En la historia de la comunidad de los disidentes sexuales sin dudas hay mojones ineludibles. Por supuesto que están Nietzsche y Oscar Wilde como los faros que desataron una visibilidad pública inaudita de las formas en las que el deseo interviene en la constitución de la civilización. Pero también están a lo largo del siglo XX aquellos textos que han dado una forma concluyente a las formas, modos, poses y corrimientos que han llevado adelante algunos personajes fundacionales.
Los putos fundadores
En Francia, está el nuevo modelo de sujeto que construye Guy Hocquenghem el El deseo homosexual, que mira la formación de ese tipo social en un lugar muy diferente que White, pero, notablemente, inspirado en la misma filosofía: El Anti Edipo, de Gilles Deleuze. Tanto el libro de Hocquenghem como el de Deleuze-Guattari, aaparecieron sintomáticamente el mismo año 1972. En América latina tenemos los dos monumentos en sendas lenguas que han reconstruido nuestra trama social y la llevaron a la superficie desde el abismo de clandestinidad donde había sido confinada. Un abismo que era clandestino, oscurecido, oculto y elitista y que mostraron, como si se tratara de una literatura que permite por primera vez confrontarse con un monstruo que ni nosotros sabíamos que existía: son los dos maravillosos libros de etnografía y antropología que nos han guiado : el de João Silvério Trevisan, Devassos no Paraíso, que mostró por primera vez las vías de comunicación entre una cantidad de población gay y travesti de Río de Janeiro ( y que todavía estamos esperando que se le haga justicia en español con alguna traducción, porque es una parte de nuestra historia que, al mismo tiempo que nos explica, no es conocida por los mismos participantes de ese relato). El otro es el informe antropológico sobre la prostitución masculina en San Pablo que escribiera en un exilio autoimpuesto Néstor Perlongher, El negocio del deseo. Ambos son libros que no sólo se escribieron contra el sistema pacato y terrorífico de los estudios de género en América latina, de aquel momento, sino también como contraseña de identidad que quienes lo leíamos nos lo contábamos como si fuera un mantra o una sabiduría que no tenía posibilidad de ser domesticada y por ello, era una sabiduría superior.
Retrato de un yire
Para los angloparlantes también, estaba la obra de Edmund White, que acaba de traducirse como acto supremo de reparación histórica y como modelo de trabajo, de compromiso intelectual y de diversión sin límites para los lectores que no por ávidas de conocimiento dejamos atrás la voluntad de enloquecimiento y alegría intelectual. Es notable que esas obras jamás son traducidas inmediatamente, sino que esperan un tiempo “prudente” para su aparición. Por suerte, terminan por aparecer, porque la obra de White, que es un ejemplo de trabajo sobre el campo de los estudios queer, estaba en una especie de decoroso clóset que hace que su biografía de Genet, por ejemplo, haya podido ser traducida inmediatamente después de su publicación en inglés, pero sus libros más profundamente y autobiográficamente queer, esperan hasta que aparece el editor que decide que ya no son solamente un libro, son también un monolito de la historia de una comunidad y una parte fundamental de su autoconocimiento. Luego de publicar esta obra esencial, por ejemplo, White publicó un pequeño libro en el que relata su vida durante un tiempo en París, (Our Paris) con su pareja, un libro trágico, y dulce que muestra ese París que, en otros textos es violento o desolado. Una secuela de un libro fundamental de su vida parisina que ya había comenzado a relatarse en The Flâneur.
The married man
Tampoco se ha leído la ficción de Edmund White que también es parte importante de su obra. Porque ahí trata de mostrar en la forma enmascarada de la novela. Problemas que, como sabemos, sólo han podido relatarse bajo la forma de la ficción, es decir, en el reverso de la realidad. Los lectores que descubran a Edmund White a partir de este libro admirable, muy pronto se verán impelidos a leer The married man que es una de sus novelas en las que se atan los cabos entre sus biografías, sus autobiografías y sus crónicas.
Estados del deseo es entonces una de sus obras fundamentales. El libro fue pensado como un ensayo de un género muy americano aquí con ciertos aditamentos. La literatura y la narrativa americana está plagada de ese relato que progresa a medida que progresa el viaje. En el camino, de Kerouac, es un ejemplo hippie, pero también podemos pensar en Easy rider (“Busco mi destino”) o Casi famosos, para poner un ejemplo más contemporáneo. Se trata de explorar en la medida del viaje el “Estado de la Unión” de acuerdo con un interés específico. En “Estados del deseo”, el propósito de White es explorar el sentido de una comunidad en el momento que emergió (los años setenta) y que se transformó, para bien y para mal, para el deleite cosificador y el terror ultracapitalista de las mercancías gays, de las fiestas del orgullo, la producción industrial de brillantina y los estudios de género, en el modelo de construcción comunitaria en todo el mundo.
Gays de época
Con el propósito de explorar esa emergencia, entonces, White encara la ruta y recorre el territorio desigual de Estados Unidos y sus comunidades gays. Por eso el libro tiene también el valor de documentación etnográfica y ensayo literario. Lo que encuentra es que la relación entre sexualidad, ciudadanía y comunidad es completamente diferente en relación con el tipo de constitución de cada Estado. Si en Los Ángeles el problema de los gays está vinculado con su apariencia, su modo de presentarse y su look, es porque los gays de esa ciudad son básicamente estrellas en ciernes (que no comprenden que jamás van a construir su estrellato justamente porque están atrapados en esa dialéctica de lo que muestran y lo que ocultan). Pero al mismo tiempo, en otra ciudad del mismo Estado, en San Francisco, previa al estallido digital, la comunidad aparece viviendo en una especie de deseo realizado. Con el correr de los años y el desarrollo de la comunidad gay, San Francisco se convirtió en la Mecca queer del mundo, de modo que generó un mundo dentro del mundo de manera que no existía en otra parte. Las ventajas de esa organización son, para White casi las mismas que las desventajas. El trabajo y la vivienda se volvieron escasos, la competencia, feroz; en fin, lo que ya sabemos. Nadie dijo que “comunidad” sea un sinónimo de “solidaridad” ni mucho menos. En este libro y no solamente por su marca histórica, comunidad es también una forma crítica de pensar la complejidad de la trama social específica. Mucho más interesante es, de todos modos, observar la relación entre religión y sexualidad en esos estados más o menos teocráticos como Utah, lugares donde ya la idea misma de que exista la sexualidad puede ser punible, imaginemos la sexualidad “diferente”( se le decía así, chicas, en esa época; banquenseló) , es casi un estado del terror. Con el mismo fervor, White nos invita a observar el modo súper “ghettificado” en el que viven las millonarias de los estados del sur (Georgia, Tennessee) donde se tienen que aislar ya no por un motivo religioso sino además por su propio prejuicio de clase y su racismo que muestra las secuelas de la historia del país y de sus familias… En fin.
Leyendo este libro ahora, en 2019, cuando puedo celebrar finalmente su publicación en Argentina, yo, que atesoré desde su aparición lo que ahora ya es más que un libro, un monumento de la cultura gay y un testimonio de su emergencia, me doy cuenta de que es verdad que el libro trabaja mucho más sobre la cultura del levante y el sexo de los gays que sobre cualquier otra inquietud que pudieran tener como ciudadanos. Pero también es verdad que la cultura gay de los setenta en Estados Unidos, tiene muy pocos espacios para organizarse más allá del bar, la pornografía gráfica o cinematográfica en salas inmundas y algún bar dudoso. Recordemos que todo el movimiento de Stonewall comenzó en uno de esos bares que, como dice White en otro de sus textos, no tenía agua, ni servicios, ni inspección municipal, y estaba regenteado por la maffia que podía aprovecharse de que no hubiera ningún otro lugar para reunir semejante “calaña” de personas. En un postfacio actual que es adenda de este libro, muy interesante, el autor trabaja sobre ese nuevo “Estado Global”, internet, que es también la nueva cultura y el nuevo lenguaje del levante gay y la nueva opresión con la que deben lidiar los jóvenes y los viejos gays: ser gente respetable. Era inimaginable que las luchas de fines del siglo pasado iban a claudicar en esta nueva “tolerancia” por parte de los Estados nacionales. Ser gente “respetable” ahora obliga a reconstruir la belleza de una nueva clandestinidad, para quienes queremos ejercerla, de un nuevo secreto y un nuevo desafío. Este libro de Edmund White nos puede entregar algunas de las claves para lograr ese destino deleuziano y esquizo con el que el libro fue escrito. Una fantasía de viaje, de partida, de saber como dice la canción-himno de nuestra cultura que no es acá (en ningún “acá”) donde nos construimos sino en un más allá en un más allá del arcoíris. Esa comunidad, dice Edmund White, no está en ningún “estado” sino siempre desplazándose, en movimiento, buscando la otredad, lo otro, el porvenir y la destrucción de sus figuras del presente para finalmente, salir a ver cómo son los otros de los otros.