Si la Historia con mayúscula se narra a través de hitos y el fútbol en particular necesita de éstos para construir sus relatos, el Mundial de Francia 2019 (octavo en su rubro) debería ser recordado para siempre como un hecho de quiebre en las discusiones de género en torno al deporte. Los récords de audiencia y recaudación del torneo que consagró una vez más a Estados Unidos parecen ser el reflejo de un movimiento de época que encuentra a la Argentina a punto de estrenar su primer torneo (semi)profesional de mujeres. Esto da cuenta del interés y la “monetización” del fútbol femenino como espectáculo, pero al mismo tiempo de las discusiones culturales que jugadoras de distintos países están dando en el plano de la identidad y de las subjetividades. Tensiones claves para comprender este proceso expansivo del fútbol femenino.

 

Por eso, ni bien terminó la copa de Francia (donde la Selección Argentina también estableció sus hitos, con dos empates que serán recordados para siempre), el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, anunció cinco puntos a presentar en la próxima reunión formal del Consejo del organismo, a fines de octubre en Shanghái. Propone crear a partir de 2020 un mundial anual de clubes como el de varones, ampliar de 24 a 32 los equipos de la próxima Copa de del Mundo y duplicar sus premios, que con sus 60 millones de dólares igualmente no será más que el quince por ciento de lo destinado a ese rubro en Rusia 2018. El anuncio de Infantino, de momento, es apenas una “carta de intención” que deberá ser discutida y votada. Lo que no quita que sirva para ir instalando una agenda “institucional” de prioridades alrededor de este nuevo fenómeno.

 

Es que la FIFA hace un cálculo muy sencillo. Por un lado mira todas las planillas llenas de cifras y datas auspiciosas. Como las 33 millones de visitas en sus canales oficiales, las 80 millones de reproducciones de videos propios y los dos millones de followers que sus cuentas sumaron durante el Mundial de Francia. En Inglaterra, que las enciclopedias caracterizan como “la cuna” del fútbol moderno pese a que las mujeres estuvieron prohibidas hasta 1970, la semifinal que su selección femenina perdió frente a Estados Unidos superó en audiencia a la reciente final de la Champions de varones, protagonizada por dos equipos ingleses. Todo un interés en alza que revaloriza acaso las acciones más sensibles del fútbol como negocio: los derechos de transmisión. El mercadeo de contenidos. No por nada el Real Madrid, históricamente negado a tener equipos femeninos, decidió en plena fiebre mundialista “franquiciar” un ignoto elenco del norte de la ciudad llamado Tacón como acrónimo de Trabajo, Atrevimiento, Conocimiento, Organización y Notoriedad, una proclama que a la luz de los hechos aún no queda claro si es ridícula o masona.

 

El tema es que, en simultáneo, la FIFA empieza a ojear también la grieta que se le va abriendo al costado. El fútbol femenino avanza con mucha potencia y el organismo entiende que, si no toma el control de esa expansión global, correrá el riesgo de que le “crezcan los enanos del circo”: inesperados focos que pongan en cuestionamiento estructuras consensuadas entre los espacios de lobby y poder que sostienen a la FIFA. Francia, el país organizador del mundial, fue un ejemplo: en un hecho inédito para el fútbol femenino, se agotaron a las pocas horas las entradas para el partido inaugural, las dos semis y la final; pero, al mismo tiempo, la influyente revista Charlie Hebdo polemizaba con una controvertida portada (una pelota dentro de una concha y una frase cruzada que se entendería por: “vamos a tener que chuparla durante un mes”). Una acidez maradoniana que, según la publicación humorística, respondía a que: “Es triste ver cómo el fútbol femenino se esfuerza por volverse tan estúpido, vulgar y cínico como el masculino”.

 

En esta lucha por el sentido (el “relato”), las mujeres dieron durante el torneo su propia pulseada frente a un mansplaining que tentaculizó los discursos dominantes: el Mundial de los récords de taquillas, el interesante nivel deportivo (“mirá qué bien que juegan estas minas”) y el poder de representación universal con equipos de Europa, Asia, África, Oceanía y las tres Américas fueron los valores exhibidos como exitosos. Sin embargo, lo más recordado de Francia 2019 deberá ser la osadía de la capitana yanqui Megan Rapinoe, quien aprovechó la amplificación que le daba el evento para desairar a Donald Trump. El presidente de Estados Unidos cayó en la trampa y le contestó por su vía favorita para dar mensajes breves y amenazantes: Twitter. “Deberías ganar antes de hablar. ¡Terminá el trabajo!”, exigió. La metonimia fue fabulosa porque condensó en dos declaraciones todo un contraste de ideas. Finalmente EEUU salió campeona por cuarta vez, invicta, y con Megan como goleadora del Mundial, mejor jugadora del torneo y figura de la final. “Cumplí mi parte del trato”, ironizó la capitana, quien luego se puso seria: “Somos mucho más de lo que estamos haciendo. Queremos traer a más personas a la conversación. Queremos expandir este debate y abrirlo a todos”.

 

El contexto no es ajeno a lo que sucede en la Argentina, donde la procesión cultural también trasciende a los meros resultados (históricos) en Francia 2019 para mover los eje del debate. El empate ante la entonces subcampeona Japón y la épica frente a Escocia le dieron amplitud a las discusiones que se estaban dando simultáneamente en “jurisdicción” de la AFA.  Incluso la derrota ante Inglaterra, con aquella perfo inolvidable de la arquera Vanina Correa, quien una vez elegida mejor jugadora del partido por la FIFA declaró en la transmisión oficial para todo el mundo: “Sólo queremos que las mujeres disfruten del fútbol”.

 

La semiprofesionalización del fútbol femenino de Primera en Argentina es una conquista de marzo pasado, impulsada por la actual jugadora de San Lorenzo Macarena Sánchez en protesta por la arbitraria rescisión contractual de su ex club UAI Urquiza. Pero, aunque previa al Mundial, la decisión ahora toma otro valor al calor de lo que dejó Francia 2019.  El “anuncio” de la noticia lo habían monopolizado el presidente de la AFA y el titular del gremio de futbolistas profesionales. Pero la ejecución, en cambio, quedó a mano de lo que decidieran los equipos femeninos: la AFA le dará 120 mil pesos mensuales a cada club, lo cual no alcanza ni para cubrir el salario mínimo, vital y móvil de las once titulares. En ese escenario, cada elenco deberá decidir como distribuir la escasez en un torneo que aún no tiene fecha de inicio. 

 

Se vislumbra entonces una lucha más entra las que tantas registró la exfutbolista, escritora y periodista Ayelén Pujol en ¡Qué jugadora!, un libro indispensable para reconstruir la historia del fútbol femenino argentino desde las primeras futbolistas que ya lo jugaban, hace casi cien años atrás, la participación autogestiva de diecisiete mujeres en el pionero Mundial de México ’71 (que la FIFA no organizó ni reconoce, aunque debería) y las conquistas discursivas que en este siglo se dieron no sólo frente al machismo, sino también a movimientos feministas que denostaban al fútbol como hecho cultural. Un horizonte en el que, además, aparece un estímulo desafiante: la AFA se postuló junto a otros ocho países para anfitrionar el próximo Mundial, dentro de cuatro años.