IV. ESTILOS
(líneas 310 a 342)
El barroco
continúa con el nogal
pero luego
lo abandona
por el roble
y el ébano;
cambian las mesas
todavía severas
del Renacimiento
y aparece el gusto
por la decoración
mediante la talla.
Los esfuerzos
de los artesanos
por sobrepujarse
y ganar
el favor real
llegaron a tanto
que en la limpieza
de las patas
de algunas mesas
de esa época
desaparecen
varios miembros
de la servidumbre
del palacio.
Ello obligó al rey
a dar un edicto
poniendo límites
a la imaginación
de los ebanistas
lo que señala
el fin del período.
VIII. SOCIABILIDAD
(líneas 1025 a 1065)
Deseamos recalcar
que se deben comer
como mejor parezca
a cada uno
sin admitir cortapisas;
incluso
procediendo al revés
de lo que se indica.
Así
el tirar arvejas
salpicar con salsa
o manchar con vino
al servir
a otro comensal
es una fuente
de enorme
y auténtico regocijo
para todos
los que gustan
del humor sano
y no debe
ser desaprovechada
especialmente
si el afectado
tiene un aire
compuesto y formal.
Igualmente
el romper algún
plato de sopa
y aun la sopera
si es posible
tirándola al suelo
es la mejor garantía
para lograr
inmediata animación
con ir y venir
de los dueños de casa
invitados
y servicio en general
todo acompañado
por comentarios
disculpas
cambios de miradas
la vida en su punto
de ebullición.
XIV. HAGIOGRAFÍA
(líneas 2157 a 2214)
Santa Mesita de Luz
(s. XVI)
Una de las santas
más simpáticas
y sabias
entre
las de habla española.
Originalmente sencilla
y más bien rústica
era auxiliar de cocina
alegre y retozona
hasta el día en que
hecha mesa de luz
pasó al dormitorio
de los dueños de casa.
Conoció allí
los mayores sufrimientos:
grandes pesos
que la hacían inclinarse
sobre su pata reumática
agua derramada
con la que tiritaba
por las noches
empujones de los chicos
que saltaban
desde ella
el olor nauseabundo
de los orinales
muchas veces olvidados
por la servidumbre
el asistir
a escenas conyugales
que herían
sus púdicos ojos
y castos oídos.
Todo
todo lo soportó
de buen talante
devolviendo bien
por mal
con una admirable
disciplina
que la llevaba
a castigar
su ya débil cuerpo
ayunando día por medio.
Su vida ejemplar
se fue apagando
gradualmente
y sólo después de su muerte
fue reconocida
su santidad.
Nos ha dejado
valioso testimonio
de su virtud y sabiduría
en las célebres
Confesiones de alcoba
dechado de prosa
coloquial y terrena.