Desde Lyon
Donald Trump no podrá colgarse de las tetas de estas pibas. Estados Unidos se consagró campeón del Mundial de fútbol femenino después de ganarle 2 a 0 a Holanda en Lyon , la sede de la final de un Mundial que parece haber transformado la disciplina para siempre. Y sin embargo, el presidente las mirará por TV: varias jugadoras anunciaron que no irán a festejar esta conquista a la Casa Blanca y la provocación del hombre más poderoso del mundo (aquello de que primero debían ganar antes de hablar) quedó sin sentido.
Este torneo será invocado como el Mundial de las reivindicaciones. Aquí, las campeonas celebran su proeza deportiva y también refuerzan la batalla que dan más allá de los límites de la línea de cal.
Ganó un equipo que pelea por igualdad salarial, que demandó a su propia federación para exigir esa equidad y que le planta la bandera de las convicciones al presidente de su país. Lo logró con goles de Megan Rapinoe, la más rebelde adentro y afuera de la cancha, y de Rose Lavelle, una zurda que da gusto de ver. Lo consiguió porque abrió el partido con un penal, sancionado por el impulso del VAR, la herramienta más cuestionada de este deporte en las últimas semanas.
“Equal pay” (igualdad de salarios), cantó aquí el público en el estadio de Lyon. Con la potencia de estas mujeres el mundo de la pelota avanza para achicar la desigualdad de género. El fútbol dejó de ser patrimonio exclusivo de los varones. Francia 2019 será recordado por el Mundial que consolidó un proceso y obliga a la transformación: está claro que el fútbol femenino es -y será- más aceptado universalmente. Y todo ocurre por una serie de episodios que sucedieron en estos 30 días.
Por ejemplo, ¿quién no se conmovió con Argentina aquí? Un equipo corto de privilegios porque hubo una federación atrás que a las mujeres futbolistas les achicó posibilidades durante años y años. Y sin embargo: ¿quién no vibró con el empate contra Japón, con ese equipo de guerreras que aguantó un 0 a 0 con el cuchillo entre los dientes? Francia 2019 fue la Copa de los caños de Estefanía Banini, la chica que vino a gambetear la Torre Eiffel, la que dijo que mostraban aquí de qué es capaz la mujer argentina. Son las atajadas de Vanina Correa, que regresó del Mundial y volvió a trabajar de cajera en la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez porque al fútbol argentino todavía le quedan muchas desigualdades por corregir. Es la rebeldía de Dalila Ippolito, que entró para cambiar el partido contra Escocia, y la guapeada de Milagros Menéndez. Es el Mundial del futuro para las pibas del país: las que vieron a estas jugadoras y ahora se sienten libres de desearse futbolistas.
Fue el Mundial de las luchas, distintas entre ellas. La del equipo campeón o la de Jamaica, que tuvo una cena armada por el cónsul en Estados Unidos para juntar dinero y apoyarlas en la etapa de preparación. Hasta Cedella Marley, la hermana de Bob, se encargó de juntar fondos para revivir la disciplina en su país.
Francia 2019 fue la historia de Chile, una selección que volvió del olvido porque creó un sindicato, ANJUFF, organizado por las propias jugadoras, para presionar a la federación, la ANFP, después de haber desaparecido del ranking FIFA. En su primera Copa lograron el primer triunfo de su historia en un Mundial. Todo lo consiguieron ellas mismas.
Fue Tailandia, el equipo más débil, el que quedó en la historia por la goleada más abultada, después del 0-13 contra Estados Unidos.
Fue España, con un Mundial digno y con un fútbol femenino en pleno crecimiento, con jugadoras peleando por el convenio de trabajo: sueldos mínimos de 20 mil euros por año, por seguridad social, por licencia por lesión, enfermedad o maternidad paga.
Fue Alemania con el video de “no tenemos pelotas, pero sabemos cómo usarlas”.
Fueron Marta, Cristiane y Formiga en Brasil, las tres experimentadas, generando conciencia en las futbolistas jóvenes de su país: pidiéndoles que se comprometan porque todas estas luchas no pueden morir. Porque hay que defender lo conquistado.
Francia 2019 fue el Mundial de los millones: el millón que miró los partidos aquí, los mil millones que lo siguieron por alguna plataforma, los que Gianni Infantino sacará de la billetera porque, ahora que sí las ve, decidió que estas jugadoras también pueden ser objetos del mercado. Fueron los slogans de bienvenida al fútbol capitalista: el atrévete a brillar (Dare to Shine) y el atrévete a crear que se leyeron en todos los estadios.
Fue Italia, el equipo pobre de Europa que sorprendió y llegó hasta cuartos de final: y las selecciones asiáticas que sucumbieron ante el dominio europeo. Y también las nueve entrenadoras mujeres, un número récord.
Fueron las más poderosas con una pelota en los pies plantándose ante el más poderoso, el mismísimo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Fueron las machonas, las marimachos, las Carlitos, las tortilleras. Fueron -son- las que están cambiando el último reducto machista: el fútbol que tanto aman.