Empecemos por mirar otra foto. No la del beso que viene circulando desde el 2 de octubre de 2017, cuando se llevaron detenida a la chica que fumaba en la estación de subte de Constitución, la que hablaba con otra, que luego se supo, era su esposa, y con quién en algún momento de esta secuencia se dieron un beso. La noticia, o un rato antes, el pedido de auxilio que terminó en esa foto, llegó a los medios porque testigos y entorno de la pareja tuvieron miedo de lo que pudiera pasarle en la comisaría, por lesbiana. La memoria guarda en la alerta de los disciplinamientos algunas escenas clave, que para eso están. Por ejemplo, la redada en la que la policía, al final de la marcha Ni una Menos en 2016 salió a buscar chicas con pinta de insurgentes y se llevó presas a unas cuantas que salían de una pizzería cercana a Plaza de Mayo, las tuvo horas encerradas e incomunicadas a cuenta de la pinta. ¿Llevar a una persona detenida por fumar en un espacio donde muchas otras (hay videos y testigos como prueba) también estaban fumando? ¿Qué tendría de especial esta chica que estaba en infracción como el resto?
Una vez que esta historia se ha vuelto un caso emblema, algunos salieron a señalar que la foto del beso es una construcción de los medios, que aquí no está en juego la homofobia. Entonces, hagamos una prueba, suspendamos la foto por un rato y de paso dejemos descansar a Mariana Gomez y Rocío Girat de la carga obligatoria que llevan hace casi dos años. Una vida que transcurre entre tribunales y querellas, fijada en un beso que fue íntimo y se volvió viral como emblema entre el amor y la vulnerabilidad.
Miremos entonces, la foto final, como recomiendan algunos embanderados de la objetividad entre los que se anota primero y pedagógico Jorge Lanata que termina su homilía con una salvedad qe lejos de salvar las papas, muestra la hilacha: “obviamente está mal si prohibieron que se besaran dos chica… Dos chicas, dos tipos… un caballo y un conejo…”
La jueza Marta Yungano decide “condenar a Mariana Solange Gómez a un año de prisión en suspenso y al pago de las costas del proceso por el delito de resistencia a la autoridad en concurso con lesiones leves agravadas, por tratarse de miembros de las fuerzas de seguridad pública”. La foto también muestra lo siguiente: en una causa ejemplar/ejemplificadora la jueza elige dar su veredicto el 28 de julio, el día internacional del Orgullo, el mismo día en que travestis y trans organizan una marcha bajo el reclamo “Dejen de matarnos”. Pide a último momento una sala más grande para que entren más interesados que son muches y ante la expectativa general de absolución, la declara culpable. Como se ocupa de subrayarlo quienes sostienen que no hay lesbofobia, ni por besar, ni por fumar, ni por lesbiana: resistencia a la autoridad. Ahora, si ninguna de las razones anteriores tienen en la causa el peso que sí tienen en la opinión pública, y el desacato se produce ante la invitación de los policias a ir a la comisaría… ¿no estaría faltando decir por qué tenía que ir a la comisaría y por qué salió esposada de la estación de subte? Mariana Gómez debe ir presa durante un año en suspenso significa que durante un año vive con el peligro de incurrir en una) y vivir unos cuantos años más juntando la plata para pagar las costas del juicio por “desacatada”. ¡Justo esa palabra que a tantas generaciones nos alertó sobre las injusticias en la infancia desde que (milenials y centenials ponganse a googlear) García Ferré lo puso como latiguillo del inescrupuloso comisario de Trulalá para cuando se llevaba “repisporoteando pal calabozo” a un inocente. El desacato de Mariana Gómez no fue sacar una pistola, apuntarle a un policía ni bajar de un mamporro a nadie. En en el forcejeo, según ella declara, se agarró de un mechón de pelo de una policía, hecho que que en la casua figuró como “lesiones graves”.
Ahora sí volvamos a la foto del beso. Porque lo que importa de esa foto es la ilusión óptica que provoca: donde algunos ven un beso, otros ven la obligación de intervenir, la exigencia patriótica de normalizar. La primera persona que posa su mirada sobre las chicas es el guarda de Metrovías. Según él mismo dice, lo que le llamó la atención fue que una de ellas (la más grandota) estaba haciendo llorar a la otra. Esta escena construida con vaya a saber qué detalles en su imaginación, es lo que lo impulsa a acercarse y pedir que apague el cigarrillo, claramente una excusa para actuar.
Cambiemos beso, por llanto, por conversación, por la pinta, por tocarse y lo que fuere. ¿Se habría metido en una conversación de una pareja hétero de haber visto a la mujer llorando? Lo que vio el guarda en esa escena es ese fantasma que la española Beatriz Gimeno Reinoso caracteriza con tanta precisión ya desde el título de su libro La construcción de la lesbiana perversa: “las lesbianas nunca están con nosotros, sino siempre en otro sitio: en la imaginación, en las sombras, en los márgenes, escondidas de la historia, fuera de la mirada, fuera de lo imaginable, representadas siempre como un trágico error”. Ocurre que desde hace un buen tiempo, este libro ya tiene casi 20 años, este fantasma se pasea por pizzerías, se sienta en la Biela o anda en tren y cada dos por tres recibe la expuslión de mozos y guardas.
En la escena siguiente aparece el policía, que llega a avisado por el guarda y que se da el gustazo de tratarla de “pibe” y que además declara, sin la menor sospecha sobre las palabras que elige, que la chica “lo pechó”. La mujer no le pegó, ni lo arañó, ni se puso a llorar: sacó pecho ¡y no pechos!… Otra indefinición imperdonable. El policía reconoce la condicion de mujer de Mariana cuando llega el momento de “reducirla” para lo cual cumple con el protocolo, llama a la mujer policía con quien se produce la escena del mechón. ¿Qué ocurrió entre una foto y la otra? Pasaron un caballo y un conejo, y se besaron.