(Desde París) Desde la Francia profunda del campesinado hasta la Asamblea Nacional y el Senado, el proyecto de acuerdo firmado entre la Unión Europea y el Mercosur recorrió la semana transcurrida desde su anuncio como una mecha incandescente. No hubo sector que no se movilizara, criticara o planteara nuevas exigencias y garantías. Francia, que siempre fue el país más refractario al convenio, exhibió dos retóricas disimiles. Una, la del Presidente francés, Emmanuel Macron. El pasado dos de julio, en Bruselas, el jefe del Estado advirtió contra el “neoproteccionismo”. Otra, la del gobierno. La portavoz del Ejecutivo había aclarado que, en su estado actual, París “no está listo para ratificar” el acuerdo con el Mercosur. En la Asamblea Nacional, el canciller francés y el Ministro de la Agricultura salieron a calmar a los agricultores y ganaderos que ya estaban en la calle. Jean-Yves le Drian dijo que Francia “había definido líneas rojas muy firmes” mientras que el titular de la cartera de Agricultura, Didier Guillaume, en dos tiempos, puso barreras más severas. Primero dijo “no seré el Ministro de la Agricultura que habrá sacrificado la agricultura francesa en el altar de un acuerdo internacional”. Después advirtió que el acuerdo UE/Mercosur “no se firmará si, en lo que atañe al ganado, no hay certezas sobre la trazabilidad, certezas sobre el bienestar del animal y el uso de antibióticos”. Presidencia y Ejecutivo no comparten la misma visión del librecambio.
Antes de que llegara a las orillas de la política, los grandes sindicatos agrícolas y ganaderos junto a los ecologistas construyeron un muro de férreas oposiciones marcadas muy a menudo por la distorsión de la verdad y el descaro. Se puso sobre la mesa una falacia monumental: nosotros, en Europa, desarrollamos una agricultura sana y una crianza bovina humana sin aditivos tóxicos: allá , en el Mercosur, son todos una suerte de, como dicen los ecologistas más radicales, ”ecoterroristas”. Lo cierto es que no hay, como se quiere hacer creer, buenitos en el Norte y malos en el sur. Es cierto que existen en Francia y en Europa controles más estrictos y obligaciones mucho más amplias. Pero nadie es inocente. Cómo se verá más adelante, las cifras sobre el uso de productos contaminantes, sin objeción alguna, son pésimas para los dos bloques. Los agricultores y ganaderos empezaron escribiendo al Presidente Emmanuel Macron y luego organizaron bloqueos, manifestaciones y asados gigantes en varias localidades bajo la consigna “Me gusta comer francés”. El dirigente del principal sindicato agrícola francés, Christiane Lambert, declaró “no importemos la agricultura que no queremos” para más tarde decir que “en esos países el bienestar del animal es un vocabulario inexistente” (acá matan sin dolor, allá son criminales). La contraofensiva agrícola se apoya en el temor de que el acuerdo haga desaparecer buena parte de un sector que ya está en aprietos hace mucho. En este sentido, La Federación de criadores de ganado citó un informe del organismo según el cual “el acuerdo UE/Mercosur con el CTA (Unión Europea Canadá) provocará la desaparición de 30.000 ganaderos en Francia” (hay 85. 000) así como la desaparición de 50 mil empleos directos.
La controversia se amplificó en la Asamblea Nacional, donde diputados de la mayoría presidencial (La República en Marcha, LRM) se pusieron de pie contra el acuerdo (Pascal Durand, Jean-Baptiste Moreau, entre otros). Pese a sus “peros” y a una clarísima posición disonante entre la presidencia y el Ejecutivo, el gobierno mantiene el principio de que el convenio está lleno de oportunidades alentadoras para Francia, incluso si hay “preocupaciones legítimas” (fuente del gobierno citada anónimamente por el diario Le Monde) que exigen nuevas clausulas de salvaguarda. Nada apaciguó la impugnación del acuerdo, que incluso llegó al Senado, donde fue denunciado como una “aberración” y un “error grosero”. El Senador Henri Cabanel calificó como “regalo envenenado” la firma de un acuerdo pactado por una Comisión Europea cuyo mandato estaba en los últimos días (estaba presidida por Jean-Claude Juncker, uno de las grandísimas figuras europeas que diseñaron el juego sucio de los paraísos fiscales cuando fue Primer Ministro de Luxemburgo). Daniel Gremillet (Derecha) aseguró que en los países del Mercosur “se alimentan a los animales con OGM mientras que aquí está prohibido”. El Senador socialista Claude-Bérit-Débat fue más lejos cuando dijo que el acuerdo “es una aberración para nuestros conciudadanos, una aberración ecológica y política”.
Todo el esquema de la argumentación gira en torno a esa ilusión de que Europa es limpia y el Mercosur sucio. Esta retórica está perfectamente sintetizada en un editorial que el vespertino Le Monde le dedicó al tema: “con un mercado interior de 500 millones de consumidores, los europeos disponen de una palanca fantástica para imponer un modelo basado en el derecho, la libertad y el respeto del medio ambiente. Desde ese punto de vista, el tratado del Mercosur podría ser, para Europa, la oportunidad de hacer aplicar sus normas”. Entiéndase, empujar a Brasil y la Argentina principalmente a que no utilicen sin limites productos destructivos. El problema de la falacia está allí. El ejemplo del glifosato basta como comparación. De los 28 países de la Unión Europea solo uno lo prohibió, Austria. Los demás recurren a él, con lo cual no hay un mundo clean y otro no. Todos ensucian y destruyen en nombre del agronegocio, empezando por quien lo fabrica, Monsanto-Bayer. El glifosato representa el 30% de sus ingresos mundiales, lo que equivale a más de cinco mil millones de euros por año. Las trampas, estafas, mentiras, manipulaciones y el insidioso trabajo de lobby a los que recurrió Monsanto para que el glifosato no fuera prohibido en todos los países de la unión sería un relato de varios géneros: policial, político, mafioso, financiero y sanitario. En la idea que se destila en los medios, Bolsonaro en Brasil es el Waador de la ecología, la Argentina su secretaria y ellos, el imperio del bien. No. Bolsonaro es una amenaza para el equilibrio ecológico del planeta tanto como lo son las multinacionales de los imperios.
Sin dejar el terreno del glifosato, en 2018, el Ministerio francés de la Transición ecológica publicó un exhaustivo informe sobre el uso de los pesticidas…. que luego, bajo la presión de los lobbys agrícolas, desapareció misteriosamente para reaparecer “maquillado”. Aquí está: en 2017, los agricultores franceses compraron 56.650 toneladas de productos fitosanitarios, de ellas poco más de 9.000 toneladas corresponden al glifosato. Si se comparan estas cifras con las intenciones, la distancia es piramidal. En 2008 se fijó como objetivo reducir de un 50% el uso del glifosato. Papel mojado. De toda la superficie agrícola francesa (es el primer país europeo), sólo en el 6,6% de las tierras se practica una agricultura biológica (finales de 2017). Francia es el segundo país europeo que más consume substancias activas fitofarmacéuticas.
El productivismo agrícola hace caso omiso de leyes, controles, multas, zonas protegidas o espacios donde se establece y respeta una distancia de seguridad entre las poblaciones y los ríos y cursos de agua contaminados por los pesticidas y los fertilizantes agrícolas. Y en lo que respecta al ganado, la crianza industrial también destila con guante fino antibióticos y otras porquerías. Es sabido que los acuerdos asimétricos entre países o grupos terminan siempre en una recolonización de los más pequeños por los más poderosos. En el caso de este acuerdo aún en veremos, a los occidentales no se les pasa por la cabeza aprovechar la oportunidad para prohibir los productos tóxicos en todos los casos, incluso a ellos mismos, ni terminar de una vez por todas con la deslealtad que representan las subvenciones agrícolas. Intuyen que hay sectores de su economía que pueden perder y rediseñan la manera de frenar “la invasión” venenosa del Sur con medidas que ni ellos mismos respetan.