¡No soup for you!

Hay series que desarrollan contraseñas. No es casual: eso sucede cuando una pieza de ficción trasciende lo efímero, el entretenimiento en pequeña pantalla, y se convierte en historia viva de la TV. Títulos que eliminan grietas y fronteras, que producen consenso. No unanimidad, porque es difícil que eso exista. Por real desagrado o por cultivar la pose de quien está más-allá-de-esta-tonta-moda-pasajera, siempre hay alguien que dice “a mí no me gusta”. O, peor, no se limita a simplemente expresar el gusto propio e intenta subirse al podio del iluminado que dice “bah, es una bosta”.

Igual: es difícil escuchar eso referido a Seinfeld. Jerry, Elaine, Kramer y George desarrollaron algo nunca visto hasta entonces. Desde “The Seinfeld Chronicles”, emitido el 5 de julio de 1989, hasta “The Finale”, el episodio 180 estrenado por NBC el 14 de mayo de 1998, la serie sobre nada estuvo muy lejos de ser sobre nada. Cada cual tiene su favorito en ese muestrario de cualidades –o fallos- humanos que exhibieron los personajes capítulo a capítulo, pero lo cierto es que Seinfeld no necesitó nunca de grandes tramas para clavar el diente donde le interesaba: el cotidiano de un grupo de personas que hacía lo que podía, que exhibía una moral a menudo dudosa, que se dejaba llevar por la corriente a veces huracanada de la peculiar galería de personajes-satélite que se cruzaba en sus caminos. Cuatro jinetes del apocalipsis hogareño.

Pero, sobre todo: Seinfeld fue siempre graciosa. Supo combinar el chiste intelectual neoyorquino con puro slapstick -¿qué era Kramer sino un Hermano Marx escapado de la familia y su tiempo?-, la acotación filosa con el puro absurdo (“Yada yada yada”), la frivolidad de los romances de Elaine con la pura desesperación de “The Parking Garage”, la obsesión casi enfermiza con objetos, costumbres y rasgos fisonómicos con la siempre presente solidez del vínculo entre cuatro seres tan diferentes.

Basta pescar cualquier repetición para confirmarlo. Seinfeld opera en mil niveles. Seinfeld, tan notoriamente noventosa, con fax y sin celulares, con ese plástico slapping de bajo de teclado y la claque estallando ante cada entrada intempestiva de Kramer, cada remate de Jerry, cada avivada de George y cada cruce de Elaine con su delirante jefe, sigue teniendo el timing perfecto. Y quizá, en una serie llena de grandes personajes secundarios, a uno de los mejores personajes secundarios de la historia, que permitió que una comedia utilizara un término que generalmente suele desatar más problemas que risas. Sí, ese. El hombre impertérrito al que no convenía ofender porque llegaba el castigo. Treinta años después, El Nazi de la Sopa también sigue siendo gracioso.