Pablo Riquero todavía recuerda la canchita de fútbol donde jugaba con sus amigos, en el barrio Punta de Rieles de Montevideo. Una zona semirural, rodeada de bañados, donde se practica la agricultura pero también la actividad industrial. “Y esos paisajes están mezclados en mi música, salen naturalmente”, dice este cantautor uruguayo, que después de varios años de ir y venir de Montevideo a Buenos Aires decidió quedarse un tiempo en el porteño barrio de Boedo.
“Siento una pertenencia acá, me acostumbré a la dinámica de la ciudad. Pero no es que tengo que decidir si me quedo o me vuelvo a Uruguay, estoy en los dos lugares”, dilucida sobre esta “etapa intensa” que está viviendo hace cuatro años de este lado del charco. En este proceso, el uruguayo acaba de publicar su segundo disco, Se marea (2018), en el que reafirma su faceta como creador de canciones e intérprete.
El disco, que presentará este viernes a las 20 en Usina del Arte (Caffarena 1, gratis), despliega un conjunto de canciones con carácter universal pero con pinceles y colores rioplatenses. A diferencia del anterior, Comienzo (2016), Riquero construyó aquí un sonido de banda en diálogo con Agustín Lumerman en batería y percusión, Nahuel Carfi en piano y teclados, y Paco Cabral en bajo.
“Todo nace de la guitarra, de lo primitivo, desde la soledad de la composición”, dice este guitarrista y cantante de voz cálida y melancólica. “Pero luego, al momento de definir el disco junto al productor, Agustín, pensamos qué instrumentos se podían agregar para nutrir la música y sacarle el mejor fruto a la canción”. Y en esa búsqueda, además de la banda, también aparecieron invitados como el acordeonista Hernán Crespo en “No sé” y “Un aire mejor” o los uruguayos Jesús Fernández y Emilia Siede en “Espalda con espalda”.
Un episodio importante en la vida de Riquero ocurrió en el mundo del Carnaval. Como director de murgas y arreglador, participó en Contrafarsa, Falta y Resto, La Gran Muñeca, Cayó la Cabra, Metele Que Son Pasteles, entre otras. Y si bien su canción excede los géneros, su paso por el Carnaval dejó una huella en su música. “No es que reniegue de la murga, pero pienso que hay otras cosas para transitar. Y además el género murguero o la murga-canción está muy bien representada por gente que lo hace de manera exquisita. Entonces, trato de agarrar para otros lugares”, sostiene.
“Inevitablemente, me parece que todo el desarrollo de estos años, de haber salido en murgas, de ser director, arreglar y elegir músicas para espectáculos, está dentro de mi canción. Y en lo rítmico tal vez se nota en algunos momentos: el fraseo, la forma de cantar, el armado de las voces, algunos arreglos vocales… son herramientas que aprendí en todos esos años. Por eso no reniego de la murga, porque me ha dado mucho. Pero después uno vuelca en la canción muchas otras cosas”.
En las canciones de Riquero importan más las historias que el paisaje. Es una idea “cabreriana”: que el cruce entre dos calles o el perfume de un barrio funcionen solo como escenario para contar algo más universal y cotidiano. “Fernando Cabrera habla de la calle Llupes o del barrio de Paso Molino pero lo mezcla con la melancolía, con el tiempo, con un posible encuentro”, grafica el músico. “Hacia eso tratamos de apuntar: contar historias que nos conmuevan primero a nosotros y luego que los otros se puedan identificar”. Hay (des)amor en “Ahí voy”, incertidumbre en "Escribir”, esperanza en “Un aire mejor” y una mirada sobre la identidad en “Milonga del charco”,
“Siempre me identifiqué con ese tipo de textos: cantarle a lo perdido, lo existencial, lo cotidiano, los vínculos; una cosa más nostalgiosa o reflexiva”, refuerza. “Lo bueno que tiene este disco es que ronda sobre esas ideas pero hay temáticas que van por distintos lugares. ‘Se marea’ o ‘Apalabrarse’ tienen reflexiones más sociales y políticas. Y después hay una canción que le hago a mi sobrina, ‘Jazmín del sur’, o una mucho más profunda, que se llama ‘Canción de adiós’, que fue escrita para mi abuela materna”.