No tiene asistente, como la mayoría de lxs artistas, cose la ropa que usa en sus obras o le encarga cosas a amigas (“es una decisión política” dice), igual que lo hacía en la época de su primera muestra en Ruth Benzacar, allá por 2004, después de estudiar pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y mientras hacía el Programa para las Artes Visuales Kuitca/CC Rojas. En ese entonces tenía 25 años. Hoy, quince años después, Flavia Da Rin habla bajito y con mucha dedicación sobre la retrospectiva para la que fue convocada por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires con Laura Hakel en la curaduría. Desde el 24 de mayo y hasta principios de octubre, Da Rin ve pasearse frente a sus ojos (nunca mejor dicho porque si alguien tematiza los ojos es ella) gente de todas las edades, un público que no acostumbraba ver mirando sus cuadros, imágenes intervenidas en las que casi siempre es ella la protagonista. Es y no es, porque la distorsión es parte fundamental de su trabajo. Muchas de sus obras no se habían mostrado acá o se mostraron en contexto de ferias o muestras separadas y llevarlas al público masivo del museo era un desafío. “La retrospectiva me gusta porque es una manera de ver cómo fue llegando el artista a determinados lugares. Está bueno reflexionar sobre la propia obra, para mí fue muy movilizador y muy profundo tener que pararme para poder explicar de qué se trata cada serie”. La gente se saca selfies con los personajes, se retratan imitando las poses, entran a la sala que hace de su cuarto y ven en la artista a alguien que juega, que impacta y también que dialoga todo el tiempo consigo misma.
En el catálogo que acompaña la retrospectiva dialogás con les artistes Diana Aisenberg y Guillermo Kuitca. Ella en un momento te dice “No sos la artista feminista” pero tu obra profundiza en temas como la maternidad, la amistad entre pibas, el ideal de belleza, entre muchos tópicos, y tiene referencias históricas a otras artistas activistas. Y siempre sos vos la que hace y la que pone el cuerpo. ¿Qué posición tomás sobre esta definición?
Creo que ella lo que quiso decir es que no soy la artista militante, porque yo sí me siento identificada con el feminismo. Pero lo que yo le decía a Diana es que no tengo militancia activa como otras artistas, como puede ser Ad Minoliti, ni estoy en ningún grupo, por eso no siento que es una proclama que yo puedo levantar pero es verdad que todo gira en torno a temas de agenda feminista. Pero yo no estoy en la calle, soy más metida para adentro.
Pero aparece hasta el aborto en una serie sin título de 2004…
Sí, es una serie fotográfica en la que ella (que no soy yo, cuando pasa hay que decirlo, es I. Acevedo) está embarazada y después se muere. Evidentemente algo le pasa, para mí era una chica que no sabía qué hacer con ese embarazo y después muere en circunstancias poco claras. Diana dice que podría morir en el parto pero para mí muere abortando.
También rescatás a artistas de las cuales vos tomás referencias y te inspirás, ¿Quiénes son ellas?
Estaba muy atravesada cuando tuve a mi segundo hijo. Y tenía ganas de hacer algo con eso porque sino, pensaba, la maternidad me iba a comer a mí y a mi obra. Necesitaba juntar esos dos mundos, entonces estaba buscando cómo darle forma a eso. Yo trabajo mucho investigando y buscando referencias y en ese momento fue buscar cuándo fue que las mujeres empezamos a hablar de este tema en el arte, a tener una voz nuestra sobre qué es la maternidad lejos del pintor que pinta lo idealizado. En los 60 y 70 había artistas trabajando fotografía y video que empiezan a crear piezas para hablar del tema. E incluso eso dentro del movimiento feminista de la época creaba ciertas fricciones entre las madres y las no madres. Por eso en la muestra está montado como una grilla medio conceptualista como si fuera una foto performance: son doce piezas de 4 x 3 y se muestran todas juntas al estilo de las conceptualistas de esa época, un poco a modo de homenaje. Annegret Soltau, Birgic Jürgenssen, Renate Bertlmann están mencionadas. Renate tiene esa pieza que es una novia embarazada en silla de ruedas con una máscara toda de tetinas de mamadera y parece que ella hacía una performance donde se escuchaba un bebé llorar y de repente se levantaba de la silla y dejaba una mancha de sangre con el sonido del llanto de fondo. Lea Lublin tiene toda una muestra de ella cuidando a su hijo en la galería, yo vi fotos de la perfo y es genial. Hay un montón, muchísimas más de las que yo nombro.
Vos decís que las mujeres en el arte de los 60 y 70 se iban ubicando en las disciplinas que los varones desechaban por menores: video, performances y foto y ahora esas son disciplinas fundamentales. Un poco eso te pasó a vos, al principio recibiste críticas por trabajar con fotografías y después lo que hacés se tornó clave en el arte de nuestra época. ¿Es así?
Sí, ellas estaban en las orillas y yo un poco también. En el 2014 tomé nota de un montón de performers, coreógrafas y bailarinas de entreguerras que van a ocupar los lugares donde los popes del arte no estaban. Ellas pasan, no sé si por estrategia o porque no les quedó otra, a dedicarse fuertemente a perfo, textiles, marionetas, danza, todas cosas que no iban a hacer la historia canónica del arte pero que en la segunda parte del siglo veinte es retomada y termina siendo muy fundacional de lo es hoy el arte contemporáneo, que tiene que ver más con lo efímero y con el cuerpo. Todo lo que hacemos ahora se lo debemos más a ellas que a ellos.
¿Y cuál es el estado del arte en relación a esa época con las jerarquías y los espacios?
Me parece que falta mucho todavía como en tantas otras áreas, creo que siguen las desigualdades pero todo el mundo está mucho más atento, más alerta. Tal vez nosotras no seguimos tanto en los márgenes pero ellos siguen estando mejor cotizados y teniendo más visibilidad. Y parece que las artistas que ya se consensúa que son grandes artistas son adultas mayores, como si recién cuando llegás a la vejez o ya se sabe que no tendrás hijos, se puede consagrar a alguien. En cuanto a las críticas que me hacían a mí, yo tal vez no me daba cuenta pero algunas colegas me hacían dar cuenta o te das cuenta que la misma crítica que me hicieron a mí podrían habérsela hecho a un varón y no. Siempre seguí produciendo pero me afectaba.
Tus obras hablan del atravesamiento del cuerpo femenino o feminizado. Hay un diálogo con el animé pero también con el photoshop y las cirugías. ¿Es buscado?
Sí, ¡y ahora con los filtros de Instagram! Estamos cada vez más acostumbradas a ser otras y otros para las redes. Yo empecé a hacerlo por esa fascinación de la juventud con el animé, los dibujitos y demás, y por otro lado, los comienzos del 2000 tenían esa cosa de creer que la tecnología nos iba a hacer mejores y nos iba a dar la posibilidad de tener otras vidas. En un momento mis obras dejan de ser autorretratos y pasan a ser el retrato de otras personas. Pero siempre algo tengo que tener porque incluso en la serie de maternidad que se llama Autorretrato tengo una peluca.
Siempre tenés referencias al Carnaval, las máscaras, los disfraces pero en la serie de “Una fiesta para sacudirse el terror del mundo”, de 2014, eso está como explotado y Kuitca y Aisenberg en el catálogo la nombran como una bisagra. ¿Es así?
Un poco sí. A mí los expresionistas me encantan, Ensor hacía esos carnavales con máscaras que vendía su mamá y después él las pintaba. Tiene una visión muy ácida de la sociedad, de la hipocresía de la noche y yo lo tomo pero a mí los carnavales también me encantan por esa suspensión de la identidad. Me parece que esa serie tiene que ver con eso: una relación con las ferias de arte (ArteBA, Basel), ese frenesí medio de feria medio de Carnaval donde todos se súper montan y todos tienen sus personalidades exacerbadas, y no solo hay una venta de la obra sino de las personas.
¿Te gusta ir?
No, ¡por eso es el terror!
Pero yo hago otra lectura. Para mí es el terror que se sacude en la fiesta por lo insoportable de la vida, pero de modo positivo, de exorcismo. Las marchas también son eso.
Bailar hasta morir: sí, también es eso. Misterio del niño muerto también tiene algo de insoportable y de hipocresía: una familia horrible que “llora” la muerte de un nene. En 2008 yo cumplía 30, ya no me sentía joven pero me decían “la artista joven” todo el tiempo. Un poco tiene que ver con el límite de las convocatorias porque visto desde ahora claro que era joven. Yo quería matar a la artista joven y por eso pensé en estas historias paralelas: un niño que enferma y muere, después es recibido por unas ninfas y tiene esa familia espantosa. La otra lectura sería que la obra muere cuando una la muestra. La obra tiene un devenir mientras que está con una, protegida, cuando la podés corregir y cambiar, pero cuando sale al mundo exterior ya no cambia más y eso es una pequeña muerte. Entierro-inauguración es la familia del niño y es el mundo del arte también (una curadora, una coleccionista, los artistas jóvenes y demás).
¿Te hacés auto bullying entre una serie y otra? Una súper explosión de color y después blanco y negro y así…
Sí. Cada una le contesta a la anterior: voy de los colores mega saturados y el formato grande al blanco y negro formato chico, como si hubiera un diálogo todo el tiempo con la obra anterior para poder pasar a otra cosa y después todo vuelve a reencarnar. 6
¿Quién es esa chica? estará hasta el 6 de octubre en el Mamba, Av. San Juan 350, CABA.