Hay vida después de Avengers en el mundo de los encapotados. Pasaron apenas dos meses y medio del cierre a toda orquesta que fue Engame para que el Universo Cinematográfico de Marvel (MCU, por sus siglas en inglés) contraataque con las coordenadas principales de lo que vendrá. Que este nuevo comienzo tenga como protagonista a Spider-Man –el personaje más rebooteado en lo que va del milenio, con tres actores distintos interpretando al tímido y algo torpe Peter Parker– habla del rol central que ocupará de aquí en adelante, algo que ya se vislumbraba con el virtual nombramiento de “heredero” que había recibido de parte de Tony Stark, uno de los miembros del grupo original caído en desgracia luego de las fechorías del malvado Thanos en los que hasta ahora eran los dos últimos títulos del MCU. Con Tom Holland en la piel del hombre arácnido por quinta vez, Spider-Man: Lejos de casa funciona como película de transición, lo que se traduce en una simpleza narrativa que Marvel parecía haber olvidado.
El síntoma más visible de esa simpleza es la voluntad del realizador Jon Watts (guionista de la entrega anterior de Spider-Man) de hacer un relato autónomo. O al menos todo lo autónomo que puede ser el 23º título de una saga cuyo alcance crece tanto como una enredadera en primavera. Como si se quisiera dar una vuelta de página lo más rápido posible a todo lo anterior, Lejos de casa da cuenta del actual contexto mediante un fragmento del noticiero realizado por dos compañeros del secundario de Parker. En esa introducción queda claro que las cosas son distintas desde que Thanos hizo desaparecer a la mitad de la población del mundo por la maquiavélica razón de que “sobraba gente”, pues aquellos que se volvieron polvo en Infinity War adquirieron nuevamente una forma corpórea ocho meses atrás, luego de cinco años de haber estado vaya uno a saber dónde. Al acto de haber regresado se lo denomina aquí “blipear”, una acción que realizaron varios compañeros de Parker.
Es distinta también porque varios de los Avengers originales ahora están “fallecidos, pero no olvidados”, tal como afirma la joven presentadora del noticiero escolar. En medio de eso aparece en México un “ciclón con cara” que enciende la luz de alerta de Nick Fury (Samuel L. Jackson). Quien salva las papas es Misterio (Jake Gyllenhaal), un superhéroe proveniente de un planeta Tierra que no éste sino el de una realidad paralela. Allí, afirma, le tocó enfrentar a cuatro criaturas compuestas por los componentes elementales: aire, agua, tierra y fuego. Pudo vencer a las tres primeras; a la última, en cambio, no. Toda esa trama superheroica –mucho más directa, menos enrevesada y autorreferencial que lo habitual– se desarrolla en paralelo a otra centrada en los avatares de la adolescencia de Parker, que a modo de cierre del secundario se va de viaje por Europa con sus compañeros, incluyendo a MJ (Zendaya), la chica que le gusta pero no se anima a decirle nada.
La idea de Parker de que ambas identidades no se intersecten sirve de puntapié para algunos pasos de comedia de enredos que Watts maneja con ese profesionalismo despersonalizado propio de toda la filmografía de Marvel. Un profesionalismo no exento de babeo turístico durante los paseos por ciudades como Venecia, Londres, Praga y Berlín. Entre esas postales se desarrolla el arco dramático de un protagonista que aceptará su destino. El resto es fórmula conocida: secuencias de acción a gran escala; un villano sin muchos matices pero que, a diferencia de los anteriores, no busca destruir el mundo sino venganza; y una escena pos créditos que muestra que los Avengers, aunque con nuevas caras, todavía tienen kilómetros de hilo en el carretel.