No debe existir estrategia electoral más vieja en la Argentina que pisar el tipo de cambio. Siempre funciona por dos razones: porque tiende a generar estabilidad de precios, en particular en contextos cercanos a la hiperinflación como el registrado en los primeros meses de 2019, y porque tiene efecto ingreso: aumenta el poder adquisitivo en divisas y eso permite una recuperación de la demanda.
Las dos razones son los mecanismos de transmisión que, por detrás, poseen algunos supuestos/datos, el primero que la inflación es un fenómeno de costos (los insumos importados son uno de los principales costos de producción de la mayoría de los bienes locales, a ello se suma que las tarifas también están dolarizadas y los salarios crecen por debajo de la inflación, todo lo cual transforma al dólar en la variable clave), y el segundo que el PIB responde al incremento de la demanda, o mejor dicho al revés, que el aumento de la demanda de bienes reproducibles aumenta la producción de estos bienes y no su precio. Lo dicho es teoría, lo que significa que funciona en todo tiempo y lugar. Entonces: siempre que se tienda a apreciar el peso (depreciar el dólar) se pondrán en marcha los dos mecanismos citados.
En la actual coyuntura, dada la situación de partida de derrumbe de la actividad, lo que ocurrió no fue la eliminación de la inflación, sino su freno relativo después del pico del 4,7 por ciento mensual alcanzado en marzo. Parece que regresar a valores de entre 2 y 3 por ciento mensual, como se anunciará esta semana para junio, es la nueva panacea. Tampoco se produjo un arranque del PIB, sino apenas un cambio de tendencia en la caída, es decir se cae más despacio. No es mucho, pero fue suficiente tanto para cambiar los ánimos de los operadores financieros y para que el gobierno ponga en marcha una de sus ya clásicas estrategias de venta de optimismo. Aunque usted no lo crea, “lo peor ya pasó” y hasta Christine Lagarde, en su última declaración sobre Argentina antes de abandonar el FMI, afirmó sin rubor que el plan para el país estaba funcionando.
No importa como experimentan las mayorías en su vida cotidiana la presunta bonanza, no importa que la caída del consumo privado no encuentre piso (-7 por ciento en el tercer trimestre de 2019 versus tercero de 2015, según proyectó la consultora Radar), tampoco importa el deterioro del mundo del trabajo, donde casi la mitad de la Población Económicamente Activa (PEA), 9 millones de personas, tienen graves problemas de empleo, desde desempleo a informalidad y precarización. La sola estabilidad relativa generada por planchar el dólar parece alcanzar para la construcción de expectativas falsas, las que miran los operadores internacionales mientras ganan fortunas a tasas de interés inéditas. El recuperado optimismo de los especuladores y el respiro transitorio, se refleja también en las encuestas de opinión publicadas . El macrismo seguiría debajo de la principal fórmula opositora, pero recortando distancias y con esperanzas ciertas en la balotaje.
Si los resultados de las encuestas son ciertos, si es verdad que el macrismo recorta distancia desde marzo, sería un indicativo de que la población habita en un presente permanente, sin pasado ni futuro, y en tal caso al oficialismo le alcanzaría con sostener el dólar a cualquier costo para quedarse cuatro años más en el poder. “Ganemos y después vemos” no es un razonamiento que alcance sólo a algunos sectores opositores.
Regresando a los mecanismos económicos. El lector puede pensar que la ciencia encontró la máquina del movimiento continuo, la regla de la felicidad económica. Alcanzaría con apreciar para estabilizar la macroeconomía y crecer. ¿Quién querría desprenderse de semejante belleza? La Ley de Convertibilidad, por ejemplo, duró una década y nueve meses. El problema es que cuando se crece, para decirlo de manera rápida, aumenta la demanda de importaciones, los dólares se hacen más escasos y se dificulta sostener el valor revaluado del tipo de cambio. Aquí aparecen los mecanismos para contrarrestar el problema. Si se quiere sostener el tipo de cambio apreciado se necesitan dólares. Para eso la economía tiene que generar un saldo comercial positivo o bien recurrir a mecanismos financieros, como tomar deuda y poner en marcha la bicicleta financiera, es decir establecer una tasa de referencia que atraiga capitales del exterior.
Es obvio que el gobierno no está apoyando el actual nivel del tipo de cambio por la vía real. Primero porque continúa la caída de la actividad y en consecuencia no existe reactivación de las importaciones, pero como de todas maneras los dólares no alcanzan recurre a los mecanismos financieros. Vale destacar que si bien la actual estabilidad relativa del tipo de cambio coincidió con la liquidación de la cosecha, lo cierto es que aun comparando contra 2018, el año de la sequía, las liquidaciones de 2019 son hasta ahora inferiores a las del año pasado. De acuerdo a la consultora “pxq”, los datos de liquidación de divisas del complejo sojero-aceitero durante el primer semestre de 2019 fueron 8,9 por ciento menores al promedio de los primeros semestres de los últimos diez años, 8,8 por ciento menores que el promedio de los primeros semestre de 2015-2018 y 7,3 por ciento menores que en el primer semestre de 2018. Mientras el gobierno esperaba una liquidación de divisas en torno a los 25 mil millones de dólares, con suerte se llegará a los 20 mil.
El veranito cambiario es una estación frágil y durará mientras dure la plata del FMI y la confianza de quienes están jugando al carry trade, una operatoria que hoy tiene el incentivo de las bajas tasas en los países centrales, las que animan al capital financiero global a asumir riesgos como el argentino. El resto de los connacionales, mientras tanto, aprovecha la baja cotización para seguir comprando divisas. Si todo falla quedará el poder de fuego del Central con sus reservas de libre disponibilidad, pero como todo el mundo sabe, nada es para siempre.