el Estado Islámico.
Macri ya hizo de más antes del 20 de enero, cuando asumió Trump. Con Barack Obama firmó acuerdos que no distinguen seguridad y defensa y se alineó gustoso en la repetición de simplezas sobre el narcotráfico según las cuales el narco es la peor amenaza para la región. Hasta el secretario de Seguridad Eugenio Burzaco sostiene, realista, que en la Argentina no hay carteles de la droga. Pero según parece el show discursivo debe seguir. A ver si perdiendo la guerra del golf esta vez ganamos algo.