Cuando a la buena señora Bonaparte, que estaba preparando para sus hijos José y Paulina la pasta con hinojos, propia de su país natal, le informaron que su hijo Napoleón había sido coronado Emperador dijo, sin mayor emoción, “Pourvu que ça dure” o sea “Con tal de que dure”. Tal vez no estaba cocinando, tal vez no cocinaba más y había olvidado los sabores y colores de su Córcega natal, tal vez no estaba con sus hijos pero la frase perdura y podría ser aplicada cuando alguien consigue algo excepcional por sus propios méritos y no necesariamente debido a la suerte a la que no se le puede pedir duración, la suerte es momentánea y fugaz. En efecto, podría decirse que Napoleón había construido esa suprema consagración y, por lo tanto, que su acceso a esa instancia no se debía a la suerte sino a una cierta lógica y, por supuesto, a un modo del genio.
No me importa ahora lo que Napoleón mereció, logró y luego padeció sino algo más modesto, la frase de su madre que en su laconismo indica menos indiferencia que una implícita y contenida sabiduría sobre diversos aspectos, todos a considerar. Por de pronto, la provisoriedad de las consagraciones --“sic transit gloria mundi” decían los antiguos-- y, de ahí, la falaz creencia de que pueden ser eternas; luego, la advertencia, “no te la creas”, puedes llegar a ser un loco que se cree Emperador; por fin, “¡cuidado! Hay quien no va a estar muy feliz con lo que has logrado”.
Podría señalar, sin embargo, que Napoleón no fue el único en la historia de la humanidad al que la frase maternal podría aplicarse. Hubo unos cuantos que, sea por herencia, los antiguos reyes, fueron encumbrados de manera parecida, para qué los vamos a evocar, sea porque lo construyeron paso a paso, más modernamente, y llegaron a tener inmenso poder, Hitler por ejemplo; por fin están los que fueron elegidos y creyeron que estaban destinados a tener poder, presidentes y cosas por el estilo. Unos y otros, seguramente con matices, pudieron haber creído no sólo que merecían estar donde habían llegado sino sobre todo que podrían hacer lo que quisieran, Shakespeare nos enseña algo al respecto en la galería de psicópatas como de bondadosos monarcas que pintó de tal manera que siguen siendo ejemplos de las dos posibilidades de este tema del poder, el del uso para el eterno enfrentamiento entre el bien y del mal. Pero a todos, para retomar la idea, la frase les cupo, creyeron que podían ser eternos y no, el goce del poder es efímero. Tal vez hay una excepción: el Papa; si bien es elegido sólo con la muerte termina su poder, imita sin duda, pero algo menos esplendoroso, la eternidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que, como todo el mundo sabe, no tiene fin.
Todo eso está bien pero hay algo más: se trata no de poder, que eso lo queremos todos porque si no lo quisiéramos cómo podríamos vivir, sino del Poder que por un lado siendo, o más bien pareciendo, lo máximo, tiene sus propias leyes, la duración es lo primero, no ha de ser tan sencillo que esas leyes se adapten a alguien que de pronto cree haber sido elegido para disfrutar de él. Son leyes complicadas porque siempre es relativo, en ocasiones hay limitaciones, también torpezas, los errores en su ejercicio conviven con los aciertos, a veces su alcance es ilusorio, a veces es arrasador queriéndolo o no, la historia de la humanidad, podría afirmarse, es la historia del ejercicio del poder, al menos así lo entendieron los primitivos historiadores griegos, los modernos consideran otros aspectos para acercarse a esa historia pero no cambia demasiado la cuestión.
Pero ¿qué es el Poder? En principio es un verbo, poder, que pertenece a una categoría muy interesante, la de los verbos modales que son los que piden otro verbo para tener efecto; así “poder” pide “hacer” o “tener” o “querer” o “amar” o “gozar”: son como palancas que ponen en movimiento el idioma. Pero ¿cómo ha logrado sustantivarse en “El Poder”? Es claro que también “querer” se ha sustantivado, “El querer” y aun “El tener” o “El saber”, todos en fin, pero de menos alcance activo porque el Poder atañe a lo ético, tiñe la vida política y social, mucho más que esos otros sustantivos aunque “el tener” se las trae, cubre instancias psicoanalíticas fuertes y aun políticas, tanto que en ocasiones el “Poder” está directamente al servicio del “tener” que, se sabe, es una aspiración muy arraigada en los seres humanos.
El hecho es que nos manejamos con el Poder y, en general, lo vemos de lejos si sus acciones nos benefician y de cerca y muy de cerca si nos dañan o perjudican: somos conscientes de su existencia y podemos, se puede, o bien someterse --aceptación cuyo colmo es la esclavitud-- o bien rebelarse --la política, la rebeldía, ciertas acciones--; ese ritmo forma parte también de la historia que es pródiga en ambos aspectos.
También es cierto que se tiende a creer que en quienes se encarna el Poder termina todo. No es necesariamente así, detrás de cada sujeto, un Rey, un Emperador, un Dictador, un Presidente, están otros que “están atrás del trono”, indicando, vigilando, controlando a quienes se creen destinados a manejar a su antojo el Poder. Éste es un capítulo fascinante y hasta novelesco en la historia de los poderosos: detrás de Macbeth estaba Lady Macbeth, detrás de Alejandro Magno, se dice, estaba su mujer que consultaba todo con su hijo que, a su vez acudía a su caballo y, bajando a nuestros pagos, detrás de Menem estaba Alsogaray, detrás de Frondizi estaba Frigerio, de De la Rúa Cavallo, de Macri Durán Barba.
Desde luego que éste es también un aspecto incidental de la cuestión, mucho más importante es el universo de poderes superiores que permiten o castigan a quienes ponen la cara y creen que toman decisiones; así, detrás de casi todos, los que mencioné y los que no mencioné, están como al acecho sobre el Poder visible los superiores, poderes económicos se diría para simplificar, pero también de otro tipo, la Iglesia o las iglesias en ciertos lugares --Bolsignaro y los evangelistas-- los militares en todos los momentos de gobiernos civiles en América Latina, la prensa dirigida a su vez por poderes superiores al suyo y, por sobre todo ello, lo que se designa como Imperialismo --algo que no tiene Emperadores-- en sus diversas estructuras. Ése sí que es un Poder que está detrás no de un solo trono --la Argentina por dar un mero ejemplo de todos conocido-- sino de unos cuantos que se creen que van a durar hasta la eternidad y son borrados de un plumazo por los superiores cuando dejan de servir. ¿Cuánto va a durar la amorosa sonrisa de Cristina Lagarde dirigida al cariñoso Macri?
Es claro que en esto de las esperanzas de eternidad hay negociaciones; una cosa es eso para el Papa y otra para un Presidente; para éste, en la Argentina, cuatro años es una eternidad cuando comienza y dada las características locales siempre está amenazada pero, si logra llegar, es probable que sueñe con prolongarla otro período. ¿No es lo que estamos viendo que pasa por aquí? Lo sorprendente es que este gobierno haya actuado prácticamente sin freno en la ilusión de un Poder, alimentada, esa ilusión, por una red de cómplices --periódicos y jueces-- que mantienen una relación especulativa con los tiempos, apoyan y sostienen porque creen que esto va a durar indefinidamente, se verá cómo se comportarán cuando esta ilusión estalle y se disipe. Considerando lo que hicieron para que esa ilusión y su breve eternidad les resultara proficua (para ellos) es sorprendente que ambas cosas no se hayan cortado abruptamente como era lo históricamente correcto y de esperarse; lo sorprendente, además, es todo lo que están haciendo para prolongarla otros cuatro años; hay que reconocerlo, un esfuerzo gigantesco, descomunal, Pero, me temo, “sic transit gloria mundo” y “con tal de que dure”, el ruido que hará el edificio que han construido al caer me está torturando ¿sonando alegremente?, desde ya los oídos.