Querido Deudólar; Perjudicatarias de la Resignación de deuda Universal por Bisnieto; Sororos y fratelas en deuda; Deudorios Originarios y sus Deudodescendientes; Víctimes del Macrigarcado y del Estado Malefactor; Humano/as castigados por el Plan Derrapar; Grandes Contribuyentes al Impuesto a los males personales; Conciudadeudos; Adictos y adictas al dólar que están en síndrome de abstinencia desde 2015; Fake progres; Grietéticos; Desubicades de mi patria; y todo ser que quiera o no le quede otra que habitar el suelo argentino invocando la protección de Dios, de Freud o de Washington ¡A ustedos les hablo!
Debo decirles, con pesar y pocos pesos, que mucho me temo que no estemos hablando de lo que hay que hablar.
Dirá usted que yo, un simple humorista no diplomado ni doctorado en la materia, no soy quien para decidir de qué hay que hablar. Probablemente tenga usted razón, estimade, pero permítame decirle, que si habla de mis pocas apoyaturas académicas, tampoco estaría refiriéndose a lo que en realidad hay que hablar.
Llegados a este punto, si se viraliza, es posible que el tema “de qué hay que hablar” concite cierta curiosidad, o al menos cierto escozor en las mesas familiares, cafés, consorcios, consultorios psi, orgias o en grupos de estudio sobre la influencia del arroz yamaní en la doctrina peronista desde la perspectiva de las veinte verdades.
Se sumarían todas ellos y todos ellas a la ya importante columna de gente que se pregunta, sola o acompañada, de qué hay que hablar.
Y nadie estaría hablando de lo que hay que hablar.
No puedo dejar de imaginar que alguna cátedra originará un panel al respecto, el que no podrán faltar:
· Algún interlocutor proveniente de alguna institución religiosa, ya que se especializan, no necesariamente en “lo que hay que hablar”, pero sí en “lo que no hay que hablar”, “lo que hay que confesar” o “lo que Dios quisiera que digamos”.
· Algún interlocutor proveniente de la política, ya que se especializan, no en “lo que hay que hablar” pero sí en “lo que conviene hablar en esta coyuntura”, “Lo que el pueblo quiere/necesita/desea/reclama/no le importa pero no lo sabe/ que hablemos”.
· Algún interlocutor proveniente de alguna ciencia, dura, blanda o semidura desgrasada, que tampoco se especializa en “lo que hay que hablar”, pero sí en “Lo que se está hablando”, “Lo que es rumor con tendencia al ascenso a tema original”, o en “lo que el 97,3% de los habitantes ignoran, pero no importa porque el otro 2,7 es el que de verdad “hace noticia”.
· Algún interlocutor proveniente de los medios hegemónicos, que tampoco se especializa en “Lo que hay que hablar”, sino en “decidir sobre lo que hay que hablar”, “Imponer lo que hay que hablar” y “expulsar a quien proponga que hay que hablar de algo diferente”, todo esto, con esa violencia cool, esa “violencia del consenso” tan vintage.
· Algún interlocutor procedente de una megaempresa, que no se especialice en “lo que hay que hablar”, pero lo venda. Este/a sería quien sponsoreé el panel, aunque finalmente será financiado por el público, quien pagará un bono contribución, para poder ir, y uno más caro aún, para poder estar ausente.
Desde ya que en este panel se respetarán todos los cupos que haya que respetar, y los demás, tampoco: géneros, números, especies, nacionalidades, razas, creencias religiosas, formas de satisfacción sexual predilecta, color favorito, simpatía deportiva, objeto de deseos gastronómico, clase social, condición frente al IVA y otras categorías a ser creadas ad hoc.
Pero tenga por seguro, deudólar, que tampoco allí se hablará de lo que hay que hablar.
Ante el fracaso de semejante panel, cabe la posibilidad de que el tema trascienda fronteras, y, primero los pequeños países, y finalmente las grandes potencias decidan convocar una gran reunión para finalmente “hablar de lo que hay que hablar”.
Contaría con la presencia de los grandes líderes mundiales y los que pretenden serlo. Incluso el Sumo Maurífice sería admitido allí, aunque relegado a un segundo plano a la hora de “la gran foto”, que saldrá en todos los medios del mundo.
Y sobre la foto, el título, a cuerpo catástrofe: “Los líderes del mundo no se pusieron de acuerdo acerca de lo que hay que hablar”.
Imagínese: si los desacuerdos entre el Sumo Maurífice y la realidad llevan a inflación, recesión y lilitazepam en las noticias, los de los grandes líderes del mundo llevarán a cosas mucho más graves: “Catástrofes bélicas, desastres ecológicos. Hambre masivo, regímenes horribles, miseria, enfermedades. Todo eso, y mucho más.
Los sabios de la tribu y de la academia comenzarán a vaticinar un final petrolero para el ser humano, semejante al que supieron conseguir en el mesozoico los jurasiparcos de las pelis.
Llegada esta situación, capaz que se ponen a hablar de lo que realmente hay que hablar. Pero mucho me temo, deudólar, que sea algo tarde; que en ese momento, eso ya no sea aquello “de lo que hay que hablar”, sino “aquello que por no haber sido hablado a tiempo, originó esto de lo que hay que hablar ahora”
La seguimos hablando en la próxima.
@humoristarudy