El fin del amor es un conjunto de ensayos que se construyen de modo más o menos libre alrededor de temas como la sexualidad, el deseo, el consentimiento, la belleza y la valoración masculina como trofeos supremos, la maternidad, las desigualdades económicas. Son los grandes temas que nos planteamos durante toda una vida, con la diferencia de que lo que aprendimos y pudimos construir al respecto tuvo que ver con conversaciones privadas entre amigas, reflexiones y dudas en soledad, de vez en cuando alguna lectura. La paradoja es que, al mismo tiempo que estos temas nos desvelaban, se nos hizo entender de mil modos distintos que se trataba de “cosas de chicas” de las que debíamos hablar entre nosotras, en voz baja, contrabandeando descubrimientos y en los márgenes de las conversaciones “importantes”. Es solo gracias a la masificación del feminismo que un libro como El fin del amor puede ser un besteller, y también por el tono personalísimo con el que se distingue de otras publicaciones que interpelan principalmente a las mujeres a propósito de la misma agenda.
Porque lo diferente es la posición que asume Tamara Tenenbaum como ensayista, la voz que construye y el modo en que se pone a sí misma y a su propia historia en escena para encarnar, literalmente, las cuestiones de las que habla a partir de otros textos y artículos periodísticos. Articular el yo y la propia experiencia con lo colectivo no es una novedad, pero esta posición particular de ensayista hace que la chica que escribe no se ponga por encima de su material; Tenenbaum no se presenta como alguien que sabe sino, ante todo, como alguien que está aprendiendo. La chica que intenta conversar con nosotrxs en El fin del amor no está empoderada en el sentido más banal del término, no se liberó como por arte de magia de las imposiciones y mandatos, no la tiene re clara, está dispuesta a reconocer que habla desde un lugar específico y no en nombre de todxs, como mujer joven, culta, de clase media, blanca y latinoamericana, criada dentro del judaísmo ortodoxo, con ciertos privilegios y también limitaciones, y a admitir que muchos de sus planteos son provisorios pero también necesarios.
Las consecuencias que tiene esa postura a lo largo del libro son múltiples: no hay, acá, nada que tenga que ver con lo panfletario, ningún asomo de manifiesto. No se levanta la voz para enunciar certezas sino que se elabora lentamente, al calor de la propia vida y de un momento histórico, en diálogo con otros textos, un pensamiento que en general puede pensarse en tono de pregunta. Tamara Tenenbaum dice, muchas veces, “no sé”, y otras veces dice con la misma humildad, “esto es lo que pude aprender hasta ahora”. En esa línea, El fin del amor hace y nos invita a hacer algo distinto: explora, investiga. Estudia, incluso.
Certezas hay pocas: en primer lugar, la idea de que las experiencias, deseos y prácticas de varones y mujeres en relación a cuestiones como el sexo, la construcción del género, la imagen, la pareja y la maternidad están lejos de ser cuestiones individuales. No se trata de problemas que aquejan a las más “débiles”, no empoderadas o todavía no deconstruidas, sino que constituyen la trama misma del modo en que fuimos socializadxs en esta cultura por motivos que tienen que ver con factores económicos, políticos, materiales. De allí parte Tamara para agregar una dimensión filosófica a la conversación sobre feminismos que la enriquece considerablemente, porque se apoya y arroja claridad sobre ciertos conceptos movilizantes como la idea de empatía, que define a partir de Levinas como una categoría metafísica y ética que “apunta a la desnudez del otro, su vulnerabilidad, y a mi responsabilidad frente a ella”. O la idea de la condición precaria de nuestros vínculos y de nuestro estar en el mundo, que es dolorosa pero también nos permite asumir la libertad con todo su riesgo en lugar de buscar seguridades, o abandonar la ilusión de que el feminismo hace que estemos protegidas. Por el contrario, se trata de estar paradas en la contradicción, y ver qué podemos hacer con eso.