Hugo Elías escapó del Servicio de Informaciones el 21 de enero de 1977. Estuvo poco más de un día en ese lugar, y pudo salir por una ventana. "Siempre digo que soy un chico de suerte", dijo ayer frente al Tribunal Oral Federal que preside la jueza Lilia Carnero y logró sacarle una sonrisa. Esas horas de torturas le dejaron huellas indelebles: estuvo allí, en el centro clandestino de detención más grande de la región, junto a sus compañeros de militancia, que al día siguiente fueron asesinados. "Yo estoy acá porque tengo seis cruces, y las voy a honrar siempre", expresó ayer, con la voz entrecortada. Terminó su testimonio recordándolos por su nombre. A cada uno, le sumó el presente, con el coro de las voces del público en la sala de audiencias. Silvia Somoza, Mónica Woelfin, Nadia Doria, Gladys Hiriburu, Héctor Fluxá, Luis Ulmansky. Treinta mil compañeros desaparecidos. "La decisión de escaparme fue individualista, tendría que haberme quedado con los chicos, el dolor y la desesperación pudo más", se justificó ayer, 41 años después del día en que salió por la ventana del SI con el torso desnudo, y pidió refugio a dos mujeres, en Italia y Urquiza. La primera se asustó, pero después encontró a una segunda vecina que le abrió la puerta, le curó las heridas de la picana, le dio de comer y lo dejó dormir hasta la tardecita.

En la causa Feced III, que juzga a 13 policías que integraron la llamada Patota de Feced por delitos de lesa humanidad cometidos contra 193 víctimas, ayer dieron testimonio Carlos Fluxá, hermano de Héctor; Félix Woelfin, hermano de Mónica y Hugo Elías. Las seis víctimas por las que testimoniaron fueron asesinadas en Cafferata y Ayolas y llevadas a una fosa común en el Cementerio La Piedad. Todes militaban en Poder Obrero, en la Corriente Universitaria por la Revolución Socialista.

"Quizás yo me merecía el balazo más que ellos. Sin embargo, los

fusilaron. Igual, no murieron. Más muertos están sus verdugos".

Elías había sido presidente del Centro de Estudiantes de Psicología y participaba de la comisión del Comedor Universitario. Todo el mundo lo conocía como Lito. Lo secuestraron junto a Silvia y Mónica el 20 de enero de 1977, en el bar de Mendoza y Callao. Apenas entró, al menos diez hombres vestidos de civil se abalanzaron sobre los tres estudiantes, los llevaron a la fuerza a dos autos y entre golpes, los trasladaron a la que en seguida advirtió que era la Jefatura de Policía. "Cuando llegamos nos hacen sentar, nos tiran al piso, me doy cuenta de que no éramos solo nosotros tres porque se escuchaban gritos, después -por las voces- me doy cuenta de que eran compañeros míos. Héctor Fluxá, pareja de Silvia; Nadia Doria, que era estudiante de psicología de Villa Constitución y la compañera de Alberto Piccinini, Luis Ulmansky y después la traen a Gladys, que viene llorando y gritó 'me han violado'", rememoró ayer Hugo, quien recordó que los represores les decían "miren lo que le hicimos, miren lo que le vamos a hacer si no cantan".

Llegó su turno para la tortura. "A partir de ahí me desnudan, me hacen desnudar. El que seguía me parece que era yo, me acuestan en una cama de metal y empiezan a torturarme con picana eléctrica, especialmente en la ingle, en mis genitales y en la boca. Me preguntaban si era Lito y yo decía que no. No sé por qué, si todo el mundo me conocía como Lito. Me preguntaban por propaganda y armamentos", contó ayer y dijo que "el interrogatorio era general, no particular. Se buscaba la humillación. No había ninguna pregunta en especial. Para mí fueron horas, no sé si fueron horas de tortura". Un hombre que lo auscultaba dijo que era el momento de dejarlo descansar un rato. Recuerda haber dormido hasta que volvieron a buscarlo. "Y empieza de nuevo. Lo que me acuerdo era de una extrañeza del mundo. Uno no sabe dónde está y quiere que termine lo que está, lo que sea. Esa extrañeza del mundo me hizo inventar que al otro día tenía una cita con alguien, y logré que pararan esa tortura, ese avasallamiento odioso. No hay calificación", reflexionó ayer.

"De la tortura, lo que me acuerdo era de una extrañeza del mundo. Uno

no sabe dónde está y quiere que termine lo que está, lo que sea".

Después de la tortura, pidió que lo llevaran al baño. "La picana eléctrica produce mucha sed. Hablo por experiencia, no por cientificidad", contó. Pero tomar agua luego del paso de electricidad puede ser mortal. Igual, Hugo vació un balde que vio en el baño, lo llenó con agua del inodoro y tomó agua. "Yo no tenía ningún interés en mi vida, tenía sed". Cuando los guardias descubrieron que había tomado agua, lo volvieron a golpear.

Al día siguiente, cerca del mediodía los llevaron a él y a Fluxá a marcar a los compañeros con los que tendrían la cita, en dos autos distintos. Pero no había tal cosa. Allí pudo ver en el asiento del conductor a un hombre "adusto", que luego supo era "Guzmán", Raúl Guzmán Alfaro, que era el jefe del SI, ya fallecido. También recuerda a alguien a quien le decían El Ciego, que tenía unos anteojos muy gruesos.

Al volver, los bajaron del coche y volvieron a vendarlos, entre golpes. "Ya vas a ver, ahora nos vamos a comer y vas a saber lo que es habernos mentido", lo amenazaron.

Estaba de nuevo en la pieza con sus compañeros. Pudo hablar con Nadia Doria. "Me dice 'ahí hay luz, puede ser que haya una ventana'. Yo estaba atado, con las manos atrás, vendado. Guiñando un poco las cejas, se baja la venda y me doy cuenta de que hay una celosía. El que nos cuidaba se divertía martillándome con el revólver en la cabeza, iba y venía. Mientras tanto, poco a poco fui desatándome las tiras de las manos, que tenía atrás, y él no se daba cuenta", siguió su relato. Ahí le hizo la propuesta a su compañera: "Vámonos".

--Estás loco ¿dónde vamos a ir? -le preguntó Nadia. Y le dijo: --Andá vos, andá vos.

En un descuido, Hugo se acercó a la ventana. "No lo pensé, tuve que ir muy despacito porque había dos personas durmiendo en la habitación donde nos torturaban", siguió su relato. "La celosía estaba atada con miles de cables, pero la desesperación me convirtió los dedos en pinzas perfectas". Saltó a la calle, a un par de cuadras encontró a quienes lo protegieron, y a partir de allí, huyó. Se fue a vivir a Buenos Aires con su esposa, que estaba embarazada. No tenía documentación. Al volver la democracia, supo que tenía orden de captura en todas las comisarías del país. En octubre de 1984, con la representación de la abogada Delia Rodríguez Araya, declaró frente al juez Martínez Fermoselle, en la primera causa por los delitos cometidos en el Servicio de Informaciones que se radicó en la justicia provincial. Durante 41 años -la edad que tiene su hijo mayor- declaró varias veces. Ayer, habló de sus compañeros. "Porque eran chicos, eran puros, eran enormes en su vocación de servicio. Eran sanos, tenían capacidad, incluso sanadora. No es sólo ser criminal lo que les hicieron, es no ser humano", expresó ayer. Hugo no pudo terminar la carrera de psicología. "Me estoy tomando una revancha, con suerte me recibo a fin de año de profesor de Comunicación", dijo ayer en la audiencia.

Los ojos de Hugo son transparentes, como su sonrisa al decir que es "un chico de suerte". Cuando la jueza le preguntó cómo tenía guardados todos los recortes periodísticos de su causa, le dijo: "Es mi vida".

A Hugo, haber sobrevivido le resulta también un compromiso ético con sus compañeras y compañeros. "Quizás yo me merecía el balazo más que ellos, porque yo era más grande, el que más sabía. Sin embargo, los fusilaron. Igual, no murieron. Más muertos están sus verdugos. Estamos acá, y la responsabilidad que tienen ustedes, que les hemos dado nosotros, a la Justicia, los reivindica", apeló a Carnero, Anibal Pineda y Eugenio Martínez. "Mi vida no fue igual", remató. Y apostó a la vida. "Sin embargo, tuvimos hijos". Tres. Uno de 41, otro de 36 y una mujer de 29.

Cuando Hugo terminó de declarar, fue el momento de los abrazos con Héctor, el hermano de Carlos Fluxá, y con varias personas que lo escucharon desde el público. Después, fue la hora de volver a su casa, en la provincia de Buenos Aires, a acompañar la lucha de los trabajadores del hospital Posadas, a buscar con su auto a Nora de Cortiñas para alguna de esas actividades, a terminar sus estudios, a leer Página/12 todos los días en su celular. A seguir la vida.