Existe una teoría según la cual algunas películas son hechas pensando desde el minuto cero en incidir sobre el criterio de los responsables de las competencias de los festivales de cine o de decidir las nominaciones de los premios más importantes de la industria. Más allá de que, ya sea de forma sincera o con fingida humildad, los artistas muchas veces minimicen su importancia, lo cierto es que los premios no dan lo mismo. Suelen ser los productores, que por lo general representan la parte racional (y comercial) de un arte colectivo como el cine, los que admiten su importancia para garantizar un recorrido lo más amplio posible para las películas. Pero lo que casi nadie está dispuesto a admitir abiertamente es que sus películas fueron hechas pensando primero en los premios. Dentro de ese “casi nadie” se puede incluir al productor Harvey Weinstein, viejo zorro de la industria de Hollywood.
Todo lo anterior, incluyendo la mención a Weinstein, es un punto de partida posible para hablar de Un camino a casa, debut cinematográfico de Garth Davis, que este año recibió seis nominaciones para los premios Oscar. El film, basado en el libro autobiográfico del indoaustraliano Saroo Brierley, cuenta la historia del un niño de 5 años que una noche se duerme en una formación ferroviaria detenida en una estación en el extremo oeste de la India, pero que al ponerse en marcha lo lleva sin escalas hasta la ciudad de Calcuta, en la otra punta del país, en cuyas miserables calles acaba perdido. Lejos de su madre y sobre todo de su hermano mayor, quien representa la imagen masculina con la que se siente identificado, el niño atraviesa una odisea de miedos y peligros que lo llevan a terminar en un atestado orfanato, del cual saldrá tiempo después al ser adoptado por una pareja australiana sin hijos.
Un camino a casa es un film de cálculo, en el que cada elemento ha sido pensado para conmover al espectador, pero también a los miembros de la Academia que eligen las candidatas a los Oscar, siempre sensibles a las historias de superación individual en las que, contra todo pronóstico, los protagonistas logran cambiar su destino. Sobre todo si dicho protagonista es un chico pobre de un país exótico asociado con condiciones de vida miserables, como la India, y el mundo occidental, blanco y anglosajón ocupa el papel de salvador. Todo eso está presente en la película y Davis se encarga de destacar cada uno de esos elementos con todas las herramientas que un director de cine tiene a mano. Esto incluye desde una banda sonora que funciona como push-up emocional, hasta una fotografía que se ocupa de marcar las diferencias entre un mundo y otro (anaranjada, pringosa y tórrida para las imágenes en la India; prístina, casi traslúcida para acentuar los colores más naturales pero nada estridentes de la vida en Australia).
La segunda parte de la película se traslada al presente, en el que Saroo vive la apacible realidad de un joven de australiano en su primer año de universidad, con aquellos recuerdos duros perdidos en el tiempo. Pero algo reactiva su memoria emotiva, y la necesidad de reencontrar a su madre y sus hermanos se vuelve impostergable. Si algo unifica a ambos relatos es la voluntad narrativa de tocar los nervios sensibles del espectador, algo que sobre todo en el clímax previo al final consigue con cierta legítima honestidad a la que la película no siempre aspira.
Detrás de tanto cálculo se intuye, claro, a Harvey Weinstein, famoso por su arte para manejar el lobby previo a los Oscar. Según la revista Variety, el productor colocó una publicidad del film en el diario Los Angeles Times, en la que se dice que fue necesario realizar un esfuerzo extraordinario para obtener una visa para que el actor de 8 años Sunny Pawar pudiera entrar a Estados Unidos por primera vez. “El próximo año eso podría no ser posible”, concluye el texto que se aprovecha del clima hostil contra el Donald Trump y su política anti inmigratoria. Una jugada típica de Weinstein, cuya mano también se percibe en un texto incluido entre los títulos finales, en la que se invita al espectador a colaborar con una ONG que se dedica a ayudar a chicos perdidos. Sin embargo, en el sitio web de la película puede leerse, pero en letra chica, que The Weinstein Company no responde por el trabajo de dichas organizaciones ni por la forma en que estas administren el dinero donado. Porque lo que en realidad importa no son ni las donaciones ni los chicos perdidos ni los inmigrantes, sino de qué modo ellos puedan ayudar a ganar un Oscar.