El gobierno de Macri gira en torno de la publicidad. Es natural que así sea porque los comandos reales de la política argentina los tiene el Fondo Monetario Internacional, por decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Funciona una división funcional del trabajo: el Fondo decide el rumbo, administra el único dinero con que cuenta el gobierno y Macri y su equipo tienen la tarea de darle viabilidad electoral a la operación. A esta altura está claro que el gobierno sobrevive con el respirador de los dólares del Fondo y con el aparato publicitario de Durán Barba.
La estrategia publicitaria tiene una interesante peculiaridad: opera por rachas, por períodos breves e intensos en los que se instala un eje temático. Desde la persecución de habitantes provenientes de países vecinos hasta los acuerdos programáticos de diez puntos, pasando por Pichetto y la magia de su influencia en los mercados, por el inexistente operativo de control de precios “esenciales” y por acuerdos de libre comercio que no tuvieron lugar en la realidad, todo está encaminado a la producción de “agenda”. El vértigo con que las ocurrencias publicitarias se suceden están sugiriendo que ninguna de ellas alcanza un mínimo de potencia en la opinión pública: su objetivo no es esencialmente el de modificar opiniones sino la instalación de temas, la agitación de prejuicios, la persistencia del odio entre los argentinos y argentinas como fuente excluyente de legitimidad de un gobierno que ha conducido al país al borde del colapso.
El último grito de la moda, sin embargo, parece estar cruzando una barrera y comenzando la transición a un período nuevo, en el que la violencia ocupa un lugar central. El nuevo “hit” del repertorio de Durán Barba es un macartismo desenfrenado y un desmesurado impulso a la estigmatización de los trabajadores y sus organizaciones sindicales. Ha renacido en el país el delito de opinión. Allá por 1967 el régimen de Onganía sancionó la “ley” 17401, la llamada ley anticomunista. Este engendro “legal” incorporó una figura penal sin antecedentes: los hombres y mujeres habitantes del país podían ser juzgados y detenidos no por una acción cometida sino por una “opinión”.
Sería otra dictadura –la instalada en 1976- la que extrajera todas las consecuencias prácticas de esa innovación “jurídica” que penaba el delito de opinar de modo diferente al poder. Instituyó un estado terrorista en el que las mismas nociones de “delito” y de “opinión” quedaron entre signos de interrogación. Los habitantes del país -lo supiéramos o no- éramos protagonistas de una guerra. Y no era una mera guerra local, ocasional, era una tercera guerra mundial que el comunismo había lanzado contra el “mundo libre”. Hasta la jefatura política de Estados Unidos escuchaba con un poco de asombro –sobre todo a partir de la presidencia de Carter- esta retahíla delirante proveniente de las autoridades de un país que progresivamente declinaba en su influencia a escala regional.
En la Argentina de hoy reapareció el peligro comunista. Con la peculiaridad de que el comunismo argentino está compuesto por peronistas, socialdemócratas, radicales, religiosos, feministas, sindicalistas de distinto signo… y también por comunistas. ¿La nueva moda será tan pasajera como la campaña de los precios esenciales o el acuerdo programático con la oposición? No es seguro. Desde el punto de vista de la intensidad de los titulares es probable que sí. Pero el modo publicitario de gobierno no consiste solamente en la creación de burbujas de agenda que puedan sacar del foco la catástrofe económica, social e institucional que está sucediendo. Su función principal es dibujar un mapa de los enemigos, de los que resisten el “cambio”, identificarlos, establecer su árbol genealógico, prevenir el inevitable intento por parte suya de asaltar violentamente el poder e instalar un régimen autoritario. Una vez más, como en los tiempos de Videla, reaparece la metáfora del virus, del cáncer que hay que extirpar para que el cuerpo nacional finalmente encuentre su camino en la historia.
El virus de Macri tiene la misma factura ideológica que el de Videla. Consiste en la utopía de un país hecho a imagen y semejanza de sus patrones (blancos, varones, exitosos, meritocráticos, normales o capaces de simular “normalidad”). Para consolidar este país virtuoso y condenado al éxito hay que extirpar el virus. En los tiempos de Videla el santo y seña era la subversión. Apátrida, amante del trapo rojo en desmedro de los símbolos nacionales…Es interesante observar el cambio: hoy el enemigo interno no tiene un rostro tan claro, un perfil ideológico tan definido. Tal vez el nombre “populismo” lo designe ahora. Puede ser. Pero en todo caso la insólita tirada verbal contra el “comunista” Kicillof o la definición que Pelloni hizo de la Cámpora como “brazo” narcotraficante de la política de Cristina evocan inevitablemente el clima que preparó y consagró la última dictadura.
Ahora bien, la insólita ofensiva publicitaria actual tiene una peculiaridad que la distingue de sus ilustres antecedentes dictatoriales. No se dirige contra el perfil ideológico de grupos más o menos importantes por su capacidad de movilización pero tendencialmente insignificantes en términos de apoyo social y de relevancia electoral. Por el contrario: Macri, personalmente, estigmatiza a Moyano que es uno de los jefes sindicales más representativos. Ataca a Palazzo, otro dirigente de indiscutible representatividad, asentado en un estilo bien diferente del que identifica al camionero. Vidal “denuncia” a Kicillof y a la Cámpora, Pichetto desempolva la ley 17401 para descalificar a Kicillof. Es decir, estamos hablando del ataque a una fuerza masiva, extraordinariamente influyente en la sociedad argentina y potencialmente ganadora de las próximas elecciones. Es decir, la escena puede describirse como una declaración de guerra de un sector de la política contra otro sector que le disputa la hegemonía.
Es cierto que hay que cuidarse de no entrar en un debate que silencie las cuestiones esenciales que nos estamos jugando: el pan, el techo, la tierra, el trabajo. Pero también es cierto que hace falta que los ciudadanos nos pronunciemos contra este giro político regresivo que nos trae a la memoria nuestros tiempos más oscuros.