El ex presidente, Fernando De la Rúa,
falleció en el día de la independencia. No solo fue el último presidente de la nación proveniente de la UCR, también fue el último que no pudo completar su mandato constitucional.
Nació en Córdoba en 1937 pero sin lugar a dudas fue un político de la ciudad de Buenos Aires, el primer jefe de gobierno porteño tras la reforma constitucional de 1994, y el primero en dar el salto desde la ciudad a la presidencia de la Nación.
En las elecciones de marzo de 1973, con apenas 35 años de edad, saltó a la consideración pública como la esperanza blanca del radicalismo. Eran los tiempos en el que el peronismo volvía al gobierno y al poder. El joven al que apodaron “Chupete” logró obtener la senaduría por la Capital Federal y la prensa antiperonista lo festejó en sus portadas; “Nace una estrella” tituló la tribuna de doctrina. Para las nuevas elecciones presidenciales, en septiembre de 1973, el líder radical, Ricardo Balbín, lo llevó en la fórmula como candidato a vicepresidente. Lograron el 24% de los votos frente a la fórmula Perón-Perón que obtuvo el 61%.
Sus tres años como senador, hasta el golpe de 1976, lo mostraron como un abogado conservador con ideas de derecha. En 1983 vuelve a emerger en la política convencido de que iba a ser presidente, pero allí debió enfrentar otro fenómeno arrollador: Raúl Alfonsín. De la Rúa nucleó a los sectores balbinistas de la UCR y fue el alter ego de Alfonsín, pero muy rápido quedó claro que su perfil de hombre serio sin carisma debería esperar otra oportunidad. Trabajó desde el Congreso en forma muy activa promoviendo leyes en temas sensibles. Podríamos decir que se las ingenió para ser un referente de consulta periodística permanente, no decía nada sobresaliente, pero lo decía bien.
El final del gobierno de Alfonsín dejó muy mal parada a la UCR. La reforma constitucional de 1994, no solo fue una herramienta para que Menem pueda conseguir su soñada reelección, también fue un mecanismo que le otorgó al radicalismo la oportunidad de revivir. La ciudad de Buenos Aires lo votó como primer jefe de gobierno, y el, desde ese trampolín, supo tejer el entramado con el ascendente Frepaso que lo catapultó a la presidencia de la Nación en 1999. Después de diez años de menemismo la fórmula De la Rúa - Álvarez prometía la dosis justa de progresismo, honestismo, seriedad y conservadurismo que la sociedad parecía tolerar.
Pero ¿Quién era De la Rúa? Un garantista de mano dura, un desarrollista defensor de los ajustes, un intelectual de pocos pensamientos, un liberal que iba a la iglesia todos los domingos, un hombre al que le decían “chupete” y llegaba a la presidencia con 62 años. Nadie sabía en profundidad quién era De la Rúa, pero toda la Argentina iba a saber quién no era.
La Alianza ganó las elecciones en primera vuelta con el 48% de los votos. Desde el primer momento quedó claro que el objetivo central del gobierno delarruista era sostener la Convertibilidad: un peso igual a un dólar a base de un ajuste permanente de la economía . En un gabinete de diez ministerios eligió a seis economistas como ministros, ni el ministerio de educación se salvó de esa ortodoxia.
Desde el inicio de su gobierno los analistas de los grandes medios veían al Chacho Älvarez como una amenaza. De la Rúa tal vez no entendió, o no quiso entender, que aislando y dinamitando a su pata izquierda se rompía el equilibrio sobre el que estaba parado. En abril del año 2000 el verdadero De la Rúa mostró otra vez los naipes, impulsó la Ley de Reforma Laboral que fue aprobada en el Senado. La Ley Banelco, como popularmente se la conoció por las sospechas de coimas. Pero lo más grave fue que millones de trabajadores pasaron a tener menos derechos. El escándalo de las coimas derivó en la renuncia del Chacho que dejó a la Alianza quebrada. Por si eso fuera poco De la Rúa convocó a Domingo Cavallo como su salvador, y en muy poco tiempo la economía la estaba manejando el ministro de economía estrella del menemismo. Patricia Bullrich, como ministra de Trabajo, defendió la quita del 13% de los sueldos estatales y de los jubilados.
Una vez que se cayó el encantamiento, los argentinos se entregaron a la burla y la sátira de un De la Rúa que no paró de hacer papelones y tomar medidas antipopulares. Sus últimos días de gobierno fueron trágicos porque contrajo deudas que le hicieron un daño terrible a los bolsillos de las mayorías y porque no dudó en dejar la Argentina bañada en sangre cuando ordenó reprimir las protestas callejeras.
El 20 de diciembre de 2001 dejó la Casa Rosada en un helicóptero .
De la Rúa vivió como un paria desde entonces, pero quedó impune. Cada vez que tuvo la oportunidad de hablar de lo ocurrido decidió victimizarse, jamás asumió la dimensión de la responsabilidad que tuvo. Por el contrario, culpó al peronismo y a la izquierda. Hubiera sido un gran último aporte señalar cuáles fueron sus errores, quienes fueron los saqueadores.