En la mañana del 12 de agosto de 2000 el submarino nuclear K-141 Kursk, miembro de la Flota del Norte de la Federación de Rusia, zarpó desde las costas de Vidyayevo, cerca de la frontera con Noruega, para formar parte de un entrenamiento militar en el Mar de Barents. Algunas horas más tarde, la explosión accidental de un misil en la sala de torpedos provocó una serie de poderosas detonaciones que terminaron destruyendo gran parte del navío, lanzándolo hacia el lecho marino, a unos cien metros de distancia de la superficie, junto a sus 118 tripulantes. La mayoría falleció de inmediato, pero un pequeño grupo de submarinistas, ubicado en uno de los extremos del Kursk, logró sobrevivir y esperó impaciente el rescate desde el exterior, que nunca llegaría ni en tiempo ni en forma. Dos libros periodísticos sobre los hechos, sus causas y consecuencias, fueron publicados en 2002, coincidiendo con el segundo aniversario de la tragedia. La lectura de esos volúmenes pone de relieve que los autores no logran ponerse de acuerdo en el tiempo de sobrevida de los marineros, amén de otras informaciones fácticas, aunque ambos coinciden en afirmar que podrían haber sido rescatados si el ocultamiento de la gravedad de los hechos y la vehemencia de las fuerzas burocráticas de la marina rusa no se hubieran interpuesto entre los hombres en peligro y una oferta extranjera de ayuda inmediata. En A Time to Die: The Untold Story of the Kursk Tragedy, editada en español con el más sencillo título Kursk, el periodista británico Robert Moore afirma que el hundimiento del submarino ilustra a la perfección el declive del poder militar de Rusia a casi diez años del fin de la Unión Soviética y que la relación absolutamente fría e incluso cruel de los militares con los familiares de las víctimas recordaba la “insensibilidad soviética a las miserias individuales”. El inminente estreno local de la última película del danés Thomas Vinterberg (La celebración, La cacería), una recreación ficcional de esos hechos basada libremente en las páginas del libro de investigación de Moore, llega apenas algunas semanas después de la emisión de la serie Chernobyl en la señal HBO. Si bien se trata de eventos muy distintos que tuvieron lugar en períodos diferentes y con gobiernos de diversos signos, resulta muy tentador unir los puntos que los separan a partir de ciertos hitos en común: la minimización inicial de la catástrofe, la negación de la verdad puertas afuera, el sostenimiento de un “todo bajo control” como lema fatal.
Producida por compañías cinematográficas de Bélgica y Luxemburgo bajo los auspicios del francés Luc Besson y rodada en idioma inglés por un reparto multinacional, Kursk es un buen ejemplo de coproducción europea al uso y una nueva demostración de ese viejo axioma cinéfilo que afirma que ninguna película sobre naves subacuáticas puede ser del todo mala. Más allá de su origen en hechos reales y desgraciados, Vinterberg apuesta tanto al drama personal y colectivo con anclaje histórico como a los engranajes del cine de suspenso, un poco a la manera del Vuelo 73 de Paul Greengrass. Las primeras escenas remiten a los minutos iniciales de otro clásico del cine subacuático, el largometraje y posterior miniserie televisiva Das Boot, del alemán Wolfgang Petersen, aunque aquí el punto de partida no describe la despedida en un bar en la Alemania nazi, justo antes de zarpar, sino la fiesta de casamiento de uno de los marineros el día anterior al ejercicio. De esa manera, el guion de Robert Rodat (Rescatando al soldado Ryan, El patriota) introduce la subtrama de los familiares de los submarinistas, esencialmente sus esposas e hijos. Kursk navegará entre esos dos andariveles, entre lo que ocurre en el fondo del océano y sus repercusiones en tierra: en las casas de familia, en los navíos de guerra rusos, en un centro de control británico. Según ha confirmado Thomas Vinterberg en varias entrevistas periodísticas, fue el actor belga Matthias Schoenaerts, encargado de darle vida al teniente Mikhail Averin, el líder del grupo de supervivientes, quien le presentó el proyecto e insistió para que tomara el rol de director. En el que posiblemente sea su proyecto más cercano al cine de ansias masivas, la película se apoya en un estilo clásico, en el cual las distintas líneas narrativas corren en paralelo, al tiempo que van afianzándose el relato de supervivencia personal y el drama humano, consecuencia en gran medida de la desidia, la estupidez y la tozudez, esas características tan humanas. Algo idéntico puede afirmarse respecto de la construcción del resto de los personajes. La francesa Léa Seydoux interpreta a la sufrida mujer de Averin, al tiempo que el alemán Peter Simonischek (el protagonista de Tony Erdmann) hace las veces de almirante a cargo del fallido entrenamiento bélico. El inglés Colin Firth, en tanto, se calza los ropajes del comodoro David Russell (el único personaje que mantiene en la ficción su nombre real), el militar responsable, tanto en la realidad de aquel agosto de 2000 como ahora en la pantalla, de ofrecer la última tecnología y un equipo de rescatistas británico-noruegos para asistir a los marinos sepultados.
“Hasta donde recuerdo, nunca me emborraché con un almirante ruso”, bromeó el verdadero David Russell, ahora retirado del servicio, en una entrevista con The Times, pocos días antes del estreno del film en el Reino Unido. “Pero lo importante en la película es la idea de que hay un lazo especial entre los submarinistas. Y eso es absolutamente cierto. Cualquier submarinista sabe que en un navío en el fondo del océano está oscuro, negro, frío y el agua ha comenzado a entrar lentamente”. Luego del estreno mundial de Kursk en el Festival de Toronto comenzaron a circular versiones ligadas al hecho de que una primera versión del guion incluía la presencia de Vladimir Putin como personaje secundario del drama. Esas escenas, continuaba el corrillo, nunca habían sido filmadas para evitar las críticas oficiales del gobierno ruso. Vinterberg se apuró a aclarar que eso no era cierto. “Hay una historia en Internet que afirma que fuimos intimidados por las autoridades rusas. Son todas patrañas. La decisión de no incluir a los altos mandos del gobierno fue meramente artística. Tomé esa decisión porque, antes que nada y sobre todo, la película trata sobre los aspectos humanos de la historia y no quería que se redujera a un film que señala con el dedo específicamente hacia ciertas personas”. Sobre el final de Kursk, en su último rol en pantalla a la fecha, esa leyenda viviente llamada Max von Sydow aporta su habitual dosis de prestancia en un brevísimo, silencioso y necesariamente antipático rol: un militar de altísimo rango y extensa carrera cuyo saludo es rechazado por los familiares de las víctimas. Un par de minutos antes, la viuda de Averin afirma, con lágrimas en los ojos pero voz firme, que “los marineros siempre salvan marineros, incluso en tiempos de guerra”.