“Y si uno se casa con una muchacha, y un día despierta al lado de una mujer, quizá comprenda, sin asco, el alma de los violadores de niñas y el cariño baboso de los viejos que esperan con chocolatines en las esquinas de los liceos”, le hacía decir Onetti a su Eladio Linacero en El Pozo. Algo de ese tono anacrónico, revulsivo y provocador tiene el degenerado de Ariana Harwicz. Un varón viejo, un marginal, un inmigrante judío en una zona rural de Francia que monologa con el aullido de los vecinos de fondo primero, después de un tribunal, finalmente de un pueblo entero que quiere trozar su cuerpo y devorar su cabeza. Ha violado y matado a una niña pequeña, destrozó su cuerpo y se victimiza pero también ataca, se duerme en su propio juicio, se burla de sus fans y hecha sal en la llaga de una cultura que cada vez da más voz a las víctimas pero no por eso apaga la sed de los victimarios. “Cada intimidad de las casas, cada pórtico con jardín, cada decoración interior y cada cochera con cobertizo en las navidades tiene su apariencia sexual y sus derivados y cada familia es un apetito incontrolable”, masculla antes de balbucear que fue cazado pero que no es él al que buscan. El, que tenía un futuro como pianista y terminó desperdiciando su vida en ese disco rayado de una mente culta pero torcida, llena de odio, con el derrame de sexualidad de un padre descuidado y promiscuo y una madre omnipresente y a la vez fantasmática, siempre ahí, mirándolo y también, en su fantasía, abandonándolo. Su voz es la de los violentos, la de los asesinos, la de los impunes que hacen justicia por mano propia porque creen que la sociedad les debe algo y que el deseo no puede ser legislado, aun cuando sea criminal. Harwicz dice haberse inspirado en el mapa de violadores denunciados en Argentina, haber empezado a escribir en francés y haber terminado escribiendo en argentino, ese español cortajeado que se convierte en mantra a las pocas líneas de haber empezado a leer, en maquinación brutal que de repente no tiene lógica y en un golpe a la mandíbula cierra miles de sentidos juntos, como si fuera el discurso de un candidato al que nadie quiere escuchar pero con el que podrían sentirse identificados. “Si tuviera que decir cuál es la tesis de Degenerado diría que toda tentativa de encontrarle a un hombre, a una mujer, una identidad, o de adjudicarle, atribuirle una identidad, es falsa. Y todo aquel que se atribuye a sí mismo una identidad única, entera, y dice soy esto está mintiendo. Y creo que todo el monólogo, extenso, lúgubre, sobre todo la defensa del juicio de este personaje es un poco una guerra que le declara él al pueblo, a la ley, al país y a la identidad que le quieren atribuir, por eso todo el tiempo mascullando, está escupiendo, insultando y aborreciendo todo lo que le asignan: jubilado, viejo, retirado, hijo, y después por supuesto degenerado, alcohólico, perverso, chancho, y después presidario. Como si todo el tiempo esas nomenclaturas, esos nombres, todos fueran a su vez falsos, incluso los que nos dan como evidentes, como el hecho de ser hijo: él dice “uno puede no ser hijo”. Le dice a la madre “no te preocupes, un día vas a estar en un pueblo cualquiera, en un paraje, en una aduana, en un cruce, y no vas a haber sido madre, te vas a olvidar que alguna vez fuiste madre”, como si las identidades filiales fueran discutibles.
“Escribir no es vivir” dice el degenerado pero todas tus novelas repiten temas de tu biografía: la extranjería, la lengua no materna (ahora más destrozada que en tus tres novelas anteriores), lo ajeno, el borde y el deseo condenado, que siempre remite a la pregunta por el deseo con mayúscula. ¿Qué pensás de estas cuestiones que atraviesan tu obra y cómo da pie a este personaje que va a contrapelo, es el no escuchado, el apartado de la voz que narra las violencias?
–Eso le corresponde al lector, esto de ver el arco de temas, de obsesiones recurrentes, que vuelven una y otra vez como síntomas, si el lector fuera un psicoanalista. Y estoy de acuerdo en la relación entre obra y biografía. Si yo tuviera que resumir: todas las experiencias de la pasión, la extranjería, la marginalidad y la maternidad están depositadas en la lengua, en sus modulaciones y variaciones. No es por nada que me interesa tanto el tema de la traducción, hablar ya es un acto de traducir. Mis personajes son muy solitarios y están obligados a traducirle a la sociedad sus deseos porque no son comprendidos, no están aceptados. Degenerado lleva al límite algo que ya venía calentando motores en Matate, amor. Aquella protagonista es un poco border pero está integrada a una familia y es internada pero sale. En La débil mental son más marginales y pasan al acto del crimen y en Precoz también son madre e hijo viviendo en una casilla buscados por la policía pero acá directamente él es un asesino y termina ejecutado en la silla eléctrica. Una silla que también es mentira, es muy poco creíble que haya una silla eléctrica comprada por un pueblo pero ahí está la fuerza del texto. En Degenerado trato de empujar lo máximo posible la amoralidad, no hay nada que me parezca más perturbador, más antiético, más amoral que el pasaje al acto del deseo por un niño, no desearlo sino el pasaje al acto y la defensa de eso, entonces traté de escribir contra mi voluntad, contra mis miedos.
¿Por qué elegiste construir esta voz? ¿Porque es poco escuchada? ¿Porque tiene mucho para decirnos sobre nuestros propios demonios?
–El discurso moral, la bajada de línea es del tipo que te va a cagar: un presidente, un escritor, quien sea. Entonces traté de construir la identidad de alguien odiado por todos. ¿Quién puede, que no sea desviado y enfermo, desear ser lo que este tipo es? ¿Quién puede querer ser un tipo odiado por su pueblo, odiado por la madre, que no logró nada en la vida? No es deseado ni tiene ningún poder, esa identidad arrasada me interesa. Todo el tiempo en la vida podemos derrapar y podemos ser él. La mujer sin cabeza de Martel: pisamos a alguien y huimos. Esa identidad a contrapelo de todo lo que la sociedad nos pide que seamos me interesa, y obviamente porque tiene un cúmulo de miserias que todos tenemos llevadas al extremo. En ese sentido es el victimario ideal, y él le reprocha a la sociedad que sólo quiere a las víctimas ideales, una niña con cara de buena y sin antecedentes. Martin Bryant que mató en Tasmania a 35 personas, un rubio sexy, antes de disparar dijo “todo el mundo me recordará por lo que haré”. Y nadie se acuerda. Eso es un poco Degenerado. Hacer un gran acto, aunque sea del mal, para ser recordado.
“Las celebraciones occidentales están hechas de abuso” dice él y pienso en la violación de La Manada que fue en San Fermín y esa locura colectiva que funciona como atenuante. Con los pibes de La Manada se decía que eran de buena familia, ¿por qué se iban a arruinar la vida violando y no más bien pensar que la chica era una puta que no se defendió? ¿Te alimentaste de este tipo de discursos que circulan cuando los agresores son banda y además, varones blancos de clase media?
–El caso de La Manada lo seguí todo y me alimenté muchísimo de esos casos, muchos más que hay en Argentina y en todos lados. Lo que traté de hacer es adoptar la voz del abogado del diablo, pasarme al otro bando. No es un libro de denuncia de las atrocidades del varón blanco patriarcal empoderado sino al revés, traté de pasarme al bando de qué piensan ellos llevado al extremo, a la caricatura. Yo creo que el hombre actual está como asustado, sabe que al mínimo derrape va a ser condenado y linchado. Pero a la vez no quieren soltar lo que tienen entre los dientes, entonces están ahí, entre violando y matando y cuidándose. Creo que están totalmente perdidos. Los de La Manada son “chicos bien” con trabajos, novias y familias y para ellos violarse a una piba del montón estaba bien, estaba planeado, programado, y lo hacían todos los sanfermines. Ellos no lo pueden entender, no creen que sea un crimen lo que hicieron.
Degenerado tiene cierto estado policíaco, un estado persecutorio, un estado totalitario de la omnipresencia de la ley para un extranjero en un medio rural en Francia. No se sabe si este personaje al que acusan de asesino es extranjero, pero habla de Vilma, de Lituania, de Jerusalem… Parece que fuera judío, que estuvo en la guerra, que llegó a París... Todo el tiempo hay una duda, una sospecha, de qué país viene pero también se habla de Scilingo, de Videla, de los vuelos de la muerte, entonces hay todo el tiempo un estado de confusión sobre cuál es su tragedia, cuál es su guerra, de dónde viene, cuáles son sus raíces (es casi una burla a la idea de raíz) y entonces Degenerado es una cruza del estado policíaco, de la omnipresencia de la ley y del cumplimiento de la ley en Francia para un extranjero, un extranjero que siempre siente que los gendarmes le están pisando los talones y por otro lado algo de la violencia sexual argentina. “No porque tengan patria las violencias, algo de lo aprehendido, de lo mamado, de lo heredado de la violencia sexual mía como argentina”, reflexiona Harwicz. “Yo diría que es una cruza de la tensión que se da entre ley y violación de la ley entre dos culturas tan distintas como la francesa y la argentina”.
Y también de las lenguas…
–Es una novela que fue escrita primero entre el francés y el español; un francés contaminado, un francés mal hablado y mal escrito, un francés de extranjera, y un porteño, un español, un castellano también intervenido, adulterado, corregido, cambiado; ambas lenguas ya en un estado de alteración. Después fui acorralando de a poco el francés porque no sonaba y quedó solo en español pero habiendo pasado por la lengua francesa. Yo diría que de mis cuatro novelas es la que pone de manifiesto una identidad de extranjería que es la mía pero también la del personaje, y se da a todos los niveles: ontológico, lingüístico, político y en la lengua.
También el de la vejez es un discurso silenciado. ¿Contra qué apunta el discurso del viejo que no tiene nada que perder?
–Contra la moral de una época, contra la convención de una época, contra la normatividad de los cuerpos, todo esos discursos que naturalizan un estado del deseo. La subjetividad de una época es producto de una cultura, en otra época estaba bien iniciarse con un niño de 12 o se tiraban a los chicos de una colina. Cada época inventa sus tabúes. Este viejo, que pareciera estar más allá del bien y del mal, pero no, lo que hace es aprovechar su estado de vejez, que es un estado extremo, para decir ¿quién sabe de qué se trata el deseo? ¿Cómo se controla el deseo? Y por otro lado, todo el tiempo, como es un juicio, se pone la lengua en estado de sospecha, como te decía antes de la identidad, todo el tiempo él dice miren que estas son solo palabras, y por ende mentiras, o ruidos: todo el tiempo hay una idea de la lengua como circo, la lengua como burla, todo el tiempo se está dudando de la palabra, se está riendo de la palabra, se está usando un lenguaje extrañado, un lenguaje de traducción, de turista, no hay en ningún momento un realismo en la lengua. Y a la vez, y a diferencia de Matate, La débil o Precoz donde los chicos son chiquitos o adolescentes, acá ya “el hijo de” es un viejo, entonces la decepción es total de los padres: han engendrado un monstruo, el degenerado del pueblo. Y él fantasea retrospectivamente que los padres fantasean con deshacerse de él. Creo que también la novela trata de desarmar una vez más qué es ser hijo, qué es ser madre. Nuestros hijos cuando son viejos, ¿son hijos nuestros todavía? ¿Qué hubiera podido ser y qué termina siendo un hijo?, y todo el fracaso de ese amor. u
Degenerado se presenta el miércoles 17 de julio a las 19 en Falena Libros, Charlone 201, CABA.