Era una tarde calurosa de enero. Noemí Escandell había aceptado recibir a la colectiva curatorial de la muestra Revolucionistas, rebeliones y feminismos. Estábamos ansiosas. Pamela Gerosa, Romina Garrido, Joaquina Parma, Lilian Alba y yo necesitamos un postre previo para encarar la propuesta que le llevábamos. Era una apuesta, y podía salir mal. Noemí es uno de los nombres fuertes de Tucumán Arde, una de las artistas más importantes de Rosario. Pocos meses antes había recibido el Gran Premio a la Trayectoria del Salón Nacional de las Artes. Nosotras, osadas, queríamos proponerle que una de sus obras más icónicas fuera un clivaje para decir otra cosa. Temíamos que se negara, e incluso que se ofendiera.

Llegamos todas juntas, ella nos mandó la llave colgada de un hilo desde el balcón del primer piso y nos dijo que le costaba bajar las escaleras. Rápidamente, comenzó a hablar, tranquila, como si nos conociera a todas. Nos sentamos en ronda, y sólo queríamos escucharla. Romina había sido su alumna y había un rasgo de confianza que traía alivio. Hablamos de la chica del palo, esa foto de Carlos Saldi que habíamos elegido como imagen fetiche, tomada en la revuelta popular de 1969. Mimí, como le decían, nos contó que ella también participó del Rosariazo, dijo algo sobre correr con tacos altos y minifalda. La memoria, aunque hayan pasado pocos meses, es traicionera, pero recuerdo su entusiasmo.

Empezamos a contarle que la muestra quería reponer la experiencia y protagonismo de las mujeres (y disidencias sexuales, no sé si lo dijimos) en las revoluciones de América Latina. Y trazar una continuidad entre las luchas populares, que necesariamente tenían participación de identidades feminizadas, y los feminismos actuales. Que queríamos anudar los pañuelos blancos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo con los verdes de la marea feminista, para subrayar que ahí había un legado. Nos miró, pensó unos segundos y nos dijo: "Tengo una obra, que se llama Pañuelos, que se expuso una sola vez en el Museo del Diario La Capital". La describió: era una ronda de pañuelos blancos entrelazados. Enseguida empezó a buscar en sus carpetas para que pudiéramos apreciarla. No la encontraba en su minucioso archivo, revisaba la fecha de su exhibición. Hasta que Romina le preguntó si no sería mejor buscar por la fecha de la obra, que era de 2001, por el 25º aniversario del golpe cívico militar eclesiástico. Mimí la miró con cariño y le agradeció, se fue a buscar otros biblioratos a su archivo. Mientras pasaba los folios, hablaba de otras obras, de otras muestras. Cuando encontró Pañuelos vimos ahí mucho más de lo que pretendíamos: un espacio central de la sala de las intersecciones -donde proponíamos un posible recorrido por distintas luchas colectivas- había encontrado su forma.

Después, nos concentramos en lo que habíamos ido a hacer. Nos escuchó pedirle si podíamos exponer su obra "Y otra mano se tienda", donde el Che observado por sus verdugos está en paralelo con La lección de Anatomía de Rembrandt. Su creación de 1968 recorrió el mundo. La artista dijo que sí, planteó las especificaciones técnicas. Es una obra para llevarse, así que haría falta el atril -que ella tenía- y una impresión de los afiches que se ofrecerían a cada asistente. Nos pusimos rápidamente de acuerdo y allí empezó el trago más difícil: había que decirle que habíamos pensado en el mismo dispositivo, en paralelo, para la tapa del libro de Tania, la guerrillera inolvidable, una obra coral que recuerda a Tamara Bunke, combatiente que cayó en Bolivia pocos meses antes que el Che, y que la memoria popular casi no recuerda. Para la Colectiva, era una metáfora disparadora del objetivo de nuestra muestra: qué poco sabemos de ella y cuánto del Che. Enseguida dijo que sí, y pidió el libro para leerlo, ya que no conocía bien la historia. Hasta ofreció ocuparse de los detalles técnicos y se apropió de la idea. Ella se ocuparía de encargar la impresión, también. El alivio desanudó lo que temíamos pudiera ser malinterpretado. No puso objeciones, nosotras resplandecíamos.

Salimos de su casa felices, entusiasmadas y asombradas. Habíamos ido por una obra, y nos llevábamos casi tres. Era más de lo que podíamos pedir.

El 28 de febrero, la tarde anterior a la inauguración de Revolucionistas, Noemí llegó al Centro Cultural Fontanarrosa (que durante dos meses rebautizamos como Angélica Gorodischer) para acompañar el montaje. Se subió a la camioneta que traía las piezas y desafió el calor de febrero para ver cómo quedaría expuesto su trabajo. Estuvo un rato con nosotras. Cuando decidimos armar la ronda de Pañuelos, se paró a atarlos, nos contó que los había planchado, y lo importante que era evitar que se cayera uno, porque arrastraba a los otros. Durante un ratito, el tiempo pareció detenerse. Nos sacamos una foto y al rato se fue.

Agradecimiento es una palabra pequeña para referir lo que significó contar con sus obras, su calidez y su generosidad. Revolucionistas, organizada por el Centro de Estudios del Che (CelChe) de la Municipalidad de Rosario, se inauguró el 1º de marzo pasado. Noemí Escandell estuvo allí, sentada. Fue una experiencia inolvidable, y el final del recorrido encontraba a las dos imágenes como corolario. Su arte resplandecía: la obra de Escandell fue llevada con avidez por el público. La metáfora seguía funcionando. El gracias es inmenso y este texto, apenas, un mínimo testimonio de su generosidad.