El domingo de invierno hace mucho frío en Rosario, por momentos parece que la humedad pudiera condensarse en unas esquirlas sólidas de garúa como agua nieve. El Chino apenas lleva encima un capote de nylon transparente que podría ser un pilotín con mangas y capucha, pero también podría ser el rezago plástico que cubre los pallets de bolsas de azúcar o el tejido acrílico hecho con los blisters de agua mineral o arroz de las terrazas de Longji, en el pueblo de Ping, donde trabajó su abuelo, y donde una vez, en 1967, llovió dos mil milímetros en 48 horas. Monzones, tifones, el sureste de China donde el Himalaya no protege de la furia del mar. Y donde hace mucho frío, como los días de julio en Rosario: lugares o personas que tienen vocación para la intemperie, como amantes fugitivos.
Cuando un rato después Wu se sienta junto a su pila de cartones en la vereda, pienso que la lejanía china en el frío no lo lleva a la distancia sino más bien para adentro. Ese lugar donde deben estar los sutras de su corazón, unas casas vacías, su cuerpo, la mente, la naturaleza, todo en una especie de desasimiento que le hace no estar nunca ansioso y tener como rictus habitual la sonrisa. Wu sonríe como primera respuesta a todo.
El sutra de Wu está lavado de lluvia de 1967, impermeabilizado al capitalismo por un padre maoísta o unos vecinos que acaban de asesinar al patrón que despidió a 25 mil trabajadores. ¡Vaya medida de fuerza: el patronicidio! Acaba de ocurrir en China, los trabajadores lincharon al patrón que vació la fábrica, se llevó el dinero a otra parte y los dejó sin trabajo. Mientras tanto, acá en Tablada, el jueves 20 de junio, día de la bandera, vino el Presidente Macri al Club Ciclón, justo enfrente del otro súper chino donde Wu va y viene a cada rato por envases, cajones plásticos y mercaderías que están a punto de vencer en octubre.
Wu detuvo el changuito para ver si veía al presidente, lo vio a Macri ponerse la gorra roja del club Ciclón y sacarse selfies con los vecinos más distraídos. Wu se dio vuelta cuando oyó a otros vecinos por el frente de la casa de Ingalinella, cantar el hit del verano: MMLPQTP. Hubo algunas corridas, trompadas, la grieta era entre la pollería de calle Laprida (que es el grupo PRO que trajo a Macri al barrio), y el súper chino de Saavedra que es más popular y peroncho-mao, igualando negros, chinos y argentos. Wu también sonrió en ese instante. Él a todo sonríe, convengamos que visto desde lejos, desde la China, todo lo argento es bastante patético, hilarante, un grotesco como ese momento en que al Tartufo de Moliere o al Ubu Rey de Jarry se le cae la bombacha y anda por la escena desnudo y borracho pero no se da cuenta. Pero Wu piensa un poco más allá, él es de una cultura milenaria y siente que en este país donde ha venido vivir, todo el pueblo está desnudo y borracho y no se da cuenta, no solo el presidente, el más distraído de todos, pero algo nos dice que la platea se va llenando de dirigentes que son mejor como idea que como seres humanos.
Wu parece vaciado de las aprensiones del comprador apurado de la última media hora del domingo al mediodía. Y como estuvo lloviendo, todos se lanzaron a venir al chino a último momento. Wu sonríe mientras ayuda a la señora gorda del pasillo 340 a subir los dos escalones de entrada al salón. A Wu le da gracia que los vecinos se atropellen, o peor, que se asusten por una llovizna. Él, que ha visto el Himalaya, o un monzón, o los arrozales en las terrazas, o los cuerpos de los dos niños que jugando en el frío se asfixiaron encerrados en una heladera vieja abandonada en el basural del Bajo Ayolas, donde él fue a tirar sus cartones, no le teme a nada. No hay mal que pueda sorprenderlo. Wu está vaciado de desgracias, es como un mensajero del frío de los días domingos.
Llego al súper y le entrego dos envases vacíos de Stella Artois y me dice la segunda palabra en un año de amistad ideogramática: amituoyo, dice.
Yo supongo que es un sustantivo y que tiene que ver con las botellas y le digo: -Sí, dos. Dos Stellas.
Él repite: amituoyo.
¿Amigo tuyo…? digo.
Sonríe. -Sí, amigo tuyo…-digo y sonrío levantando el pulgar mientras él abre la puerta cristal de la heladera que tiene las birras y saca dos rubias.
-No -dice Fanny. Amituoyo es sánscrito. Significa vida infinita, vida larga con armonía, sonrisa, y se toca el lugar cordial donde todos tenemos el sutra, aunque el de ella no es el mismo que el de Wu, ni el mío.
Pago y salgo. Ya en la vereda, al saber el significado, le toco el brazo a Wu (esa manía de dar convicción a las palabras tocando a la gente) y le digo, con un énfasis asesino del zen: -Amituoyo… y lo repito, como si él fuera sordo, o necesitara que yo, justamente yo a él, pudiera explicarle el Buda.
Wu sonríe, pero ya no me responde ni me mira o no me ve. Por un instante se queda mirando hacia el Bajo Ayolas, al lugar donde encontraron la heladera con los dos niños muertos adentro. Wu parece mirar como si viera el Himalaya o una barriada de Wantang y pienso que a él, como a mí, la lejanía en el frío no lo lleva a la distancia sino más bien para adentro.