Un día como hoy, hace doscientos tres años, en San Miguel de Tucumán un puñado de diputados de ciertas provincias del sur declaraba la independencia política “formal” del reino de España. Ciento treinta y un año después, en el mismo lugar, Juan Domingo Perón hacía lo mismo, pero yendo más allá. Declarando, es decir, la independencia económica “de todos los organismos internacionales”, un proceso justo y necesario que quedaría trunco tras el advenimiento de la dictadura del 55´, y la invasión de aquellos mismos organismos. Un día como hoy, también, pero de 1935, nacía una mujer que propondría otro tipo de libertad. Una libertad musical. Una independencia cultural, dicho de otra manera, que sería orgullo y bandera mestiza ante el mundo. Nacía Mercedes Sosa que, de tenerla hoy aquí, entre nosotros, cumpliría 84 años. Haydée Mercedes Sosa, para ser más rigurosos, salía a la luz del sol allí, muy cerca de la Casa de “las” independencias, fruto de una mixtura de sangres fuertemente vinculada al gen americano.
Sangres calchaquíes, francesas y españolas cuya mixogénesis provenía de un padre obrero del azúcar, como tantos allí en esa época, y una madre que lavaba la ropa de ciertas familias ricachonas del jardín de la República. La “Negra”, que no era negra sino café con leche como el rostro medio del continente, comenzó a cantar de adolescente. Tenía 15 años cuando sus padres –peronistas ambos— viajaron a Buenos Aires para festejar un aún joven aniversario del Día de la Lealtad, y justo le tocó ir al frente, en la escuela, para cantar el Himno Nacional. “Así debuté”, contaría ella años después, ya consagrada. Así debutó y el segundo paso lo dio en un concurso de radio LV12 donde, por temor a que sus padres se enterarán, cantó bajo el nombre de Gladys Osorio. El tema elegido fue “Triste estoy”, de Margarita Palacios, y fue el que ganó. Primer gran paso de una vida musical más hamacada que un tren. De una voz que signaría el retrato sonoro de un continente que, pese a sus varias independencias, seguía luchando por su libertad.
De una voz que, a contracorriente de los retos de un padre que luego entendería y al pánico que ella sentía cada vez que le tocaba cantar en público, conquistaría corazones en todo el globo a través de interpretaciones mágicas, inolvidables. Primero como parte del Movimiento del Nuevo Cancionero comandado por su primer marido (Oscar Matus) y Armando Tejada Gómez, que sentaría las bases de su segundo disco solista Canciones con fundamento (1965) (el primero había sido La voz de la zafra). El MNC, en efecto y como prueba de independencia cultural, quedaría instalado para siempre en la vida de Mercedes, cuyo derrotero –se sabe—maravilló al mundo a través de infinidad de conciertos; de unos cincuenta discos publicados, sumando vivos y en estudio, y muchos de ellos superlativos como Serenata para la tierra de uno, ¿Será posible el sur?, Gestos de amor o Cantora, ciclópeo laburo en el que la Negra dio cátedra de libertad. De dejar hacer a la música, más allá de prejuicios, miradas y géneros.
De eso estamos hablando, al cabo.