Es reiterado –y perverso– el accionar del Gobierno y su sistema comunicacional tapando corruptelas con dizque noticias, frívolas y negadoras. Distorsionan la realidad y la vida colectiva, y así mantienen a la sociedad entre azorada y confusa, sin capacidad de respuestas. A todo lo cual contribuye, y esto es quizás lo más grave, la lenta y debilucha reacción de la oposición política. O de lo que debería ser la oposición.
La semana pasada fue paradigmática en este sentido: el escándalo del Correo Argentino –con el Presidente condonando una deuda del consorcio familiar, y encima con el tipo que fundió el correo hace década y media designado por Hijitus al frente del actual– se morigeró con las distracciones maquiavélicas que mantiene el sistema multimediático acerca de Nisman y los fiscales chirolitas, más el enorme espacio dedicado a los premios Grammy y otras tonterías. Todo lo cual oculta de hecho el desguace de la educación en la Argentina. Nada menos.
Y es que casi no hay información ni análisis acerca del vaciamiento del Ministerio de Educación de la Nación, que desde finales de 2015 viene discontinuando todas las políticas pedagógicas implementadas desde 2003, las cuales, aun con fallas e imperfecciones –que también hubo, sin dudas– pusieron el acento en la inclusión social, acabaron con el analfabetismo, establecieron un plan nacional de lectura ejemplar y pusieron en marcha el extraordinario y nunca del todo bien ponderado Conectar Igualdad, programa que cerró la brecha digital en favor de millones de estudiantes, además de que generó tecnología y trabajo argentino.
Todo eso está ahora condenado, y prácticamente sin menciones ni debates periodísticos. Y además en un contexto en el que continúan y aumentan los despidos y la represión a los trabajadores de la educación.
Como si no pudieran soportar que en los últimos años la educación ensanchó la base inclusiva, considerada y tratada como un derecho colectivo, ahora desde el gobierno macrista-radical se acelera el reemplazo de pedagogos por gerentes, así como se introducen empresas e instituciones transnacionales en el sistema educativo. Lo que trae aparejados inmediatos recortes de becas y ayudas, y el desmantelamiento del INET (Instituto Nacional de Educación Técnica), acción coherente con la desindustrialización que provoca el gobierno.
Estos tipos, digan lo que digan, están transformando al Ministerio de Educación en una organización burocrática que deja de pensar la educación por niveles y modalidades (con lo que ignora la realidad específica de miles de escuelas que hasta ahora contaron con equipos técnicos de especialistas para situaciones pedagógicas concretas) y la sustituye por una lógica que desresponsabiliza al Ministerio de la vida cotidiana de escuelas, maestros, profesores y estudiantes que pasan a ser meros sujetos de una modalidad de evaluación que en realidad es de control, como ha denunciado El Manifiesto Argentino la semana pasada en un documento en el que proponemos volver a un sistema educativo nacional único. Es decir, uno que termine con las taras balcanizantes que nos dejó la ley federal menemista y que vuelva a concebir contenidos educativos igualadores en todo el territorio nacional, respetuosos de las múltiples y complejas realidades de todo el país, por supuesto, pero sin generar un falso federalismo como el que tanto daño hizo a la educación argentina.
La parafernalia de la corrupción de este gobierno, que es infinitamente superior a la del kirchnerismo –cuando sin dudas la hubo y es también repudiable, dicho sea para los que todavía ven la realidad con un solo ojo, y miope– al ser negada y protegida mediáticamente impide toda reacción popular, con lo que se fortalece la vigencia de un sistema de gobierno (el macrista) que ya es considerado en muchos países como uno de los tres más corruptos del mundo.
El daño educativo que viene ejecutando el macrismo es de una vastedad y perversión ilimitadas, y aunque no sale en los diarios ni la telebasura lo menciona, existe y será de consecuencias atroces. Baste mencionar que el actual ministerio ya liquidó todos los programas de educación sexual y de prevención de la violencia escolar; el plan nacional de lectura; las orquestas infantiles y juveniles, y una variedad de programas que abarcaban la memoria de la historia reciente, la visión crítica de los medios y la educación por el arte. Y también liquidaron el sistema de formación docente virtual, gratuito y en servicio, que comenzó con la iniciativa “Nuestra Escuela”.
En medio de tanta mentira y frivolidad, y tanta vacación del presidente, el sistema educativo argentino hace aguas por todos lados y su perspectiva más probable es hoy un mix de arancelamientos, intereses empresarios y copias de experiencias transnacionales con criterios desnacionalizantes. O sea todo lo contrario de la mejora pedagógica necesaria que, imperativamente, debiera profundizar la construcción de una ciudadanía compuesta por seres pensantes, críticos y participativos.
Y dicho sea todo lo anterior en grotesca coherencia con la negación de la paritaria nacional y de la creación de un sistema en el que no haya diferencias en los salarios básicos por el hecho de vivir en distintas provincias.
Todo eso está siendo tapado por el periodismo servil que padecemos, que oculta y distorsiona lo que pasa. “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”, sentenció hace unos años el gran comunicador polaco Riszard Kapucinsky. Pues aquí y ahora cabe agregar que, además de perder importancia, en la Argentina de Cambiemos la verdad es para algunos apenas un vil negocio.