Autobiografía del avergonzado
¿Cómo narra un sociólogo su propio origen social, su resentimiento, su antigua inquietud por una sexualidad, la suya, que no encuadra en las normas, para extraer de ese depósito las herramientas necesarias para un pensamiento crítico sobre la subjetividad y, sobre todo, sobre la subjetividad homosexual? ¿Cómo se sustrae a la autoficción, a las trampas de la memoria, para ensayar el autoanálisis y, etnólogo de sí mismo, regresar con la teoría aprendida a la infancia y la adolescencia, cuando todavía el sentimiento fundante de la vergüenza por ser marica no podía ser interpelado ni reapropiado como baza contra la injuria? ¿En qué lugar acontece el nacimiento del yo si no en varias estancias de la vida, una y otra vez arrojados a –y expulsados de– los mundos comunes? El sociólogo y filósofo francés Didier Eribon viene desde hace más de diez años practicando una ascesis, un viaje de doble direccion hacia el subsuelo de sus trayectorias individuales y teóricas, en el que conviven, imbricados, el niño marica de pueblo, la familia proletaria, el impacto de la mudanza a París, las filiaciones y amistades intelectuales, la obra vasta y la fama.
Un gay grente al espejo
Tránsfuga –aunque siempre se conservan las marcas del origen– en “la tarea infinita” de la reflexión sobre sí, Eribon se toma como objeto de estudio para designar las estaciones por las que atraviesa la conformación de un yo personal y político. Él, y junto a él un “nosotros”, con el filo de nuestra diferencia y nuestra inquietante singularidad a cuestas, dando pelea por dejar de ser sujetos hablados por los discursos devastadores que nos preceden, y asumir una voz propia y a la vez colectiva. Eribon apela al tránsito entre el “gay seriado”, cerrado en sí, y el gay que construye su diferencia para exigir como grupo la igualdad. “La vergüenza aísla”, dice. Su pasión por descifrar sus efectos está contenida en sus tres últimos libros editados por El cuenco de plata: “Regreso a Reims” (2009) , “La sociedad como veredicto” (2013) y, recién salido, “Principios de un pensamiento crítico”, en el que reúne seis ensayos escritos entre 2003 y 2015. Para quienes, como él, somos criaturas de la huida, su íntimo y permanente regreso hacia sí también nos importa. Los conceptos de vergüenza e injuria, sobre los cual construyó una sociología de la homosexualidad, son el fruto amargo que puso en nuestra boca a partir de sus “Reflexiones sobre la cuestión gay” (1999). La popularidad que a partir de Eribon adquirieron aquellos significantes entre las personas lgtbi, muchas de los cuales nos convertimos de alguna forma en sociólogos espontáneos, es el triunfo del espejo común por encima de las distinciones.
En su marcha arborescente, el académico famoso discute después de publicado “Regreso a Reims” con la madre herida por las revelaciones públicas. La pobreza del origen, la prosecución de sentimientos que no se borran al haber llegado a un destino luminoso, son la materia de su autoanálisis. Eribon hace operar su pasado de ñata contra el vidrio en su presente de académico reconocido, y la vergüenza de clase sobre el orgullo homosexual. Los efectos de su exploración en los sucesivos nacimientos y en la historia familiar reviven a una abuela lúbrica de la que nadie encuentra huellas materiales, una pequeña simone de beauvoir de los márgenes que abandona a la familia para ganar en libertad, recostada como un personaje de Jean Genet en el suelo del enemigo alemán y humillada públicamente tras la Liberación por traicionar la causa francesa, y antes de eso la causa materna. Ningún objeto suyo en la casa de Reims, apenas relatos orales que crearon en Eribon un vínculo imaginario con esa tránsfuga que, como él, había salido del pueblo repudiada “por puta”, un viejo excedente como el personaje de la Coca Sarli en la Dama regresa, con la peculiaridad de que esta volvió para enrostrar el éxito económico y ser venerada, mientras que la abuela quedó como una ausencia que asedia al nieto y que este nos ofrece en sus textos como si se tratara del cuerpo de Intimidades de una cualquiera: su diferencia sexual y la disidencia social se reúnen en torno a esa lápida.
Nací rota
La escritora francesa Violette Leduc nació por segunda vez cuando una vecina la insultó con el vocablo bastarda. Ahí tomó consciencia de ser hija de un goce ilegítimo, y para colmo pobre. Toda su obra autobiográfica se levanta sobre esa certeza de estar fallada desde antes de haber nacido. “Nací rota”, escribe, después de haber estado expuesta al veredicto social. Como diría Sartre: Leduc fue nombrada. Sustituyamos “bastardo” por “homosexual” y encontraremos a otros escritores franceses de la constelación Eribon que tuvieron que vérselas con discursos científicos, religiosos o jurídicos demoledores. Que, habiendo entonces crecido bajo el estigma de una sexualidad y un yo designados como infames, se cruzaron a cada paso con supuestas soluciones que iban desde la absolución del pecado hasta aventuras químicas o matrimoniales y, a partir de Sigmund Freud, con los bemoles del diván. Podemos hacer un canon literario y, de varias maneras, en registro autobiográfico, con Marcel Proust, André Gide, Jean Cocteau, Marcel Jouhandeau, Jean Genet, y ante todo, fuera de lo estrictamente literario, sus amigos Michel Foucault, Pierre Bourdieu y también a Roland Barthes. Eribon sale de esa matriz francesa; se reconoce e inspira en las amistad de un tipo como Foucault, por la pertenencia común a la universidad y la experiencia gay, y a determinado modo de tematizar la homosexualidad. Pero es en Pierre Bourdieu donde, nos cuenta Eribon en Principios de un pensamiento crítico, los ámbitos de pertenencia se superponen –Bourdieu, además de ser y vivir como gay, sale de un mismo suelo social– y en consecuencia es el amigo-espejo, el pensador amado de una “familia ficticia que ha llegado a ser la verdadera”. Como él, ha realizado “esfuerzos desmesurados por vencer la vergüenza social”, así como Foucault “la vergüenza sexual”.
La Odisea contra Edipo
Cuando en 1999 la facción autoritaria de los psicoanalistas lacanianos franceses salió a hacer la guerra contra el Pacto civil de solidaridad (Pacs), una variante incluso menor que la unión civil, apenas una serie de derechos y obligaciones entre convivientes sin determinar su sexo biológico, Didier Eribon intervino en el debate público para tratar de dinamitar los efectos de la teoría psicoanalítica. Heredero de las invectivas de Foucault y Deleuze contra la familia edípica, la Castración, la sexuación, la autoridad simbólica, el falo y El Nombre del Padre, Eribon leyó en el psicoanálisis una máquina de dominación. La prueba inmediata sería la reacción de algunos lacanianos a los contratos civiles entre personas lgtbi.
En su odisea a Reims, “la psicología no tenía cabida alguna”, aunque sabe que el psicoanálisis –su concepto de inconsciente– impregna cualquier combate; sería “una ideología de sí” que no debe dar cuenta de sus propios instrumentos. No hay propuesta de autoanálisis y socioanálisis, sin embargo, que no tenga que vérselas con categorías que la cultura ya ha introyectado. Y por eso Eribon busca deshacerse de ese “dispositivo de poder”, escribe Escapar del psicoanálisis y postula otras vías de reflexión de sí, que de ninguna manera quede subsumido en el drama edípico sino en su propio contexto geográfico, histórico y social y en la suma de los discursos que lo preceden, y a los que habrá que interpelar siempre: “El inconsciente de Céline no está asediado por el padre, sino por la guerra, el pueblo, la raza”, escribe.
Didier Eribon, en el último ensayo de Principios... defiende, contra quienes desconfiamos del devenir del gay sumado al circuito de las normas sociales, que es desde adentro que se pueden generar transformaciones radicales. Por ejemplo, como proponía Michel Foucault, un posible “nuevo derecho relacional”, en el cual las relaciones de amistad estén reconocidas, o la adopción entre mayores de edad. En lo personal, esta apertura a un futuro jurídico no necesariamente “matrimoniado” me atrae mucho más que este presente de tristes asimilaciones.