Nos mira porque somos lindas, por eso. L. no confía en lo que le digo pero no me suelta la mano. Apoya su cabeza en mi hombro. La señora sentada frente a nosotras en la línea B del subte, que ya sabemos, es una de las formas del infierno en la tierra, no nos quita la mirada de encima. Nos incomoda sin reparos, nos vuelve a mirar una y otra vez de arriba para abajo, dos vueltas pega y recala en las manos entrelazadas. No decide cómo le cae ver a dos mujeres con la boca roja, algo de taco y pollerita corta tomadas de la mano un miércoles a las tres de la tarde en el subte. Seguro sabe que en este país ya nos podemos casar hace rato pero igual debe estar pensando, como pensó una tía mía alguna vez, tan lindas y lesbianas. Sí, tía, justamente. Sí, señora, justamente. Nuestra lindura es para nosotras, para gozarnos en esa coquetería, porque lo que a usted le hace ruido es que podríamos ser su hija, señora, o su sobrinita, de la que está tan orgullosa, ella también puede ser nuestra novia o la novia de otra. L. que no vive en este país desde el 2016 me cuenta que hace rato no se sentía así, que no la miraban tanto cuando caminaba de la mano con otra, que se siente más observada en esta época de restauración conservadora que trajo consigo el neoliberalismo económico. Le digo que yo siempre me siento observada, que nunca dejé de pensarme bajo la vista de estas señoras. Desde mi tía en adelante y sobre todo en Buenos Aires. Calculamos las estaciones ¿hasta dónde irá la vieja chota que nos mira? Nosotras vamos hasta el final y para distraernos mientras nos atrincheramos menos como respuesta a la mirada y más como formando un escudo de cuerpos, le pido a L. que me cuente del río, de por qué tenemos un río escondido, de por qué, por ejemplo, en la ciudad donde ella vive se ve el río desde todos lados y acá hay que ir bien al norte o atravesar mucho cemento para encontrarlo. Un cuento para tranquilizarnos en el que empezamos a enumerar las ciudades que abrazan a sus aguas mientras la mujer no deja de mirarnos las manos. Es que Buenos Aires se fundó como un fuerte, el primero duró muy poco y fue arrasado rápidamente, en 1500 y pocos, y después se funda otro. Antes que ciudad, era un puesto defensivo, me dice L. con mi mano en su mano y su cara a diez centímetros de la mía. Con el tiempo Buenos Aires gana como lugar estratégico porque las aguas bajas permiten defenderse de navíos enemigos y el hecho de que sea un llano deja ver a los enemigos a caballo desde una distancia considerable. Del otro lado del llano pasillo está la señora de las miradas, blandiendo su espada de mil veces voté a Macri frente a nuestro fuerte de manos enlazadas. L. sigue hablando porque yo le aprieto el dedo gordo del pie con mi pie como diciendo no pares y ella entiende lo que estamos haciendo. La ciudad tiene una nacimiento defensivo, como la mayoría de las ciudades coloniales no estaban interesadas en mirar al río, sino en ganar dinero con el puerto, y cuando se expande se expande hacia el sur. Después la fiebre amarilla, como ya sabés, dice L. fuerte para que nuestra enemiga escuche y sepa que de estas complicidades también estamos hechas. Ya estamos más o menos por Ángel Gallardo, nos salteamos doscientos años y un par de gobiernos y finalmente es esto Buenos Aires: una ciudad que mira más a los bosques de Palermo que al Río de la Plata. Claro, es un ciudad enclosetada, una ciudad que esconde su amor por el río. Algo así me dice L. que me suelta la mano sólo por un momento para arreglarse el vestido y agarrármela con más fuerza frente a usted, señora porteña que nunca quiso un río. Qué lástima porque son hermosas las ciudades que miran al río, me gustaría salir ahora y verlo. Sería hermoso, me dice L. y las dos miramos a la señora como se debe mirar a un vencido. Algunos de sus habitantes, de esta ciudad que no mira al río, aquellos herederos de los mismos que la escondieron se conformaron con una laguna de cemento y defienden la estafa. Pretenden que sigamos escondiendo vaya a saber qué, si las manos, los besos, lo que somos o lo que queremos ser. Nosotras seguimos buscando la vista al río, y mientras tanto podríamos ir a Tigre. Sí, podríamos.
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