La famosa “grieta” como eje de confrontación de la agenda mediática surgió como producto de una puja por la distribución del ingreso. El punto de partida fue el conflicto por las retenciones móviles y el grito de guerra de las burguesías locales y su aparato comunicacional contra lo que consideraron la amenaza de un gobierno popular. La discusión de fondo fue un arancel, que en la práctica funcionaba como impuesto imperfecto a una renta extraordinaria, a través del cual el Estado buscaba apropiarse no de la riqueza de los sojeros, sino de una porción del mayor ingreso generado por los precios extraordinarios que por entonces alcanzaba la soja.
Vale recordar que el de la oleaginosa es el principal complejo exportador de la economía. Aunque la producción local está relativamente diversificada, fundamentalmente gracias a la ISI, la Industrialización Sustitutiva de Importaciones que sucedió al modelo agroexportador a partir de la década del ‘30 del siglo pasado y que se extendió hasta 1975, su inserción internacional presenta todavía una clara especialización en proteína vegetal para la producción de proteína animal. Hablando mal y pronto, en residuos de la molienda de la soja que se utilizan para la alimentación de porcinos asiáticos. Fueron precisamente las revoluciones industriales asiáticas las que dispararon los precios de las commodities en la primera década de 2000 hasta la crisis estadounidense de 2008-2009.
Luego, más allá de los sectores industriales subsidiados, que exportan dentro del corralito del Mercosur productos que se caracterizan por su baja competitividad global y que con los años fueron disminuyendo progresivamente su composición nacional, o de la industria metalúrgica oligopólica que se desarrolló gracias al sostenido apoyo estatal durante la ISI, la canasta de exportaciones del país está mayoritariamente compuesta por productos primarios (PP) y manufacturas de origen agropecuario (MOA). La economía local nunca dejo de ser fundamentalmente agroexportadora. La gran limitación de la ISI fue precisamente no haber desarrollado una industria competitiva internacionalmente. Y peor todavía, haber generado una clase de empresarios industriales que, una vez que monopolizaron sus mercados, se convirtieron en un obstáculo para la continuidad del desarrollo y abrazaron el ideario neoliberal.
De esto se trata el grueso de los sectores de la economía. En el margen existen algunas pocas actividades industriales con gran potencial, como la farmacéutica, la nuclear y la satelital. Estos casos demuestran que el país tiene capital humano para competir en sectores de vanguardia, un desarrollo que también requirió el sostenido apoyo estatal. Las exportaciones de reactores llave en mano son realizadas por una empresa perteneciente a un Estado provincial (INVAP), al igual que la producción de satélites, que fue dependiente del compre estatal. En ambos casos se trata de muestras de potencialidad, pero que no tienen correlato en la estructura de clases, es decir que no se reflejan en la creación de una burguesía con características diferenciadas de la de base agraria, diversificada a la logística y las finanzas, o de los oligopolios industriales consolidados durante la ISI.
Conocer quiénes son los sectores que hoy representan al agro, la industria y los servicios es fundamental para entender el modelo de país que se configuró en el último medio siglo. La Alianza macrista tienen muy claros quienes son estos sectores y sabe interpretarlos. Por ello el anuncio de un potencial acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, del que por ahora no hay nada firmado y que todavía debe pasar muchos filtros al este y oeste del Atlántico, fue un verdadero éxito mediático y político que logró encolumnar a diversos sectores sociales y que, este es el punto, también consiguió correr del centro de la escena al derrumbe de la economía, al menos por unos días. El cambiemismo sigue demostrando mayor capacidad para hacer política que para administrar el Estado.
El proyecto de acuerdo trabaja sobre un sentido común ya construido. A los empresarios locales, por la naturaleza descripta, siempre les encanta la idea de una disminución de aranceles. Para ellos se trata de algo mucho más concreto que los más inasibles procesos de desarrollo y cambio estructural. Para los trabajadores, incluidas las clases medias, la idea del acuerdo funciona como espejitos de colores. Se imaginan un mundo en el que compran más bienes importados buenos y baratos. Algo así como la explosión de “Apple Stores” que Cambiemos prometía en la campaña de 2015. Ni siquiera se plantean de donde provendrán sus ingresos en el futuro. Finalmente también pesa el imaginario, así como votar millonarios aleja de ser pobres, suponen que el libre comercio con la UE los acerca a Europa.
El primer hecho notable fue que tras el anuncio realizado desde Japón, el debate público no se ocupó de los verdaderos costos y beneficios del acuerdo, de sus ganadores y perdedores, del contenido de lo negociado o de las obligaciones de largo plazo que podrían pesar sobre la política económica de futuros gobiernos. El debate se limitó a una regresión decimonónica a las supuestas virtudes del libre comercio versus el proteccionismo.
El segundo hecho notable fue que el anuncio volvió a poner en primer plano la falta de visión estratégica de la burguesía local. Hasta la propia Unión Industrial (UIA) se manifestó a favor. En este punto debe insistirse que la UIA es un sello controlado por el capital oligopólico surgido durante la ISI (como Techint y Aluar) y del que participan sectores transnacionalizados, como las automotrices subsidiarias de matrices europeas, las que con la eliminación de aranceles en el Mercosur se reconvertirán rápidamente a importadoras (como FIAT). Más previsiblemente, también se mostraron a favor las entidades que representan al agro, que hasta llegaron a la honestidad brutal de recomendar la necesidad de que la población consuma menos carne para que existan más excedentes exportables. Habrá que ver cómo pensarán cuando deban competir con quesos y vinos franceses, o con aceite de oliva de España y Grecia, aunque las llamadas economías regionales tienen una escasa representación en la dirigencia agropecuaria.
El tercer hecho notable fue el desliz de un outsider de esta dirigencia agropecuaria, pero muy activo ideológicamente en los medios, el apodado “rey de la soja” Gustavo Grobocopatel, quien postuló que el acuerdo significará la “desaparición” de sectores de a economía, verbo complicado si los hay para la historia local. No está claro si se trató de una versión liviana de la destrucción creativa shumpeteriana, declamada por alguien cuyo saber económico se fundamenta exclusivamente en la soberbia del dinero, o de otro acto de sinceridad brutal de quien sabe que su sector no se contará entre los futuros desaparecidos.