Si hay algo novedoso en materia de vida universitaria es la aparición de los protocolos para atender las violencias ejercidas especialmente contra las mujeres. La primera de las universidades públicas que obtuvo ese instrumento fue la del Comahue. Se trató de una conducta precursora que luego tuvo emulaciones. Pero nuestras universidades no manifestaban una acción articulada con referencia sinergial. Las reacciones contra las reiteradas formas de violencia, desde el menosprecio a las consuetudinarias reglas del acoso –cuando no otras gravísimas inconductas–, no habían suscitado una labor mancomunada.
En 2014, a raíz de una actividad a la que nos había convocado la Feria del Libro y frente a diversas manifestaciones y testimonios, surgió la necesidad de crear una red que posibilitara intervenciones consecuentes. En septiembre de 2015, en la sede de la UNSAM, finalmente tuvo lugar el encuentro con representaciones de la mayoría de las casas universitarias públicas. Muchas colegas decidieron entonces que debía hacerse un camino común y así se originó la Red Universitaria contra la violencia que fue incrementándose en estos años.
Pero había que darle un marco de completa visibilidad y reconocimiento institucional. Era imprescindible que el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) admitiera que el flagelo de la violencia constituía el fenómeno más corriente y consuetudinario. Finalmente, el organismo decidió la creación de la Red Universitaria de Género (RUGE). Fue fundamental el papel jugado por las rectoras (un número absolutamente escaso), que se ha constituido en una firme argamasa para enfrentar el desquicio de la violencia.
A raíz de la III Conferencia Regional de Educación Superior, coincidiendo con el Centenario de la Reforma el año pasado, la coordinación de RUGE declaró: “Invitamos a las autoridades allí reunidas a actualizar, desde una perspectiva feminista, el legado de aquel Manifiesto liminar con que la juventud universitaria inauguró un tiempo nuevo. Entendemos que recuperar el proceso de democratización de cara a los próximos años debe tener por uno de sus pilares la profundización de una visión más igualitaria de las relaciones entre géneros dentro de las universidades. Imaginar una universidad más libre y democrática tiene por objetivo insoslayable sostener la igualdad de género como principio rector de los vínculos que se dan en el seno de su comunidad”.
Algo nuevo está ocurriendo en el sistema universitario, más allá de la grave coyuntura que limita los recursos y que compromete la función de nuestras casas de altos estudios.
Dora Barrancos: Socióloga, historiadora y feminista. Directora de la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades y de la Cátedra Abierta de Género y Sexualidades de la UNQ.