En 1995, Eddie Vedder estaba atendiendo –y no por primera vez- una llamada telefónica que tenía que ver con los baños químicos. En su primera semana, Vitalogy, el reciente tercer disco de Pearl Jam, había vendido cerca de 900 mil unidades; bien podían asegurar ser la banda de rock más grande del mundo. Sin embargo, lejos de estar disfrutando su status, Vedder y sus compañeros habían elegido iniciar una guerra con uno de los mayores conglomerados de la industria de la música: el gigante de la venta de entradas Ticketmaster.

Ese verano, al salir a la ruta para promover Vitalogy, Pearl Jam prometió que su gira estadounidense evitaría los lugares que trabajaran con Ticketmaster. Pero la empresa tenía el 90% del circuito de Estados Unidos. El boicot pronto se convirtió en una verdadera pesadilla, en la que Pearl Jam tuvo que ocuparse personalmente de los agotadores detalles de montar un concierto. Un efecto particularmente indeseable fue la cuestión de tener que organizar los baños químicos.

“Teníamos encuentros de una semana de duración sobre vallas y baños”, recordó luego Vedder. “Y como solo tocábamos en lugares que no trabajaban con Ticketmaster, teníamos con lidiar con sitios muy fuera del circuito”, agregó el guitarrista Mike McReady. “Teníamos que manejar todo por nosotros mismos. Recuerdo las llamadas sobre los baños. Era una ordalía”.

24 años después, mientras Vedder actúa como solista en Wembley teloneando a sus héroes musicales The Who, parece surrealista que una banda del nivel de Pearl Jam alguna vez se haya metido con Ticketmaster. La compañía se fusionó con Live Nation en 2010, creando un titán corporativo.

“Los precios de las entradas están en un nivel record. Los cargos por servicio están lejos de haberse reducido”, publicó el New York Times en 2018, en un artículo titulado Live Nation Rules Music Ticketing, Some Say With Threats (“Live Nation dirige el negocio de las entradas, según algunos con amenazas”). “Y Ticketmaster, parte del imperio Live Nation, aún maneja los tickets de 80 de las 100 ‘arenas’ en Estados Unidos (sitios con capacidad para unos 15 mil espectadores). Ninguna compañía tiene más que un puñado. Ningún competidor se ha alzado para desafiar su preeminencia”.

Ticketmaster ya era un Goliath cuando Pearl Jam tomó su posición. La historia de cómo la banda grunge –en ese momento ampliamente desdeñada en Seattle como el mainstream, corporativo ying del agresivamente independiente yang de Nirvana- se enfrentó a la compañía y en última instancia perdió, es una lección para cualquiera que se atreva a ir contra las fuerzas que detentan el poder en la música. Esta fue una batalla en la que ni siquiera la banda más poderosa del mundo tuvo posibilidad.

También dice bastante sobre la naturaleza humana. Pearl Jam tuvo la esperanza, quizás fundada, de que otros artistas de mente independiente se sumarían a ellos en el piquete. Ninguna lo hizo. Sí, el abogado y comanager de REM, Bertis Downs, se unió a Pearl Jam a la hora de dar testimonio ante un Comité del Congreso sobre la influencia de Ticketmaster en 1994, pero aún así Michael Stipe y compañía trabajaron con ellos en la gira Monster de 1995 (TicketMaster impuso una recarga de U$S 6,50 al comprar tickets de U$S 40 por teléfono). Stipe no tuvo problemas en perder su religión, perder otras cosas tocando en lugares sin Ticketmaster era otra cuestión.

“Hubo otras personas que tuvieron la oportunidad de unirse a nosotros”, dijo Vedder en 2009, aunque no hablaba específicamente de REM u otros artistas específicos. “En lugar de eso, hicieron arreglos con esa compañía. Eran personas que sentía que podían haberse permitido tomar posición”.

La disputa tuvo su origen en dos conciertos gratuitos que Pearl Jam dio en Seattle durante el fin de semana del Día del Trabajador en 1992. Ticketmaster demandó un cargo de servicio de un dólar sobre cada ticket, lo que, según Pearl Jam, vulneraba la definición misma de “gratis”. Vedder y sus compañeros se pusieron firmes y distribuyeron las entradas por sí mismos.

Doce meses después, el grupo tomó una posición aún más dura. Para su gira estadounidense fijaron un precio límite de 18 dólares aun a pesar de las objeciones de los promotores que les dijeron que podían cobrar el triple que eso. También rebajaron el precio de sus remeras de 23 dólares a 18. En esos recortes la banda sacrificó un ingreso estimado en 2 millones de dólares.

Todo eso llevó a tensiones con Ticketmaster sobre los cargos de servicio. Mientras Pearl Jam se preparaba para girar de nuevo en 1994, declararon que otra vez solo tocarían en lugares que respetaran el precio máximo de 18 dólares. También insistieron en que los recargos de los distribuidores de tickets relacionados con ese precio fueran de U$S 1,80 o menos.


Esto llevó a un conflicto directo con Ticketmaster, cuyo “service charge” estándar en los Estados Unidos en ese momento iba de 4 a 8 dólares. “La banda pensó que 4 dólares era demasiado para una entrada de 18”, le dijo el manager Kelly Curtis a Seattle Weekly en 1994. “A ellos no les costaba más imprimir un ticket de concierto que uno de circo”. Ninguno de los lados abandonó su postura, y como Ticketmaster manejaba la mayoría de los espacios de concierto, la gira de verano 1994 fue cancelada. Pearl Jam perdió 3 millones de dólares.

Eso nos los hizo echarse atrás. Tras el lanzamiento de Vitalogy, en noviembre de 1994, anunciaron una gira veraniega por Estados Unidos que se desarrollaría exclusivamente en “arenas” y estadios que no trabajaran con Ticketmaster. En esencia, eso significó que tuvieran que arreglar sus sitios desde cero y vender las entradas por sí mismos. Pearl Jam era una banda grande, quizá la más grande del mundo en ese punto. Pero el esfuerzo los llevó casi al punto de quiebre. “Eramos muy cabezaduras con esa gira de 1995”, dijo el bajista Jeff Ament. “Teníamos que probar que podíamos girar por nosotros mismos, pero eso casi nos mató, mató nuestra carrera”.

La mala suerte también jugó un rol. En junio, Pearl Jam tenía fijado presentarse para 50 mil personas en el Golden Gate Park de San Francisco, con vallas, escenario y baños químicos organizados por ellos mismos. Pocas horas antes, Vedder debió ser internado por una intoxicación alimentaria. Subió al escenario, pero solo pudo cantar siete canciones. Neil Young, que estaba al costado del escenario, se encargó del resto del set. Con Vedder aún débil, la banda fue forzada a cancelar las siguientes cinco fechas, el grueso de ese tour de verano.

Aun así, parecía que el grupo estaba llegando a algún lado. En 1994 habían sido llamados a declarar en el Congreso estadounidense. A causa de las alegaciones de Pearl Jam señalando que Ticketmaster operaba un monopolio, el Departamento de Justicia anunció una investigación.

Algunos de los testimonios en el congreso fueron negativos para la compañía. El manager de Aerosmith, Tim Collins, reveló que cuando se acercó a Ticketmaster con una propuesta para reducir los cargos de servicio en el tour Get A Grip, le recomendaron que subiera un dólar el precio de la entrada, y que se repartieran el ingreso extra a partes iguales.

De todos modos, el Departamento de Justicia en última instancia concluyó que Ticketmaster no vulneraba ninguna ley antimonopolio: en julio de 1995 anunció que la investigación estaba cerrada. “Ser atacado por una banda de rock superestelar es como ser acusado de patear a tu perro: hay una presunción general de culpabilidad hasta que se pruebe lo contrario”, dijo un representante de Ticketmaster a Rolling Stone. “Afortunadamente los hechos estaban de nuestra parte, y prevalecimos”.

“Nosotros queríamos mantener bajos los precios de las entradas”, diría más tarde McCready. “Para conseguir cualquier clase de beneficio, no podíamos tener a Ticketmaster agregando 7 ó 10 dólares al precio de un ticket. Estaban afectando directamente nuestro negocio. El gobierno de Estados Unidos nos pidió testificar sobre el tema del monopolio. No los buscamos, ellos vinieron a nosotros. Fuimos los únicos que presentamos evidencias. Al final se decidió que no lo eran, y nosotros quedamos colgados”.

Claramente, Pearl Jam sintió que los habían dejado solos cuando otros artistas se negaron a sumarse al boicot. También quedó claro que sus miedos sobre una o dos megacorporaciones dominando el negocio de la música en vivo estaban fundados. Aun así, habiendo hecho lo mejor posible, eventualmente aceptaron la realidad que los miraba a la cara, y pronto volvieron a organizar sus shows con Ticketmaster.

“Lo que tratábamos de decir era: esto puede ponerse peor si nadie da pelea ahora”, dijo Vedder en 2009, cuando Live Nation y Ticketmaster estaban a punto de fusionarse. “Aparentemente, predijimos el futuro”.

 

*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.