“¡Los que tienen que ir presos son los pedófilos, no nosotras!”, fue lo último que dijo Marian Gómez antes de que la jueza Marta Yungano –que la condenó a un año de prisión en suspenso más costas a su cargo por resistencia a la autoridad y lesiones leves– se retirara de la sala de audiencias sonriendo. Hoy, los fundamentos de esa condena se conocerán al mediodía. Marian y su compañera Rocío Girat estarán juntas para escucharlos y desde la calle muchxs más las van a acompañar para expresar una lectura del fallo que va más allá de la argumentación técnica. “Lesboodiante”, esa es la calificación que circula de boca en boca y por las redes sociales de la decisión de Yungano, quien, al igual que la policía en los hechos que se juzgaron, trató a Marian en masculino durante el juicio oral. “Lesboodiante”, porque niega el abuso policial que significó que se la detenga, esposada y con violencia física, por estar en el domo de la estación Constitución, besándose con su compañera y fumando un cigarrillo. Marian es –según la misma Rocío–, “la lesbiana visible de la pareja” y fueron contra ella. No importa que haya apagado el bendito cigarrillo, no importa que no merezca una detención una contravención simple como fumar donde no está permitido. Marian encarna una identidad amenazante a la que había que disciplinar por la fuerza y así se hizo. Y ese disciplinamiento es el que avala el fallo con la condena. No hay chance de resistir el abuso, la consecuencia es la prisión en suspenso y la deuda de las costas del juicio que tendrá que pagar si la sentencia se confirma en las instancias de apelación que siguen. La decisión de Yungano es contra Marian Gómez, y es a favor de un modo del accionar policial e institucional que rubrica la doctrina Chocobar y se cobra vidas a diario. Pero también es contra todas las que encarnan cuerpos lesbianos o leídos como lesbianos. “Yo le clavé todas mis uñas al policía para que suelte a Marian y sin embargo en el juicio dice que yo me porté impecable, ¡es una mentira! pero es tan patriarcal todo que ni siquiera ven que yo me defiendo”, se queja Rocío con su pelo largo y sus rasgos delicados para subrayar la mirada estereotipada que a ella le niega hasta la existencia de sus actos y a otras las sobre expone.
¿Qué recuerdan del día en el que sucedieron los hechos que fueron juzgados por Marta Yungano?
Rocío: Uy, ese día fue terrible. Primero que ya veníamos mal de toda la mañana, porque yo ya sabía que para la semana siguiente tenía el juicio contra mi progenitor por las amenazas que él nos había hecho a mi mamá y a mí hacía tres años en Tribunales y además porque tiene una página en Facebook desde el penal y un canal en YouTube desde donde todo el tiempo me sigue acosando hasta el día de hoy. Mi progenitor había pedido estar en la audiencia y presenciarla. Y cuando yo me enteré de eso empezaron de nuevo mis crisis, porque si bien una trata de estar fuerte, hay situaciones que la superan. Para mí, enfrentarme a la persona que me violentó es una de las revictimizaciones más fuertes que puedo llegar a tener, es una persona que no quiero ver nunca más en mi vida. Y bueno, estábamos con toda esta situación, de cómo íbamos a enfrentarlo, de cómo yo tenía que aprender a ignorar, veníamos charlando de eso, porque Marian es una persona que en ese sentido es muy fuerte, que ha estado delante de las personas que la violentaron y pudo ignorar la situación. Pudo correrse de esa sensación de que si quiere, te puede violar de nuevo.
Marian: Sí, y ahí se largó a llover y ella tenía que tomar el 12 para ir a trabajar y yo tenía que tomarme el subte para irme a otro trabajo. Y bueno, como se largó a llover y estábamos charlando, nos metimos ahí adentro.
¿Ustedes se estaban besando y vino un policía a amedrentarlas?
M: La cosa es que el policía nunca me dejó ir, porque cuando me dijo “che, pibe, apagá el cigarro”. Yo le dije que no, que yo era mujer y que además ahí no había ningún cartel, lo mismo que le había dicho antes al empleado de Metrovías. Y bueno, después apagué igual el cigarrillo, lo tiré, y cuando me intenté ir fue cuando empezó todo.
O sea que la primera agresión para vos fue que te traten de “pibe”.
M: ¡El tipo no me dejaba ir! “Pibe, quedate acá que vas a ser detenido” me dijo. Hay una escalera en el medio del domo, y nosotras estábamos al costado, y el policía estaba adelante de mí y me ponía la mano constantemente en el cuerpo, me corría. Yo le dije que no me toque más... ahí entonces vino la policía mujer, y el policía le dijo que me espose, así, directo, y yo le pregunto por qué, quería saber el motivo. Y le dije también que no, que no me iba a esposar, que me quería ir. Intenté irme para el lado de la escalera y el policía giró para aquel lado también y ahí a mí se me cayó un gorrito de lana que tenía, entonces me agaché para agarrarlo y la policía mujer aprovechó y me manoteó del cuello, y el policía me agarra del brazo, me lo tuerce bien para atrás y claro, yo de la desesperación me agarré de donde pude y ahí fue que pasó lo del pelo de la mujer policía. Pero la cosa es que el policía nunca me dejó ir.
Y ustedes, por su parte, se defendieron; Después del fallo que condenó a Marian ¿se siguen sintiendo habilitadas a defenderse frente a las injusticias que les pasan?
R: Sí, yo siento que sí, pero también creo que es tan patriarcal todo este sistema que por una cuestión de imagen ni siquiera van a registrar la manera en que yo me defienda. Por ejemplo, escuché al policia Rojo, el policía que llevó detenida a Marian, declarar que yo nunca le hice nada a él, que yo me porté impecable y eso es una gran mentira, porque yo todo el tiempo lo único que hice fue pedir por favor que la dejara de golpear, también agarré y le clavé todas las uñas para que la soltara, porque Marian no podía respirar, pero sin embargo para él yo no hice nada, y todas las lesiones que les generamos para poder irnos del lugar las remiten a Marian, que es la lesbiana visible de la pareja, entonces ahí es cuando siento muchísima impotencia.
M: Y yo me siento del otro lado, siento que sí me quiero defender de algo, como fue aquel día, soy imputada. Aunque igual tampoco me siento la “lesbiana visible”, pero bueno, me rotulan ahí también y me matan (risas). Igual nosotras dos somos así, somos diferentes en varias cosas, y creo que por eso también estamos juntas, porque en muchas cosas nos complementamos.
¿Vos, Marian, no te reconocés en la identidad lesbiana?
Yo no me considero lesbiana, entro en ese rótulo por estar casada con una mujer y yo biológicamente ser mujer, pero no me considero lesbiana. En un momento sí me consideraba así y me costó un montón porque en Olavarría, que es la ciudad de donde soy, no estaba permitido eso, todo el mundo te juzgaba. Yo me cortaba el pelo y me vestía con ropa de varón y era el “Cacho”, entonces yo agarraba y decía que me llamaba “Lucas”, me ponía ese nombre para que no me molestaran más ni me discriminaran por cómo me vestía. Pero tampoco me considero no binaria, ni intersex ni trans. Me considero “persona”, y la verdad que no encuentro otra palabra mejor que no sea esa para definirme. También me gustaría no tener género en mi dni.
Rocío: En eso somos diferentes con Marian, porque yo me auto percibo lesbiana. Estuve mucho tiempo metida en la heteronorma y en todo lo inculcado por la sociedad en la que vivimos: crecí en una familia en donde lo que a mí me habían enseñado era que me tenían que gustar los varones, y además toda mi educación siempre fue muy binaria: fui a un colegio de monjas y de curas. Y cuando la conocí a Marian fue un quiebre en mi cabeza, porque fue la primera mujer de la que yo me enamoré. Y hoy en día entiendo que el mensaje sobre la identidad es más bien político, por eso me reivindico también como lesbiana, porque atrás de eso hay una lucha enorme y nosotras hoy estamos disfrutando ese derecho, el problema es cuando te lo patean, cuando no te lo respetan, pero acá el derecho está.
¿Cómo creen que repercute todo esto en la sociedad, entre las lesbianas, entre les más jóvenes?
R: Yo creo que todo lo que pasó significa un retroceso enorme, y creo que todes tenemos que ser conscientes que esto es un adoctrinamiento, que lo que quieren es eso, y cada uno y cada una, desde su lugar tenemos que impedir que esto nos pase, porque si damos lugar al miedo, si damos lugar a escondernos, somos nosotros los que estamos dejando que los derechos retrocedan. Necesitamos pelear por leyes como la Ley Micaela, para que todes estén capacitados en cómo tratarnos, en saber nuestros derechos, en perspectiva de género. Estamos en una situación muy difícil, pero si tenemos miedo y nos escondemos, le seguimos dando el gusto a ellos.
M: También está el tema de nuestras compañeras trans, que prácticamente ninguna llega a la edad jubilatoria, que es a los 65, porque generalmente las matan antes. A mí me enoja mucho todo lo que hace el Estado. Macri es una persona muy agresiva, él es el que genera la violencia en la sociedad, en lo económico, en terreno personal... porque él es el que hace que estés enojado y enojada. Yo creo que se tiene que ir, porque hizo todo mal. Y también es uno de los causantes de que a mí me esté pasando todo esto del juicio, y de que todas estemos en esta situación.
Volviendo al tema del derecho a defenderse es algo que aprendieron dolorosamente por haberse enfrentado de diversos modos a quienes las abusaron en la infancia.
R: De chica siempre quise, a mi manera defenderme, daba indicios... no considero haber sido una violadita callada, al contrario, siempre tuve mucha rebeldía, manifestaba mucho enojo. Pero no es que siempre hablé, la terapia me ayudó mucho y la verdad es que es algo que no debería haber abandonado, porque en estas situaciones como las que nos tocan vivir ahora nos detonan a otras, y el cuerpo responde. Cómo respondió cuando el policía me empujó y me revoleó ese día y yo me oriné encima solamente porque el tipo tenía un uniforme. O como ella se desvaneció a la salida del tribunal, porque la verdad es que una quiere desaparecer de esa situación, realmente una no puede elegir, es muy loco todo lo que nos está pasando.
El tipo que te violaba de chica, tu progenitor, era un oficial de la Armada, ¿verdad?
R: Mi progenitor era de contrainteligencia, era un militar de la armada de Mar del Plata, y cuando por fin logramos denunciarlo y que lo elevaran a juicio, mi familia y yo no sabíamos lo que iba a pasar, no sabíamos si iba a ser condenado o no porque el tipo seguía trabajando, viajaba a Buenos Aires y cuando volvía a Mar del Plata todos los fines de semana se instalaba a quince cuadras de donde vivíamos con mi familia. Y cómo él trabajaba para la armada tenía todas las herramientas para hackearnos todo, sabía mis ubicaciones, sabía todo, y esa fue la tortura de mi adolescencia, porque yo no podía ir a ningún lado sin que él lo supiera, me controlaba absolutamente todo. Y en ese sentido el Estado es muy responsable del control total que él tuvo sobre mí, porque yo di indicios desde el primer momento: me escapé de mi casa, quedé internada en el hospital Materno Infantil cuando tenía 14 años, le decía a todos los médicos que mi papá era un hijo de puta, y cuando las médicas y los ginecólogos me vieron, lo único que dijeron era que yo era una paciente en riesgo y que había entrado al hospital con presunta violación, o sea tenía las paredes del útero lastimadas, y jamás me preguntaron si había sido él o quién, o qué me había pasado.
Marian, vos le gritaste a la jueza, cuando te condenó, “los pedófilos tienen que ir presos, no nosotras”.
M: Y sí, porque eso es algo constante. También pasa que durante todo el proceso ellos quedan sueltos y vos te los cruzás por la calle. Yo vivía a cinco cuadras de ellos, y ellos venían, golpeaban mi casa, y yo llamaba a la policía, porque ellos tenían prohibido acercarse, y cuando venía la policía el que había venido se iba doscientos metros porque era hasta donde no estaba prohibido, y la policía me decía “no flaca no podemos hacer nada, porque él no está rompiendo la ley…”. A mí me abusaban desde los tres años y dos personas: mi padrastro y abuelastro, padre e hijo entre ellos. Y yo recién hablé por primera vez del tema a los 19 años. Y cuando hablé hablaron mis dos hermanas también, que también eran abusadas por la misma persona que yo. Entonces mi casa fue una explosión, porque éramos tres mujeres y mi hermanito, mi mamá estaba sola. Y en Olavarría nunca nos dieron ninguna asistencia psicológica del Estado, ni un abogado, ni nada. Para ir a denunciar fuimos así, y así como fuimos nos quedamos: desamparadas. Y para colmo la policía nos miraba y nos decía: “¿Pero vos cómo estabas vestida?”
R: Claro, pasa eso, es la típica, a mí cuando fui a denunciar a mi progenitor me dijeron: “pero vos estás pintada…” porque yo había ido maquillada a hacer la denuncia ¡Tenía 17 años!
Estado ausente para protegerlas de la violencia sexual pero omnipresente para imponer cómo debe ser una “buena víctima”, cuáles cuerpos pueden circular en el espacio público, cuáles pueden incumplir una contravención, como fumar en un lugar no habilitado, sin ser esposada y reprimida de inmediato.
R: Es muy loco que tengamos que salir a hacer públicas estas desgracias para que el Estado haga algo y aún así no lo hace. Y son todas cosas que nosotras no elegimos: no elegimos que nos violaran, no elegimos que la policía venga y nos agreda, que la discriminen a ella. Pero, sin embargo, a pesar de todas esas situaciones terribles que nos pasaron, seguimos dando la cara y mostrando que nosotras no hicimos nada, o sea, que la vergüenza no es nuestra y la culpa tampoco. Y creo que desde ese lugar se ayuda a un montón de chicas más, porque un montón de personas se sienten identificadas con estas situaciones y yo creo que se empoderan mucho si nos escuchan. Lo importante es que no nos dé vergüenza decir que somos sobrevivientes de abuso sexual en la infancia, porque ya si podés poner en palabras lo que te pasó, eso te sana. Lo mismo con la situación de Constitución, hay un montón de chicas más que las levantan por supuesta “obscenidad”, que las separan cuando se están besando, hay historias de las provincias que nos llegan que son terribles también y que quedan en la nada. Yo creo que una se defiende con lo que puede, con los recursos que te vas armando constantemente, porque estamos en la misma, si vas a esperar que el Estado reaccione fuiste, quedás abandonada en un zanjón.
M: Para mí el tema es dónde te parás: si en víctima o en sobreviviente. A mí la palabra víctima no me gusta. Y aparte también me parece una patada a la autoestima.
¿Y qué significa ser sobreviviente de estas experiencias?
R: Es el desafío de levantarse todos los días, de saber que cargás con una historia pesada, de que por ahí tenés pesadillas, caricias que te remiten a situaciones espantosas, olores que te remiten a situaciones espantosas también, y sin embargo no dejarte caer en eso. Es saber que cuando ves a otras personas en situaciones muy malas, y con el tiempo ves que les diste una mano realmente con solo sentarte a hablar con ellas y también salen, eso te da fuerzas para decir: “Uy, mirá, una salió, dos salieron, no es que todas nos quedamos en ese lugar”.
M: Sí, elegir y tomar decisiones es todo. Porque, además, eso es lo que nunca nos respetaron a nosotras. Lo que pasa es que también tenés limitaciones, porque no es que en todo podes decidir y elegir, pero en las oportunidades que tenés de hacerlo lo tenés que hacer, porque sino vas a seguir siempre en la misma.
Y en ese tránsito de emanciparse, de no ser sólo víctimas sino las que denunciaron y lograron llevar a juicio a pedófilos violadores es que se conocieron.
R: Nos conocimos en un canal de televisión pidiendo justicia las dos. Ahora hace ya cinco años que estamos juntas. Fue muy raro todo, porque Marian, y esa es otra de las cosas diferentes que tenemos, es muy cruda, no tiene un filtro, las cosas que le pasaron y sus consecuencias las expresa de una manera muy real, por ejemplo lo difícil que es mirarte al espejo, bañarte, después de haber sido abusada. Y cuando la escuché hablar me movilizó tanto todo lo que dijo que no pude seguir hablando. Y así fue como nos conocimos, en esa situación.
¿Y cómo fue que pudieron quebrar el encierro al que te somete el abuso?
M: Lo que antes no hablaba hoy lo pongo en palabras. Y creo que fue así, hablando, que pude salir de eso también. Y un montón de cosas fueron sumando, terapia, todo tipo de terapia alternativas... Si no abrís la cabeza no te sirve nada, yo seguiría ahora en una habitación drogándome todo el día, mirando dibujitos y creyendo que está todo bien y que no me va a volver a pasar nada. Y eso también era una autoflagelación, que es lógico también, yo no conocía otra cosa, yo no tengo recuerdo de mi niñez o de los 19 para abajo que no sea que me despertaran con un pene en la boca, o cosas así. O de estar sentada y que alguien venía y me refregaba la chota en la espalda, o que me despertaba y el tipo me estaba violando mientras dormía. Y bueno, después a uno de ellos le terminan dando domiciliaria porque tiene diabetes, y sí, el tipo tenía diabetes pero a mí me violaba igual.
¿Cómo es la vida cotidiana para ustedes más allá de los juicios?
M: Y, en un dia mío todo depende de si tengo o no tengo trabajo. Yo trabajo en una página de Facebook que se llama “transfeministas trabajando”, un espacio para todas las disidentas, lesbianas y trans, sin discriminar a nadie, y ayuda con el tema del cupo del colectivo lgtbiq de las chicas trans, que ya se sabe que es bajísimo. Se me dio esa oportunidad y desde ahí que tengo trabajo, hago mantenimiento de hogares, así que si me llaman trato de organizarme en la semana. Y ahora también el lunes empiezo la escuela secundaria, así que voy a tener un poco menos de tiempo, porque esa es una etapa que también tengo que cerrar. Eso hago durante el día, y después a la noche llego a casa y me encuentro con ella que sale de laburar y también va para casa y bueno, charlamos, comemos y a dormir, porque trabajamos mucho, porque hoy en día lo que pasa es que vas al supermercado y mil mangos no son nada, pero para hacerlos te cuesta muchísimo, ¿cómo haces si te pagan 80 pesos la hora? No hacés nada, no comés...
R: Claro, por ejemplo a mí me pagan 90 pesos la hora. Y mi vida es medio una locura, porque por lo general tengo siempre el teléfono explotado, siempre estoy contestando mensajes, viendo la manera de hacer redes, soy la “recursera” digo yo. Y después bueno, entro a trabajar a la una del mediodía en un Galeno, limpio un Galeno que tiene cuatro pisos por escalera ¡Es una locura! Limpio 30 baños, es un montón, pero bueno, es el trabajo que pude encontrar. Y también quería militar, quería que podamos tener la ong, quería que podamos ayudar a las pibas, pero sin tener mínimamente un sustento para poder comer era imposible. Y salgo a las seis de la tarde y me voy para casa, nos vamos mandando wasap a ver qué vamos a cenar, porque el único momento que nos encontramos es a la noche, y es llegar y como tenemos cuatro caniches y dos gatas es la fiesta. Es muy loco, porque para mí los animales son algo que también ayudan mucho a salir y a recuperarte de lo que es un stress post traumático. Y lo digo especialmente por los caniches, que son muy demandantes y mucha gente no los quiere, pero para mí son una fiesta.
Y si no tuviesen que trabajar en lo que trabajan para conseguir el sustento diario, ¿qué harían? ¿A que les gustaría dedicarse?
M: Yo al deporte, algo para desactivar la cabeza. Fútbol, rugby, boxeo, atletismo, yo hice de todo y me gustan todos los deportes.
R: Yo si pudiera no hacer lo que hago me gustaría estar trabajando realmente de lo que dedico todo el tiempo de mi vida desde hace cuatro años: ayudar a pibas abusadas para que puedan tener recursos, desde un psicólogo hasta lo que sea. Me gustaría que no sea tan difícil poder acceder a un derecho, porque la realidad es que también nos corresponde tener salud mental después de lo que el Estado nos hizo, porque realmente, que a nosotras nos haya pasado todo esto en nuestra niñez, habla de una ausencia del Estado terrible, porque somos personas que fuimos al médico, al psicólogo, que nos vieron maestras...
M: Claro, a mí por ejemplo a los tres años me llevaron al psicólogo porque rompía todo y el psicólogo digo que yo hacía eso porque mis padres estaban separados, o sea yo estaba recontra abusada, y el psicólogo decía eso…
R: Es que falta que se capaciten, o sea, imaginate que si meter la perspectiva de género en la sociedad es tan difícil, meter una perspectiva de abuso sexual en la infancia, en donde uno pueda ver los indicadores que existen, y que vos los puedas detectar es todavía muchísimo más complicado.
M: Imaginate que invierten 0,13 por ciento en políticas de género. La verdad que es algo increíble...